Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 13 de mayo de 2014

La literatura como torneo de pesca


Lawrence Buell es un estudioso de las ideas y las literaturas de Estados Unidos, que en los 90 marcó el campo académico con una monografía sobre Henry David Thoreau y el nacimiento de una tradición de “imaginación ambiental” en Estados Unidos, a partir del clásico Walden, or Life in the Woods (1854). Buell tituló su libro The Environmental Imagination (1995), en un guiño a célebres antecesores en el pensamiento norteamericano, como C. Wright Mills y Lionel Trilling, y se instaló como autor de consulta en la historia intelectual, cultural y de las mentalidades.
Recuerdo haber leído el libro de Buell, en una clase de historiografía y teoría de la historia en El Colegio de México, impartida por Elías Trabulse en el doctorado de esa institución. Y recuerdo también lo importante que se volvió el trabajo de Buell para quienes se iniciaban en los estudios ecológicos y ambientales. Lo que no recuerdo es que alguien, en medios académicos de Estados Unidos, España o México, le reprochara a Buell trabajar como fuente historiográfica a la literatura o que algún crítico literario se espantara porque considerara a escritores de la segunda mitad del siglo XIX (Whitman o Poe, Emerson o Dickinson) como pensadores o ideólogos.
Las quejas por las incursiones de críticos literarios en la historia o de historiadores en el estudio de la literatura son cada vez menos frecuentes en Estados Unidos, no sólo por la comprensible fortuna que, en medios académicos de este país, tienen las metodologías híbridas sino por la existencia de una corriente intelectual, desde mediados del siglo XX, de críticos literarios genuinamente interesados en la historia, la filosofía y la política, en la que nombres como Edmund Wilson, Lionell Trilling e Irving Howe, son ineludibles. Buell proviene de esa escuela, aunque mucho más endeudado con la historia de las ideas, al estilo de Isaiah Berlin o Louis Menand.
El último libro de Buell, The Dream of the Great American Novel (Harvard, 2014), ha vuelto a colocarlo en medio del debate académico en Estados Unidos. Frente a un estudio como este, la obra de Harold Bloom, con todos sus méritos, envejece a mayor velocidad, ya que queda más claramente fijada como resistencia conservadora, no a los estudios culturales, como sucedía en los 90, sino a la nueva historia intelectual y a la crítica literaria profesional, más reciente, en Estados Unidos. A diferencia de los estudios culturales –y ni siquiera todos los estudios culturales-, la historia intelectual y la nueva crítica literaria son disciplinas no marcadas por aquella “escuela del resentimiento”, propia del multiculturalismo , que ya dejó de ser novedad, sino por una visión de la literatura como fenómeno cultural no exclusivamente regido por las jerarquías de la estética letrada.
Lo que nos cuenta Buell en su estudio es que el “sueño” de una “gran novela americana” es tan viejo como el nacionalismo y el patriotismo en Estados Unidos. Nadie se libró de esa quimera, ni Melville ni Twain, ni James ni Hemingway, ni Faulkner ni Wharton, ni Fitzgerald ni Salinger, ni Mailer ni Roth, ni Pynchon ni DeLillo. Unos contaron historias de balleneros y otros de niños navegantes del Mississippi, de aristócratas en Italia o de pescadores en el Caribe, de bohemios en Nueva York o de decadentes en Louisiana, de adolescentes huraños o de profesores frustrados, pero todos buscaron algo más: codificar estéticamente la nación en un estilo, en una forma de narrar tramas y perfilar personajes.
Se han escrito todo tipo de reseñas de este libro, apologéticasaplastantes y críticas, y en todas aparece, a favor o en contra de Buell, el tema de la resistencia a la indistinción estética. Se le reprocha a Buell que estudie, en su historia del sueño de la gran novela americana, a escritores buenos y malos, a Mark Twain y a Harriet Beecher Stowe, Scarlet Letter de Hawthorne y Beloved de Morrison. Adam Gopnik, me parece, lo capta bastante bien en su reseña: no es que Buell no distinga lo “realmente bueno de lo meramente significativo” –el recurso más barato del crítico conservador es atribuirse el don exclusivo de la distinción-, ya que de manera sutil expresa sus preferencias, sino que su objeto de estudio es algo más que la mera clasificación entre buena y mala literatura.
Más sentido tiene, a mi juicio, la crítica que Gopnik hace a la falta de perspectiva comparada de este estudio en relación con otras grandes literaturas occidentales, como la británica, la francesa o la rusa. Pareciera que Buell intenta describir el avasallamiento del significante nacional, en la literatura norteamericana, como si se tratara de algo excepcional. Hay, por supuesto, rasgos del patriotismo y el nacionalismo norteamericanos, observados por Tocqueville desde mediados del siglo XIX, que se infiltran en ese sueño de la gran novela americana, pero no creo que ese tipo de fenómenos de la representación cultural sean exclusivos de Estados Unidos.
Quien espere un libro que le diga, por enésima vez, quiénes son los buenos y los malos escritores norteamericanos de todos los tiempos, según el juicio inapelable del crítico, que no lea a Buell, que regrese a Bloom. Una de las mayores enseñanzas de este libro es que esa lógica deportiva y, en el fondo, mercantil, que con tanta frecuencia se disfraza de autorización estética de “la mejor novela” o “el mejor escritor”, la comparten casi todos los escritores y críticos, sean tradicionales o vanguardistas, refinados o populares, académicos o no. A la hora de pescar el sueño de la gran novela nacional, todos se suben al barco y arponean la ballena blanca.          


5 comentarios:

  1. "una visión de la literatura como fenómeno cultural no exclusivamente regido por las jerarquías de la estética letrada..." Es decir, sociología... Ya Gopnik se ocupó de criticarlo, y muy bien. Es curioso, hace tiempo reclamabas el legado de Bloom, ahora te parece "resistencia conservadora". ¡Como cambian los tiempos, Venancio!

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  2. lSigo considerando la obra de Bloom fundamental, pero creo que hay que abririse a nuevas perspectivas. No se trata de "sociologia". Quien dice que lo no es estetica no es sociologia? Sociologia es Durkheim, Weber, Simmel, Tonnies. Por que no historia intelectual? Creo que eso es lo que hace Buell, mas en la tradicion de Berlin que de cualquier sociologo. Eran, por ejemplo, Wilson, Trilling o Howe siciologos? No, eran criticos literarios, de la epoca en que los criticos literarios leian a Marx y a Freud, a Sartre y Camus. Criticos literarios teoricamente informados y que no se limitaban a pontificar sobre la calidad literaria desde una vision tradicional, conservadora, por no decir, reaccionaria de la literatura.

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  3. Excelente reflexión Rafa. Por otro lado, te invito a ojear de vez en cuando este blog de varios académicos venezolanos: http://mundanosve.blogspot.com/

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  4. Pero Edmund Wilson sí creía en la jerarquía, igual que Bloom. Trilling no, era un buen sociólogo de la literatura, disciplina cuyos aciertos suelen depender de la cultura y el buen gusto del sociólogo en cuestión. El problema no es si leen o no a Marx, a Freud o a Sartre, no es la lista de sus lecturas lo que hace a un crítico, sino la perspectiva con la que se plantea leer la literatura. Críticos literarios más tradicionales -o reaccionarios- como Eliot se disfrazaron a veces de sociólogos con poca suerte, en mi opinión. Lo contrario tampoco queda muy bien. Y recuerdo claramente que te fajaste con Hernandez Bustos para ver quién era el mejor "intérprete" de Bloom, que ahora te parece limitado...

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  5. Todos los críticos tienen una jerarquía de valores estéticos y literarios. Wilson la tenía, pero era capaz de dedicar un ensayo a Lincoln, como escritor místico, discurrir sobre la publicística de Theodore Roosevelt o debatir la idea del liberalismo de Harold Laski. Eso lo hacía un pensador de la cultura y no un crítico literario tradicional u ortodoxo. Buell también tiene su jerarquía. Lea su libro para que lo compruebe. ¿Trilling sociólogo? De dónde saca esa idea, por favor. ¿Sabe usted lo que es la sociología? Lionel Trilling fue un crítico literario profesional, que escribía en suplementos y revistas literarias de Nueva York. El espectro de lo que se lee es fundamental para la idea de la crítica literaria que se posee. Alguien que haya leído a Wright Mills, que sí era sociólogo, y a Trilling, jamás definiría al segundo como "sociólogo". Nada más provinciano que pensar que lo que no es estética es sociología. Por último, yo no discutí con Ernesto Hernández Busto -es su apellido correcto-, sobre quién interpretaba mejor a Bloom. Discutimos distintas lecturas de Bloom. La mía, por ejemplo, está expuesta en el libro "Un banquete canónico" (1999), donde señalo lo que, a mi juicio, son aciertos y limitaciones de su gran obra ensayística.

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