En una época en que la parálisis ideológica
hace crecer el interés en la historia de las izquierdas, el antropólogo Claudio
Lomnitz, profesor de la Universidad de Columbia, ha escrito un libro fascinante
sobre el Partido Liberal Mexicano de los hermanos Flores Magón, en el contexto
del anarquismo internacional, especialmente del capitulo norteamericano de éste
último, en las dos primeras décadas del siglo XX.
El
libro se titula The Return of Comrade
Ricardo Flores Magón (Zone Books, New York, 2014) y está concebido,
fundamentalmente, a partir de la correspondencia que los anarquistas mexicanos,
afincados durante aquellas décadas al otro lado de la frontera, sostuvieron
entre sí y con sus camaradas en Estados Unidos. Entre 1907 y 1922, los años de
mayor protagonismo de los anarquistas mexicanos, Flores Magón vivió en Estados
Unidos y más de la mitad de ese tiempo –nueve años para ser precisos- lo pasó
en diversas cárceles de California, Arizona, Washington State y Kansas.
Lomnitz
está convencido de que la historia de los anarquistas mexicanos es coherente
con la matriz transnacional e internacionalista de esa corriente de la
izquierda decimonónica. Dos de los fundadores del anarquismo, Mijaíl Bakunin y
Piotr Kropotkin, fueron aristócratas rusos que, sin embargo, rompieron con la
tradicional polarización entre occidentalistas y eslavófilos que había zanjado
a su clase desde el siglo XVIII. Bakunin no vivió la Primera Guerra Mundial,
pero Kropotkin sí y, a pesar de su apoyo al bloque antigermánico que lo llevó a la ruptura con Errico Malatesta y que provocó las acusaciones de "chovinismo" de Lenin y los bolcheviques, se mantuvo a
distancia del rebrote nacionalista que produjo aquel conflicto.
El
estudio de Lomnitz rescata la dimensión transnacional del anarquismo mexicano a
través del vínculo con socialistas norteamericanos como John Kenneth Turner, su
esposa Ethel Duffy, William C. Owen, Frances and P. D. Noel, Job Harriman, John
Murray y Elizabeth Trowbridge. Estos socialistas, residentes en su mayoría en Los
Angeles, entraron en contacto con exiliados mexicanos como los hermanos Flores
Magón, el líder y escritor Lázaro Gutiérrez de Lara, Librado y Concha Rivera,
Antonio I. Villareal, Juan y Manuel Sarabia, creando una alianza que sería
fundamental para la difusión de las ideas anarco-comunistas en aquellos años.
Además
de cuestionar algunos lugares comunes de la historiografía, como aquel que
confiere a los Flores Magón y a los anarco-comunistas el título de “precursores” de la Revolución Mexicana –como
si no hubieran intervenido en el proceso revolucionario mismo y algunos de ellos hasta llegaran a identificarse con el zapatismo-, el libro de
Lomnitz nos coloca frente a la evidencia de una “red de solidaridad
mexico-americana”, en la izquierda de entonces, cuya reconstrucción es de la
mayor importancia para pensar alternativas a la corriente hegemónica del
nacionalismo revolucionario.
Esas
raíces de una posible izquierda transnacional, localizadas, además, en una frontera
simbólicamente tan decisiva como la de Estados Unidos y México, parecen demandar
una revisión crítica del legado de aquel anarquismo mexicano. Lomnitz no duda
en leer adelantos de esa revisión en la apropiación de los Flores Magón por
líderes y movimientos de la comunidad chicana, pero lamenta la ausencia de
visiones similares en la izquierda mexicana contemporánea.