Libros del crepúsculo

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martes, 21 de diciembre de 2021

Pensar el imperialismo




La Revista de la Universidad de México, que dirige la escritora Guadalupe Nettel, dedica su último número al imperialismo. El enfoque que aplica a la representación del fenómeno es amplio en el espacio y el tiempo. Se trata de una visión que podríamos llamar “transterritorial” del imperialismo que recorre las diversas escalas en el ascenso de múltiples potencias: la monarquía católica española y la Unión Soviética, Estados Unidos y China. 

 En sendos artículos, Mario Rufer y Rasmus Gronfeldt Winther exploran la relación entre los imperios modernos europeos, especialmente el británico, el francés y el alemán, con la antropología y la etnografía, la cartografía y la museografía. Los mapas y los museos fueron diseñados por los imperios para delimitar el territorio de sus conquistas. Las tierras y civilizaciones más remotas se volvieron objetos de exhibición tras ser conquistados. 

 Contra la óptica presentista y simplificadora que sólo ve imperialismo en Estados Unidos, este número de la RUM llama a comprender los imperios a partir de los ciclos de auge y decadencia, explorados por una célebre tradición historiográfica que va de Edward Gibbon a Jean Baptiste Duroselle. El imperio de los Austrias, que emprendió la conquista y evangelización de América en el siglo XVI, hacia 1800 perdía poder por la rivalidad de potencias atlánticas como Gran Bretaña y Francia. En sus artículos, Jorge Gutiérrez Reyna y Federico Navarrete recuerdan que aquellos imperialismos, derrocados por los movimientos separatistas del siglo XIX y los descolonizadores del XX, son hoy motivo de encarnizadas reyertas de la memoria. 

 La Guerra Fría fue escenario de pugnas geopolíticas que pusieron a prueba la hegemonía de Estados Unidos. La Unión Soviética, como observan Rainer Matos Franco y Carlos Manuel Álvarez, debe ser pensada como un imperio, que establecía relaciones semicoloniales con sus satélites. No verla así, sobre todo en América Latina y el Caribe, responde a una experiencia histórica marcada por los agravios que produjo el poderío hemisférico de Washington en el siglo XX. 

 Como recuerda Adela Cedillo en su ensayo, esa idea hiperlocalizada del “imperialismo yanqui” responde a una comprensión del fenómeno que da la espalda a una manera de pensar el imperio, que arranca con Hobson, Hilferding y Lenin, a principios del siglo XX, y llega en años recientes a la obra de Michael Hardt y Antonio Negri. Estos autores prefieren entender el imperialismo no como la vocación exclusiva de uno u otro gobierno sino como una forma de dominio global, que tiene que ver con el capitalismo financiero, las transnacionales y diversas entidades del poder mundial, más abstractas y a la vez más tangibles que el Pentágono o el Capitolio. 

 En las últimas décadas se ha planteado obsesivamente el tema de la decadencia de la hegemonía estadounidense. La revista aborda la cuestión por medio de un ensayo de Jon Lee Anderson, sobre la retirada de Afganistán, que pone en evidencia el fracaso de Estados Unidos en el Medio Oriente, luego de la “guerra contra el terror” que emprendió el gobierno de George W. Bush, como respuesta al derribo de las Torres Gemelas de Nueva York. El involucramiento de Rusia en Siria, el retiro de las tropas de Afganistán y el regreso del talibán al poder serían tres escenas en el declive de Estados Unidos. 

 No podía enfocarse el tema del imperialismo, al arranque de la tercera década del siglo XXI, excluyendo a China, la gran potencia emergente. En sus colaboraciones, Yi-zheng Lian y David Soler Crespo argumentan que China, al igual que Rusia, ha sido siempre un imperio en permanente reconstitución. En años recientes, China se ha convertido en uno de los principales inversionistas en países africanos como Sierra Leona, Kenia, Nigeria, Zambia y Angola. África, la gran región colonizada y esclavizada por Occidente, es hoy una “sexta estrella” en la bandera de China.

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