Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 4 de febrero de 2015

Martí, la eugenesia y los migrantes

La asociación entre textos de José Martí y la antropología criminalística de Cesare Lombroso o la eugenesia racial de Francis Galton, que sugieren Francisco Morán y Jorge L. Camacho en sus últimos libros, parte por momentos de una idea corriente, y no histórica o teóricamente documentada, de lo "lombrosiano" o lo "eugenésico". De acuerdo con esa idea, lo primero sería la identificación entre ciertos rasgos físicos o fenotípicos con los delitos y los crímenes y lo segundo sería la distinción y jerarquización entre razas. Si eso fuera lo lombrosiano y lo eugenésico, entonces dichas ideas habrían existido desde mucho antes del siglo XIX, tal vez, desde la antigüedad esclavista.
La literatura está llena de descripciones físicas de bandidos y criminales, desde el Maese Pedro y Roque Guinart en el Quijote de Cervantes hasta la población penal o delincuencial que desfila por las novelas de Balzac, Dickens o Dostoievski, que no suscriben las bases teóricas del fenotipo del criminal nato, degenerado o demencial de Lombroso. Lo mismo podría decirse de la distinción entre razas, que acompaña todo el pensamiento renacentista, neoclásico y, especialmente, la historia natural ilustrada (Montesquieu, Buffon, Robertson, de Pauw...) y que tampoco converge con las ideas eugenésicas que Galton desarrolló a partir del traslado de las tesis darwinistas a la sociedad.
Como en el caso de la criminalística lombrosiana, la teoría eugenésica de Galton fue creada en época de Martí, pero difundida e institucionalizada después de la muerte del poeta y político cubano. La palabra misma, "eugenics" en inglés o "eugenesia" en español, se socializó en los últimos años del siglo XIX y, sobre todo, las dos primeras décadas del siglo XX, cuando se creó y funcionó la Sociedad Eugenésica, que encabezó Charles Galton Darwin, descendiente de ambos pensadores. Con diferentes matices, la tesis del determinismo genético de las razas y su posible corrección o mejoramiento por diversos medios -control de natalidad, inmigración, mestizaje, estirilización e, incluso, exterminio- fue compartida por etnógrafos y divulgadores de teorías racistas entre fines del siglo XIX y principios del XX, como Joseph Arthur de Gobineau, Georges Vacher de Lapouge y Houston Stewart Chamberlain.
¿Hay evidencias de que Martí leyó a Galton, Gobineau, Lapouge o Chamberlain o que simpatizara explícitamente con sus ideas? No creo que las haya, pero, como en el que caso de la antropología criminalística italiana, podría establecerse la conexión si es que encontramos en la obra del poeta o político cubano alguna suscripción explícita de las ideas centrales de Galton o Gobineau: los caracteres étnicamente heredables, la desigualdad natural entre las razas, el mejoramiento de la raza por medio de la regulación de la natalidad y otras vías de "selección artificial" o la preeminencia del determinismo étnico sobre la perfectibilidad moral. En los primeros Cuadernos de apuntes de Martí, a principios de los años 70 en España, las críticas frontales al determinismo parecen llevarnos por el camino inverso.
La relación entre las teorías eugenésicas y las políticas migratorias en Estados Unidos y América Latina, en tiempos de Martí, fue compleja y no siempre explícita, por la escasa difusión que tuvo esa corriente hasta la primera mitad de los 90. Sin embargo, es posible detectar elementos eugenésicos en políticas restrictivas de la inmigración china, irlandesa, polaca e italiana en Estados Unidos e, inversamente, en los proyectos de fomento a la inmigración y la colonización de europeos que emprendieron algunos gobiernos latinoamericanos, como el brasileño, el argentino, el uruguayo, el chileno, el peruano y, en menor medida, el mexicano y el venezolano.
¿Cual es la posición de Martí frente a la inmigración en Estados Unidos y América Latina? El tema abunda en las Escenas norteamericanas y, aunque como observa Morán, hay momentos en que Martí rechaza algunos tipos de inmigrantes, son evidentes sus simpatías por una política migratoria abierta. En varias crónicas de abril de 1882 para La Opinión Nacional de Caracas, por ejemplo, critica el intento de la Cámara de Representantes de cerrar las puertas a la inmigración china y elogia al presidente Chester Arthur, "sensatísimo" que, con su veto, "niega su firma al acuerdo loco". Uno de los personajes centrales de las crónicas newyorkinas de Martí, es el padre Edward McGlynn, un cura liberal, que apoyó a las comunidades de inmigrantes católicos irlandeses, polacos e italianos, a quien Martí celebra constantemente.
No faltan, sin embargo, como señala Morán, los pasajes en los que Martí intenta mantener una suerte de equidistancia en el debate entre nativistas y pro-inmigrantes en Nueva York, ofreciendo argumentos a unos y otros. Escojo entre varios pasajes similares, uno que no veo discutido en Martí, la justicia infinita (2014) -aunque puede que esté-, y que me parece pertinente porque se refiere a Castle Garden, el lugar por donde entra Martí a Nueva York, en 1875, cuando viajaba a bordo del Celtic en tercera clase, haciéndose pasar por un músico italiano, episodio que motiva algunas de las mejores páginas del libro de Morán. Martí está comentando, favorablemente, la iniciativa de admitir mujeres en las universidades, y agrega:

"Nueva York, que quiere abrir su Universidad a las mujeres, no gusta de tener abierta su bolsa a todos los menesteres de los inmigrantes europeos, que llegan a las veces con hambre, y sin dineros, ni ropa, ni salud, todo lo cual acarrea gastos que Nueva York paga, porque a Nueva York llegan aunque luego se salen del estado, y fincan en otras comarcas que se benefician de ello, sin tener parte en sus costos. Ya fue en otro tiempo que cada inmigrante pagara un peso al erario, a modo de derecho de entrada, porque el estado de Nueva York había de reenviar a sus tierras a los pordioseros y los criminales, de los que venían muchos, y esos pesos se empleaban en los costos del reenvío. Pero se dijo que era inconstitucional la ley, como se dijo también de otra semejante que la sustituyó, por lo que ahora trátase de que sea ley de la nación, y no de un estado, y que cada atezado hebreo de Rusia, o fornido alemán, o irlandés belfudo, o francés bullicioso, o sueco de cabellos rojos que a estas playas lleguen, pague unos cuantos dineros, que se pondrán en caja, para pagar con ellos a los que vienen enfermos o a medio vestir, o en incapacidad de hallar rápido empleo. Y ésa va a ser la ley nueva para Castle Garden, que será nombre famoso en tiempos venideros, en que parecerá esta tierra maravilloso monstruo, y esa casa de emigrantes, con su ancha puerta abierta, será temida por su fauce enorme".

Junto con la descripción rigurosamente física de los inmigrantes, que tanto abunda en sus crónicas y que se acerca al tono de una pastoral migratoria de la diversidad civil de Estados Unidos, parecida a la de Sarmiento, Martí está diciendo que la inmigración "beneficia" al país receptor, pero también está diciendo que concuerda con que se cobre un impuesto aduanal al inmigrante, no sólo para cubrir los servicios de los más pobres y enfermos sino para costear la repatriación de "pordioseros" y "criminales". Las últimas frases sobre Castle Garden captan la ambivalencia de Martí: la "casa de emigrantes" será "nombre famoso en tiempos venideros", por su "ancha puerta abierta", pero también "temida" por su "fauce enorme".
En relación con la inmigración europea a América Latina, promovida por los gobiernos latinoamericanos, Martí sostiene una posición, mayormente, favorable, que tiene que ver con la identificación, explorada por Camacho en su libro, del poeta y político cubano con el programa liberal modernizador de las repúblicas de "orden y progreso". Sin embargo, como recuerda Morán, no siempre defendió Martí la inmigración abierta de europeos en naciones latinoamericanas, lo cual iría, precisamente, contra el argumento eugenésico del "blanquemiento" o el "mejoramiento" de la raza. En el fragmento "Venezuela", Martí, por ejemplo, se queja de que la promoción de la inmigración europea durante los tres gobiernos de Guzmán Blanco estaba llenando el país de "alemanes que tienen el arte de vender bien lo que laboran mal", "italianos que comercian con frutas, tocan el órgano, viven hacinados en un miserable apartamento y limpian zapatos". Y concluye severo: "es, pues, imposible la unión entre esta tierra y esos hombres". Algo similar dirá en el artículo "Honduras y los extranjeros", un texto publicado en Patria: "de tiempo atrás venía apenando a los observadores americanos la imprudente facilidad con que Honduras, por sinrazón visible más confiada en los extraños que en los propios, se abrió a la gente rubia que con la fama de progreso le iba del Norte a obtener allí, a todo por nada, las empresas pingües que en su tierra les escasean o se les cierran".
Martí que, como hemos visto aquí, ha criticado el nacionalismo prusiano de la época de Bismarck porque intenta retener la emigración de los jóvenes en edad militar, apela al nacionalismo hondureño para que ponga frenos a la inmigración del Norte. Pero, ¿es esto eugenesia? Difícilmente. El discurso eugenésico en América Latina, que como señala Nancy L. Stepan en su clásico The Hour of Eugenics (1991), se instaló definitivamente entre la segunda y la tercera década del siglo XX, se caracterizó, en sus orígenes decimonónicos, precisamente por lo contrario: por alentar la inmigración europea blanca para "regenerar" étnica y moralmente a las sociedades latinoamericanas y diluir o disciplinar sus componentes africanos e indígenas.

8 comentarios:

  1. Muy razonable este punto, y el del post anterior. Yo creo que Morán tiene algunas ideas fijas con las que trata de leer en Martí lo que conviene a su empresa "desmitificadora". Pero eso también es cañona intelectual...

    ResponderEliminar
  2. Bueno, la desmitificación, sobre todo si se trata de una figura tan sacralizada como Martí, es siempre saludable. El libro de Morán, por otra parte, está sustentado en una investigación seria y en una escritura apasionada y provocadora

    ResponderEliminar
  3. Martí reseñó a Galton... Claro que no fue Lombrosiano pero se nutrió mucho más de lo que pensamos de las teorías científicas de su época.

    ResponderEliminar
  4. Y muy probablemente conocía la obra de Gobineau. El “Ensayo sobre la desigualdad de las razas” fue traducida muy tempranamente en Estados Unidos y publicada con el título "The moral and intellectual diversity of races", en 1856. Es conocido que Martí leía en francés así que pudo haber leído también la reedición del libro de 1884. Curiosamente, entre la papelería que los españoles requisaron a su muerte en Dos Ríos se hallaban unas notas manuscritas (de su puño y letra) en francés, que Toledo Sande ha identificado como glosas de "De l’égalité des races humaines", una refutación del libro de Gobineau publicada por el intelectual haitiano Antenor Firmin en Paris en 1885, y a quien Martí habia conocido personalmente (por intermedio de Betances) en 1893.

    ResponderEliminar
  5. Usted siempre tergiversando lo que dicen otros y además, desinformado hasta el cansancio.

    ResponderEliminar
  6. ¿Cuál es la tergiversación? Supongamos que, como dice D.L, Martí reseñó a Galton o supongamos que, como especula Marial, haya leído a Gobineau. Nada de eso prueba que Martí suscribiera las tesis eugenésicas sobre el "perfeccionamiento de la raza", que es lo que trato de discutir en el post. Por otro lado, si Martí, como prueba la historiadora Ada Ferrer en su reciente "Freedom's Mirror" (2014), simpatizó con el haitiano Anténor Firmin, entonces sus ideas eran contrarias a las de Gobineau.

    ResponderEliminar
  7. Que te compre quien no te conoce. Good luck!

    ResponderEliminar