Libros del crepúsculo

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viernes, 10 de octubre de 2014

El diccionario de la exclusión

Luego de mi último post, sobre la amistad interrumpida entre Lino Novás Calvo y José Antonio Portuondo, me escriben Jorge Luis Arcos y Cira Romero, con una objeción similar. Ambos sostienen que la máxima responsabilidad en la exclusión de Lino Novás Calvo y otros escritores republicanos o exiliados, como Gastón Baquero, Lorenzo García Vega, Guillermo Cabrera Infante, Nivaria Tejera, Severo Sarduy o Calvert Casey, del Diccionario de la Literatura Cubana (1980-84), elaborado por el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, no recae en Portuondo sino en Mirta Aguirre, que era la directora de esa institución cuando se elaboró el diccionario. El proyecto comenzó, en 1975, siendo Portuondo director, pero luego éste fue nombrado embajador en la Santa Sede.
Arcos y Romero aseguran que en los trabajos originales del Diccionario no había exclusiones y que llegaron a elaborarse fichas biográficas y bibliográficas de varios autores, que luego serían borrados de los dos tomos impresos de aquella obra. En el prólogo a la antología, Ensayos sobre literatura cubana (La Habana, Letras Cubanas, 2011) de José Antonio Portuondo, Romero, quien al igual que Arcos intervino en la elaboración del Diccionario, sugiere que la última palabra en la exclusión la tuvo Aguirre. Portuondo y el subdirector del Instituto, Ángel Augier, habrían objetado la decisión de borrar a algunos de los autores mencionados, pero al final decidieron acatarla por contar Aguirre con el respaldo de las autoridades ideológicas del Partido Comunista de Cuba.
Son importantes estos testimonios, para ganar en la necesaria matización de la memoria y en el conocimiento de las tensiones y pactos que se producían dentro de la élite del poder cultural de la isla. Pero me pregunto si la decisión de acatar la exclusión, por disciplina de partido, es suficiente para exonerar de responsabilidades en aquella interdicción a Portuondo o a Augier. Los nombres de ambos encabezan las listas de "colaboradores" del Diccionario y es el propio Portuondo quien firma el prólogo al primer tomo, editado en 1980. Es cierto que dicho prólogo está fechado en 1975, "año del Primer Congreso" -no por azar Portuondo subordina la visión de la historia y la literatura cubanas, condensadas en el Diccionario, a las "tesis sobre cultura artística y literaria" de la Plataforma Programática del Partido Comunista-, pero ambos volúmenes se publicaron en 1980 y 1984, con la aquiescencia de Portuondo.
En el caso de Novás Calvo, la tachadura se agrava moralmente, no sólo por la amistad que hubo entre el narrador y el crítico, sino porque el autor de La luna nona murió en 1983. El segundo tomo del Diccionario, donde debió figurar, por derecho propio, Lino Novás Calvo, fue editado por Letras Cubanas en 1984, es decir, a un año de la muerte del escritor en el exilio. La misión de borrar a Novás Calvo fue cumplida con el suficiente celo como para que los propios textos de Portuondo sobre el narrador también fueran purgados de las bibliografías "activas" y "pasivas" del crítico. Si como confirman estos testimonios, borrar a esos escritores era una decisión del Partido o el Estado, la misma debió ser cumplida a cabalidad y asumida como una responsabilidad colectiva, que hoy no tiene sentido negar.

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