Libros del crepúsculo

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miércoles, 6 de diciembre de 2017

Jorge Mañach y la Revolución de 1959



La editorial Casa Vacía que dirige el ensayista cubano Duanel Díaz, en Estados Unidos, ha publicado recientemente la antología La cura que quisimos. Artículos sobre la Revolución Cubana (2017) de Jorge Mañach. La selección corre a cargo del incansable crítico Carlos Espinosa Domínguez, quien, en las últimas décadas, ha realizado una labor de rescate editorial, especialmente de la obra periodística dispersa de Lino Novás Calvo, Gastón Baquero y Jorge Mañach, que nunca agradeceremos lo suficiente.
Esta antología reúne algunos artículos -no todos- centralmente dedicados a la Revolución Cubana, que Mañach escribió entre 1954, cuando se posiciona a favor de la amnistía de los asaltantes del cuartel Moncada, y el verano de 1960, poco antes de exiliarse en San Juan, Puerto Rico, donde murió en junio de 1961. Casi todos los textos aparecieron en Bohemia y Diario de la Marina, aunque hay alguno, como "El drama de Cuba" (1958), publicado originalmente en Cuadernos para la Libertad de la Cultura, u otro, como la entrevista que concediera a Bohemia Libre pocos días antes de morir, en la que respaldó la invasión de Bahía de Cochinos.
Los artículos exponen con claridad la oposición de Jorge Mañach al régimen del 10 de marzo de 1952, encabezado por Fulgencio Batista, y su adhesión sincera a la Revolución de mediados de los 50. Una Revolución que vio siempre como último capítulo de la anterior, la de 1933 contra la dictadura de Gerardo Machado, y que, a su juicio, debía encauzarse a través de formas republicanas y democráticas de gobierno. A pesar de la genuina simpatía que Mañach sintió por la figura de Fidel Castro -y también por la de Camilo Cienfuegos y otros líderes revolucionarios, fuera del 26 de Julio o de la Sierra Maestra, como José Antonio Echeverría-, aquella Revolución, en su mente, era algo ideológica e institucionalmente muy distinto al castrismo o al comunismo.
No creo, por tanto, que lo más importante de estos textos, leídos desde el saber historiográfico acumulado en las últimas décadas, sea el testimonio de alineamiento y luego desencanto con el "castrismo", como sostiene Duanel Díaz en el prólogo. Fuera de unos pocos "batalladores de las ideas", en la franja más inmovilista del régimen cubano, nadie escamotea el respaldo de Mañach a la Revolución y nadie desconoce que su oposición al gobierno revolucionario, como la de tantos otros liberales o demócratas del periodo republicano, se inició en cuanto se convenció de la edificación de un sistema comunista en Cuba.
Lo más importante de la lectura del Mañach revolucionario en el siglo XXI, a mi juicio, es precisamente el frustrado intento de articular una crítica liberal dentro de la Revolución. Estas prosas de Mañach no eran mera certificación de un entusiasmo sino también objeciones elegantes a un poder político que, desde un inicio, amenazaba con limitar derechos civiles. De ahí que a pesar de detectar una renovación de la "fe" en la nación o de la "virtud" republicana, critique los fusilamientos, el amago de condenar a muerte a su enemigo Otto Meruelo, el peligro de una reforma agraria demasiado estatista, el arribismo de los nuevos jacobinos y hasta el uso indiscriminado del "para qué" en la retórica de Fidel Castro, que podía llegar a "modos tan radicales de aspirar a la justicia social, que la libertad acabaría por salir mal parada". Luego de esta frase, por cierto, citaba muy campante Camino de servidumbre de Friedrich Hayek.
Mientras reaccionaba contra la explosión de La Coubre como un acto hostil de Estados Unidos, en su artículo "Déjennos en paz", Mañach reconocía que las mayores "incomodidades" de vivir bajo el nuevo régimen provenían de la "intolerancia, los rudos simplismos de procedimientos, los excesos de la justicia sobre la caridad, los dislocamientos de fortuna y a veces de doctrina". Incluso, en un artículo favorable como "El ángel de Fidel", daba voz a la crítica por medio del diálogo con su amigo "conservador" -¿Baquero?, ¿Ichaso?-, quien odiaba los "ataques a los ricos, el antiamericanismo innecesario, la infiltración comunista y los despojos inmerecidos".
Pienso que para aquilatar la creciente inquietud de Mañach, en La Habana, en el primer semestre de 1960, habría que leer también otros artículos de aquellos meses, no incluidos en esta antología, donde se plasma su rechazo al comunismo, como "Entre Camus y Reyes", "El testamento de Camus", "Compromiso con la verdad entera", "Una vieja voz por la libertad" y "José Martí: rompeolas de América", su último texto en Bohemia Libre. La ausencia de estos textos en la antología no impide, sin embargo, detectar los límites de la comprensible identificación inicial de Jorge Mañach con la Revolución Cubana, antes de su deriva comunista.
No puedo terminar este comentario sin decir que la adición del ensayo de Gastón Baquero, "Jorge Mañach o la tragedia de la inteligencia en la América Hispana", que Duanel Díaz lee como "una mirada sobre toda la trayectoria" del autor de Indagación del choteo, "culpando a sus continuos afanes públicos del fracaso o, por lo menos del menor alcance, de su obra literaria", era innecesaria. Innecesaria, digo, por la interpretación simplista del generoso ensayo de Baquero, que Díaz antepone en el prólogo. Luego del veredicto de que Mañach fracasó como escritor por culpa de su vocación pública, en la segunda página de la antología, el epílogo de Baquero funciona, en realidad, como una coletilla.
El efecto es similar a cuando en los años soviéticos, cada vez que se mencionaba a Jorge Mañach en Cuba, había que contraponerle algún juicio desfavorable de Raúl Roa, Juan Marinello, Alejo Carpentier, Martín Casanovas o Mirta Aguirre, que lo caracterizara como un intelectual burgués que traicionó a la Revolución. Como si el lector no pudiera enfrentarse a la voz de Mañach sin una mediación ideológica de sus editores, sean estos comunistas o anticomunistas. Mi sugerencia al lector de esta antología es que lea primero los artículos de Mañach, compilados por Carlos Espinosa, luego el epílogo de Baquero y, por último, el prólogo de Díaz.
El mismo reproche, que Baquero expresa con la sutileza de que carece el prologuista, podría hacerse y se hizo al poeta de Magias e invenciones. A mi entender se trata de un reproche equivocado en ambos casos, porque ni Mañach ni Baquero entendieron la "literatura" o, más específicamente, el "ensayo", al margen del periodismo o de la intervención del intelectual en la esfera pública. En el plano político, esa jerarquización de Baquero sobre Mañach resulta, cuando menos, sectaria, ya que si el poeta no comulgó con el primer fidelismo fue por su simpatía hacia el régimen batistiano. Simpatía que, como la de Mañach con la Revolución, tampoco careció de fisuras, que es lo que cuenta en la vida intelectual.



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