Dos
o tres veces a la semana camino, por la Octava Avenida, entre Port Authority y
Penn Station. Hace algunos días, mientras cruzaba la 38, me fijé que en
un ladrillo de la calle había una frase escrita. Era imposible detenerse en medio
de la calle, con el tráfico, el gentío y la velocidad de vehículos y
transeúntes, pero alcancé a distinguir el nombre de Arnold J. Toynbee.
El
pasado lunes, en la mañana, intenté fijarme bien en la inscripción grabada con
letras pálidas en la superficie del ladrillo. No pude leer bien, pero creí leer algo así como "Toynbee Idea", “Civilization is a movement and
not a condition, a vogaye and not a harbor”. Una frase que
bien podría estar en cualquiera de las dos grandes obras de este historiador
británico, A Study of History o Civilization on Trial.
El
miércoles en la tarde volví a la esquina de la calle 38 y la Octava Avenida
–quería fotografiar el texto, cuando hubiera menos agitación. El ladrillo en la
parte descascarada del asfalto seguía allí, pero pintado de negro. La frase
había sido tachada, como se tachan las civilizaciones mismas que, según
Toynbee, no mueren sino que se suicidan.
Busco en internet y compruebo que la inscripción que nunca pude ver bien es una de esas "Toynbee tiles" o "Toynbee plaques", que en los últimos años han aparecido en calles de Kansas, Chicago, Boston y otras ciudades de Estados Unidos, y cuyo misterio se explora en el film de John Foy. Nadie ha podido descifrar bien el significado de la inscripción apocalíptica, entre tantos significantes superpuestos (Toynbee, Bradbury, Kubrick, Odisea 2001, resurrección, Júpiter...), pero quien la haya ideado ha reinstalado en nuestras cabezas conceptos que creíamos dormidos o agotados.