Libros del crepúsculo

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sábado, 18 de junio de 2016

Gabriel Zaid: historia y crítica del progreso


Cuando llegué a México en 1991, uno de los primeros libros de ensayo que leí fue El progreso improductivo (1979) de Gabriel Zaid. Al igual que en otros pensadores mexicanos, como Roger Bartra o Bolívar Echeverría, me sorprendió en Zaid que advirtiera tan temprano, a su manera, sin acreditar demasiado lo que sucedía en la filosofía europea, las ideas centrales de lo que en los 80 y 90 se llamó “postmodernismo”.
El mismo año de publicación del ensayo de Zaid en Siglo XXI, en París se editaba La condición postmoderna de Jean-Francois Lyotard, un librito que tendría un impacto enorme en la década siguiente, por su idea del agotamiento de los “metarrelatos” del progreso y la emancipación. Sólo que Zaid había adelantado aquellas nociones en artículos en las revistas Plural y Vuelta, desde los 70, y en El progreso improductivo las sintetizaba por el ángulo de la economía política.
No era novedoso para Zaid, desde sus críticas al socialismo cubano y a la izquierda guerrillera, aquel desencanto con las tradiciones ilustradas y revolucionarias de Occidente. La crítica de la idea del progreso, constatada en la realidad del fracaso del desarrollismo mexicano, le permitía atisbar y rebasar algunos lugares comunes del postmodernismo. Por ejemplo, el lugar común de que tanto la elegía al progreso, como sus diatribas, surgían en la Ilustración, con Condorcet y Kant o con Vico y Rousseau.
Tal vez esa experiencia del progreso subdesarrollado, en el México de los años 60 y 70, llevó a Zaid a cuestionar el saldo del keynesianismo sin volver a un liberalismo clásico, a lo Say o a lo Malthus, ni vindicar a un solo autor de la teoría neoliberal. Su economía política le daba más importancia a Blaise Pascal que a Friedrich Hayek y mostraba una simpatía por el pequeño mercado interno de las comunidades y una antipatía por la desigualdad y por el Estado fiscal –llegó a proponer una suerte de normalización de la “mordida”-, que con razón se ha asociado al anarquismo o al libertarianismo.
Ahora leo, en su reciente Cronología del progreso (2016), algunas intuiciones de El progreso improductivo (1979), más desarrolladas. Por ejemplo, aquello de que el progreso, ni como realidad ni como idea, surgió en la Ilustración con Turgot o Condorcet. El progreso, en ambos sentidos, como hecho y como certeza, es milenario. Está en Aristóteles y San Agustín, en San Pablo y Tertuliano, en Homero y Hesíodo,  en el Génesis y el mito de Prometeo. El progreso y la crítica del progreso siempre han estado y estarán ahí, desde la nada hasta el nuevo milenio.
Para demostrarlo, Zaid recurre a un género anterior a la historia: la cronología. El primer acto del progreso sería el “origen del universo” hace más de 13 millones de milenios, continúa con los tránsitos de “las neuronas al habla” y del “fuego a la agricultura” y llega a nuestros días, cuando la “nave espacial Kepler descubre el planeta Kepler, semejante a la Tierra”. La crítica del progreso, a pesar de su incontrovertible evidencia, también se reitera aquí, lo mismo cuando Zaid cuestiona el “gigantismo” del capital contemporáneo que cuando advierte sobre la tendencia global a la disminución de la pobreza y aumento de la desigualdad.
Reviso los índices onomásticos de El progreso improductivo y de Cronología del progreso y observo que en este último, Zaid sí cita a clásicos del pensamiento liberal que no mencionaba en el primero, como Popper, Hayek, Aron o Arendt. Sin embargo, como en aquel libro de hace cuatro décadas, el pensador más citado sigue siendo Karl Marx. Sólo igualado por San Pablo, a quien llama “fundador de Occidente”.



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