Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 14 de junio de 2012

El equivocado juicio de José Martí sobre Ramón Meza



Una relectura del prólogo que el dramaturgo y publicista español Manuel Cañete escribió para la edición madrileña de Gerónimo el honrado (1859) de Ramón Piña me hizo regresar a la famosa crítica sobre la novela Mi tío, el empleado (1887) de Ramón Meza (1861-1911), que José Martí publicó en El Avisador Cubano de Nueva York en abril de 1888. Cañete y Martí, desde perspectivas diferentes, se refieren al mismo dilema, a propósito de dos novelas sobre pícaros modernos -¿habría que decir “modernistas”?- en la Cuba del siglo XIX. No por gusto algunos críticos de la época, como Aurelio Mitjans y Enrique Piñeyro leyeron a Piña, y también a Palma, como antecedentes inmediatos de Meza.
            Cañete sostenía en el prólogo a Gerónimo el honrado que Piña había adoptado un estilo moderno, tomado fundamentalmente de novelistas franceses como Balzac, Sand y Sue, para trasmitir una historia concebida en clave de la picaresca del Siglo de Oro español. Pero Cañete no desautorizaba esa operación sino que la creía recomendable para los propios novelistas peninsulares de la segunda mitad del XIX, a quienes sugería, casi, imitar a los realistas franceses, aunque sus obsesiones siguieran siendo las del siglo XVII castellano. Las hipérboles hispánicas debían ser representadas desde el tono racional y realista de la narrativa francesa.
            José Martí se coloca de la misma manera frente a la novela de Meza, aunque proponiendo lo contrario. Martí dice que Mi tío el empleado narra la “historia vergonzosa” de “un país de pillos”, desangrado por la burocracia, la estupidez, la corrupción y el arribismo. Vicente Cuevas, el protagonista, personifica esa pesadilla de “títeres fúnebres”. La realidad de La Habana contada por Meza parece una caricatura, pero esa caricatura, según Martí, no es más que la realidad misma de la Cuba colonial, que Meza cuenta con los instrumentos de la novela realista. A Martí le parece bien esa trasmisión de una “verdad” como “caricatura”, pero no concuerda con la adopción del realismo francés como estilo. La escritura “laboriosa e intensa” lleva a Meza a “defectos de nimiedad y cargazón”, similares a los de aquellos prosistas peninsulares que “ponen en lengua académica, por métodos ingleses y franceses, las cosas de España”.
            Una lectura menos ideológica de Mi tío el empleado nos lleva a concluir que ambos juicios de Martí están equivocados: ni la novela es una caricatura de la realidad colonial cubana ni la prosa de Meza es imitativa o académica. Meza no escribe, como sugiere Martí, como Daumier o Hogart sino como Balzac y Zola. Sus banquetes no son “pantagruélicos” ni sus risas “rablesianas”. Es cierto que el mundo de la picaresca reaparece aquí, pero amoldado a la reconstrucción de una realidad compleja, que el novelista no quiere presentar como “monstruosa”. No todos los personajes de Mi tío el empleado son arribistas: Benigno, por ejemplo, es un burócrata honesto y honrado. La “ignorancia” de Vicente , que Martí enfatiza, no es tal: era más bien la cultura oral, no libresca, de alguien con ortografía deficiente que citaba al Arcipestre de Hita, Raimundo Lulio, Feijoo, Mendoza, Chaide o Sigüenza.
            Aunque no lo aclara, es probable que a Martí le resultara demasiado naturalista o poco modernista la prosa de Meza y que fuera eso lo “académico” que encontraba en el texto. Sin embargo, la descripción de los lugares públicos de La Habana, el puerto, la Alameda de Paula, el paseo del Prado o el café del Louvre, alcanza tonos modernistas y  trasmite el “espectáculo animado y bello” de una ciudad occidental, amigada con el progreso y la felicidad. A mitad de la novela, la primera imagen sombría que Vicente se hizo de la ciudad –“el suelo grasiento de los almacenes, las paredes sucias, húmedas y llenas de telarañas”- ha sido reemplazada por la estampa de un puerto próspero y hermoso.
            Al final, el arribismo triunfa y  el ascenso social de Vicente en La Habana, convertido ahora en Conde Coveo y casado con Clotilde, es contado como el encumbramiento de un Rastignac en el trópico. El encuentro con el mendigo, el viejo oficinista honesto Benigno, a la salida de la Catedral, cierra la trama con una fuerte moralización. Pero el triunfo de Vicente no es narrado por Meza sin identificación o sin cierta satisfacción stendhaliana o napoleónica por el hecho de que un simple empleado de oficina ha conquistado, finalmente, una maravillosa ciudad como La Habana. Martí, evidentemente, no captó o no quiso captar esta ambivalencia, porque la misma lo hubiera llevado a admitir que el anticolonialismo de Meza no era sólido.
           Meza, como es sabido, fue un escritor poco leído en la primera mitad del siglo XX cubano. La generación que lo descubrió fue la de los 50. Lorenzo García Vega lo incluyó en su Antología de la novela cubana (1960) y varios escritores de aquella generación, como Antón Arrufat, Calvert Casey, Mario Parajón y Lisandro Otero, escribieron buenos ensayos sobre Meza, como puede comprobarse en un número extraordinario de la revista Cuba en la Unesco, de 1961, con motivo de su centenario. Sin embargo, como ha señalado Reynaldo González en "La ironía incomprendida", la mayoría de esos buenos ensayos sobre Meza disculpó los errores de interpretación de Martí sobre Mi tío el empleado.

2 comentarios:

  1. A Marti no le gustaba el naturalismo. Lo dijo varias veces, y tampoco le gustaba que los escritores copiaran de modelos extranjeros... Meza hizo ambas cosas y recibio su reganio.
    Reynaldo Gonzalez tiene algunas buenas ideas...

    ResponderEliminar
  2. Sí, uno se queda con la sensación de que a Martí le hubiera gustado que Meza escribiera una novela más claramente anticolonial y separatista, más "comprometida", como se dirá luego, pero desde la estética modernista o simbolista. Lo cual es bastante contradictorio, ya que el realismo y el naturalismo, como advirtieron los marxistas, era una plataforma estética más apropiada para transmisión de mensajes ideológicos directos, como los que quería Martí.

    ResponderEliminar