Los apuntes personales de aquellos años dejan rastros de lecturas que, por lo general, hacen más llevadero el tormento del escritor. Comenta, por ejemplo, David Copperfield de Charles Dickens y La muerte Iván Ilich de León Tolstoi.
Las dos historias son resúmenes de vida, como los que emergen en esas últimas páginas de Kafka, donde se palpa la certeza del final. También lee a Martin Buber y a su amigo Franz Werfel, dentro de una creciente reflexión sobre su destino personal y el de la comunidad judía.
Son constantes las analogías entre el peregrinaje de Moisés por el desierto, camino a Canaán, y su propia travesía.
En marzo de 1922, Kafka inserta una primera entrada sobre su lectura del controvertido ensayo Secesión judaica (1922) de Hans Blüher, teórico del homoerotismo masculino y el movimiento Wandervogel en la Alemania de la República de Weimar. La lectura de Blüher da una especial vitalidad polémica al Kafka enfermizo, moribundo y amorosamente desdichado de 1922 a 1924.
Lo primero que advierte, en sus Diarios, es que la pelea con el antisemitismo de Blüher es dura, ya que el libro lograba una “popularización con ganas y con encanto”. Era como enfrentarse, desde una humilde reseña, a un best seller arrollador en Alemania y Austria, que catalizaba el gran ascenso del antisemitismo en Europa Central en los años formativos de los fascismos.
Al final, Kafka renunciará a escribir una reseña, como había planeado, de Secesión judaica, pero deja amplios y explícitos comentarios en sus apuntes personales.
En los mismos días en que anota que ha visto una película sobre Palestina, presumiblemente sobre la colonización judía en ese territorio británico, fuertemente impulsada por el Fondo Nacional Judío y otros grupos sionistas, señala que el citado libro “eludía los peligros” de la condición judía.
Agrega Kafka que Blüher puede ser considerado un “filósofo visionario” por su capacidad para suscitar en el lector verdaderos derroches de ironía.
Ese efecto hace que la lectura se vuelva sospechosa para el propio lector, que no puede aceptar que el autor se presente como un “antisemita sin odio”. Blüher provocaba en Kafka una defensa del judaísmo que le resultaba incómoda.
En el fondo, el reto de aquel antisemitismo era que proponía una renovación de la tradición antisemita. Según Blüher, la filosofía hebrea no podía ser refutada de manera inductiva. No se podía combatir con meros prejuicios el mesianismo del pueblo elegido. Se requería de una contraposición teológica o doctrinal más profunda, como la que podía ofrecer el catolicismo.
Justamente en ese intento de un antisemitismo deductivo es donde, según Kafka, el autor fracasaba. Precisaba Blüher de una reconstrucción exhaustiva de todas las fricciones del judaísmo con otras religiones, de los “cargos” y “refutaciones” que unas y otras habían cruzado durante siglos. Al quedar “incompleta” esa parte de la argumentación, el libro no lograba su cometido intelectual, aunque fuese extraordinariamente popular.
En junio de 1922 se interrumpen los apuntes. En el verano de ese año su salud se quebrantó e intentó recuperarse en una estancia con su hermana en Praga. Son los meses en que concluye El Castillo y Un artista del hambre, textos que retoman las obsesiones que una década atrás había plasmado en La metamorfosis y El proceso. La última entrada del Diario, en 1923, dice: “me es cada día más doloroso escribir”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario