Libros del crepúsculo

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sábado, 13 de diciembre de 2014

Fanon y Paz

No leo aún la reciente biografía de Octavio Paz, escrita por Christopher Domínguez Michael, pero sé por conversaciones con el autor, que dedica varios pasajes a explorar las relaciones entre los pensamientos de Frantz Fanon y Octavio Paz. Siempre me pareció más que evidente esa relación: máscaras, identidades, uno, otro, revolución, soledad, comunión, magia, mito, utopía…, son conceptos que comparten Paz y Fanon, más o menos, por los mismos años, además de que el mexicano y el martiniqueño contraen una deuda enorme con los mismos sociólogos, antropólogos y filósofos franceses, de mediados del siglo XX. El Caillois de El mito y el hombre (1938) y de El hombre y lo sagrado (1939) es, por ejemplo, lectura de ambos y, también, del Carpentier de los 40 y 50, el de El reino de este mundo y Los pasos perdidos.
No encuentro alusiones de Fanon a Paz, a pesar de que Piel Negra, Máscaras Blancas (1952) y Los condenados de la tierra (1961) son obras posteriores a El laberinto de la soledad (1950). Pero sí hay comentarios elogiosos de Paz sobre Fanon, aunque no de los años 50 y 60, cuando ambos frecuentan el mismo archivo intelectual francés, sino posteriores, de los años 70, ya cuando el psiquiatra descolonizador había muerto y era un símbolo de las revoluciones africanas. Entonces Paz se encargó de distinguir su idea de la identidad y de la revolución, en América Latina, de la experiencia de la descolonización africana. La diferencia entre ambas, a su juicio, tenía que ver con el mestizaje.
Según el Paz maduro, la vuelta a lo mismo, universalizado, que, a partir de Alfonso Reyes, podía defenderse en México o en América Latina, no era el reencuentro con una personalidad originaria, que había sido enmascarada por la colonización. Decía entonces Paz que, en México, ese ser primigenio no podía encontrarse en el mundo prehispánico sino, en todo caso, en el periodo virreinal o en la cultura criolla y mestiza que arrancaba con el barroco de la Nueva España. El Paz de "Vuelta a El laberinto de la soledad" (1975), la conversación con Claude Fell, y luego de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), tendrá muy presentes sus diferencias con Fanon.
Sin embargo, es muy probable que en esa diferenciación, Paz haya perdido de vista la crítica al maniqueísmo de la propia descolonización, que Fanon, como recuerda David Macey, en su gran biografía, emprendió, sobre todo, en los textos políticos de Por la revolución africana (1964). La crítica del desdoblamiento o la "inautenticidad" -palabra que compartieron el mexicano y el martiniqueño- no implicaba, en Fanon, un nativismo aldeano o la negación de la cultura metropolitana sino la plena apropiación del mundo integrado de la modernidad, donde los "compartimentos" y las "escisiones" de lo colonial se quiebran para siempre.
En cualquier caso, al Paz de los 50 y 60 es difícil distinguirlo de Fanon, especialmente, en su idea de la revolución como "hecho que irrumpe en la historia como verdadera revelación del ser", como caída de la "máscara, la simulación y el disfraz", como momento de la "verdad" y la "autenticidad". Fanon escribirá frases muy parecidas, que deslumbraron a Jean Paul Sartre y a Jean Francois Lyotard -en unos artículos para la revista Socialisme ou Barbarie- sobre las propiedades curativas de la violencia, sobre la descolonización como una "reintegración" del sujeto a sí mismo y sobre el orden colonial como reino maniqueo y totalitario que traumatiza a base del encubrimiento del ser.

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