Libros del crepúsculo

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sábado, 5 de abril de 2014

Sangre y silencio de Baquero

En 1998, luego de la muerte del poeta cubano Gastón Baquero, en su exilio de Madrid, publiqué en La Jornada Semanal, el suplemento literario del diario mexicano La Jornada, una nota en la que hablaba de un vaivén entre inocencia y memoria en la poética del autor de Poemas (1942) y Saúl sobre su espada (1942). Aquellos dos primeros cuadernos de Baquero, como hoy sabemos, fueron fundamentales para la formación poética de José Lezama Lima y Virgilio Piñera y, sobre todo, de los poetas más jóvenes de la revista Orígenes, especialmente, Cintio Vitier, Eliseo Diego y Fina García Marruz.
La presencia de Baquero en Orígenes fue mínima, pero decisiva. Hay un silencio de y sobre Baquero en Orígenes, que sucede, sin embargo, a la publicación de su poema "Canta la alondra a las puertas del cielo" en el primer número de la revista, y que, sin dudas, está relacionado con la visibilidad del poeta en la esfera pública de la isla entre mediados de los 40 y 1958. Justo luego del primer editorial "No le interesa a Orígenes formular un programa, sino ir lanzando las flechas de su propia estela...", se insertaban el poema "Tiempos del jardín" de Ángel Gaztelu y el citado poema de Baquero, dedicado al propio Gaztelu y con el exergo de Shakespeare: "-Hark!, Hark! The Lark at Heaven Sings..."
El poema era una celebración católica del canto de la alondra, que podía ser leído como saludo de la nueva voz de Orígenes en la cultura cubana. Una voz que, para ser escuchada a plenitud, precisaba del silencio, de un silencio bajo su sangre. Hablaba Baquero de "arpas infinitas", de "estrellas de carne", de "espumas siderales", de "fragmentos de ángel" y del "límpido giro de los astros". Todas, alusiones a una catolicidad que aseguraba la mudez de quien sólo tiene oídos para el canto de la alondra. Los versos finales de aquel poema parecían augurar el silencio de Baquero en Orígenes:

... ¡Escucha!, los címbalos del cielo despertado renuevan la alborada
Como un gesto de Dios los trinos son llevados a enmudecido canto
Y tu voz no ha cesado sobre el rostro de los serafines
Y qué gran silencio pones debajo de mi sangre.

1 comentario:

  1. Un abrazo Rojas, vivo en Cuba, -independientemente de las cuestiones ideológicas-, leo con mucho interés tus ensayos, lo debatimos entre buenos amigos, por el alto nivel de sugerencias que tienen, por la belleza de su factura estética, -raro placer diría yo-, donde la densidad de lo histórico no se siente al leer, todo lo contrario, un placer y un diálogo tremendo con los referentes construidos por la insularidad teleológica....Lo invito a darse una vueltecita por mi página en el siguiente enlace: http://caracoldeagua-arnoldo.blogspot.com/

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