Libros del crepúsculo

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miércoles, 10 de enero de 2018

Mañach, Baquero y el falso dilema de la literatura y la política

En Diario de Cuba, José Prats Sariol reseña la antología La cura que quisimos (Casa Vacía, 2017), que reúne artículos de Jorge Mañach sobre la Revolución Cubana, compilados por Carlos Espinosa Domínguez, y hace algunas objeciones a mi comentario sobre ese libro. Lo que yo cuestionaba aquí es la idea de Gastón Baquero de que la vocación pública de Jorge Mañach limitó sus posibilidades como escritor, suscrita por Duanel Díaz en el prólogo, y la sugerencia de que frente al fenómeno de la Revolución Cubana el primero actuó con mayor lucidez o coherencia que el segundo.
Ambas opiniones me parecen equivocadas. No es cierto, como asegura Prats Sariol, que Mañach no escribió ensayos de la calidad de Indagación del choteo (1928) y otros textos suyos de los años 20 y 30, después de 1940. Hay pasajes de Examen del quijotismo (1950) o de Para una filosofía de la vida (1951), como "Trinidad de Goethe" o "El filosofar de Varona", o capítulos enteros de El espíritu de Martí (1951) como "Sangre y tierra", "Vocación" y "Crisis", o lo que sobrevivió de su inconclusa Teoría de la frontera (1961), de la más alta calidad ensayística.
Fue, justamente, en Para una filosofía de la vida, que Mañach se acercó más a un pensamiento filosófico profesional. Pero lo hizo sin descuidar el estilo que, por momentos, recuerda mucho a María Zambrano, quien lo frecuentaba por entonces en La Habana. Ese Mañach de los 50, por cierto, está bastante lejos ya de José Ortega y Gasset, a quien critica más de una vez, por lo que el tópico del orteguismo de Mañach, que repite Prats Sariol, no se sostiene desde un conocimiento más preciso de la obra del filósofo cubano.
Tampoco concuerdo con que la poesía de Baquero no alcanzara o no recuperara nunca el refinamiento de sus primeros poemas de los años 40, como consecuencia de su entrega a lo público. En primer lugar, porque aquellos poemas, "Palabras escritas en la arena por un inocente", "Saúl sobre su espada", "Testamento del pez", fueron escritos, como los ensayos de Mañach de los 20, en medio de una acelerada integración de ambos escritores a la esfera pública de la isla.
Como observa Carlos Espinosa Domínguez en su también reciente antología de prosas de Baquero, Paginario disperso (Unión, 2014), el poeta ya escribía regularmente en El Mundo en 1942. Y desde el año siguiente, 1943, Virgilio Piñera y otros le reprochaban dedicarse demasiado al periodismo porque podía pervertir sus virtudes expresivas. Algo a lo que siempre se opuso Baquero, en sucesivos ensayos de los años 40 y 50, en los que defendió el periodismo como género de la literatura. Si algo molestaba a Baquero entonces era el veredicto, muy "origenista" por cierto, de "es usted otro escritor echado a perder por el periodismo".
Por eso creo que el juicio coyuntural de Baquero sobre Mañach, en 1962, que suscribe Duanel Díaz, niega, en buena medida, las propias ideas de Baquero sobre el falso dilema entre literatura y política, que el poeta logró desarrollar en el ensayo así titulado "Periodismo y literatura", incluido por Alberto Díaz-Díaz en su antología Fabulaciones en prosa (2014).Y, salvo que neguemos la calidad de los poemas de Memorial de un testigo (1966), Magias e invenciones (1984) o Poemas invisibles (1991), podría aceptarse la tesis de que la poesía de Baquero perdió valor por dedicarse demasiado al periodismo, cosa que siguió haciendo regularmente desde su exilio en Madrid.
Creo también, aunque Prats Sariol no lo vea o no lo quiera reconocer, que la inclusión del epílogo de Baquero, autorizado por Díaz desde el prólogo, busca contraponer el Mañach revolucionario y el Baquero contrarrevolucionario. De ahí que, a mi juicio, sí sea pertinente apuntar que lo que en buena medida evitó que Baquero se identificara con la Revolución Cubana fue su simpatía por el gobierno batistiano. Algo que, en resumidas cuentas, sería tan vindicable o cuestionable como el entusiasmo inicial de Mañach con el fidelismo.
Cuando digo que aquellos entusiasmos no carecían de fisuras, por supuesto que no me estoy refiriendo a Edmund Husserl, sino a algo tan elemental como las distancias críticas que caracterizan buena parte del partidismo político de los intelectuales modernos. Como puede leerse en La cura que quisimos, el apoyo de Mañach a la Revolución hasta 1960 no fue incondicional. Como tampoco lo fue el respaldo de Baquero al régimen de Batista, como hemos sostenido aquí y en las páginas dedicadas al tema en Motivos de Anteo (2008). Ninguno de los dos fue un clérigo del Estado.

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