Libros del crepúsculo

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sábado, 11 de enero de 2014

Ciudad líquida y locura

La conversación entre Gerardo Fernández Fe y Nestor Díaz de Villegas, hoy en Diario de Cuba, no tiene desperdicio. Más que evocaciones, hay ahí figuraciones traviesas de sujetos marmóreos: escritores (Neruda o Arenas), dictadores (Hitler, Batista o Castro), ciudades (La Habana o Miami). Pero hay ahí algo más: un intento, algo disimulado, de pensar el problema de la locura en el exilio cubano.
Frente a la sugerencia de una utopía del goce, desprendida de la eterna estampa del balneario, Díaz de Villegas habla del Miami de los 80 como el lugar del dolor. Un resort sado-maso al que llegan los expulsados de un comunismo en el Caribe. Una playa de coca en la que intentan experimentar el límite criaturas que no lograron normalizarse bajo el socialismo cubano.
Las constantes alusiones de Díaz de Villegas a Reinaldo Arenas, Nicolás Guillén Landrián, Guillermo Rosales y su Boarding Home, Carlos Victoria, Esteban Luis Cárdenas y Eddy Campa son como las marcas del memorialista en el bosque del olvido. El encuentro de estos seres con aquella ciudad produjo, en palabras de Díaz de Villegas, "grandes catástrofes, grandes locuras".
En un momento del diálogo, Fernández Fe sugiere que Miami sea pensada como "ciudad líquida". Díaz de Villegas lo entiende literalmente, como una ciudad marina, atravesada por ríos y rodeada de pantanos, pero tal vez la provocación de Fernández Fe apuntaba a la idea de "modernidad líquida" del filósofo polaco Zygmunt Bauman, quien ha sostenido que en esta era global, el sujeto, su moral y sus afectos se disuelven, pierden solidez y racionalidad y se abren más plenamente a la locura. La locura es, hoy, menos estigmatizada que cuando la estudió Foucault, pero está, demográficamente hablando, mucho más extendida.
El Miami de los 80 tal vez pueda pensarse como un laboratorio de la locura en la modernidad líquida. En culturas, como la cubana, todavía regidas por el paradigma de la solidez, es muy difícil entender esas locuras. Basta con escuchar las voces en off que, al inicio de Café con Leche (2003), el documental de Manuel Zayas sobre Nicolás Guillén Landrián, intentan "analizar el caso" de este cineasta exiliado, o leer los testimonios sobre Guillermo Rosales, de varios de sus contemporáneos en la isla, reunidos por Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco en Hablar de Guillermo Rosales (2013), para documentar esa incomprensión de la locura.
 

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