Un artículo en el periódico La Época, de Melchor Fernández Almagro, historiador y periodista granadino, quien a diferencia de su amigo Federico García Lorca, se alinearía con el bando franquista en la guerra civil, anunciaba, en noviembre de 1925, que circulaba en librerías madrileñas un manifiesto iberoamericanista, escrito por el ex Rector de la Universidad y ex Secretario de Educación Pública de México, José Vasconcelos.
La profecía del ensayo vasconcelista, esto es, que el ascenso del mestizaje produciría una quinta raza universal, que contendría virtudes de las cuatro originarias y haría trascender el racismo, comenzó a ser cuestionada desde muy pronto, no sólo por pensadores racistas sino por antropólogos críticos del evolucionismo e, incluso, del funcionalismo, como el cubano Fernando Ortiz.
Pero la premisa de Vasconcelos, que no era otra que un cuestionamiento a fondo del darwinismo social y la eugenesia, del evolucionismo y el positivismo, de Gobineau y Spencer, era correcta. Lo que interesaba al mexicano era refutar la creencia, durante siglos basada en estereotipos y, a partir del último tramo del siglo XIX, sustentada en saberes pseudocentíficos, de que había unas razas superiores a las otras y, lo que era igual de importante, que esa jerarquía racial determinaba el mayor o más rápido acceso a la civilización y el progreso.
Comenzaba Vasconcelos desafiando el mito de los orígenes: las culturas de los pueblos originarios incaicos de Los Andes, así como las de los mayas y toltecas, quechuas y mexicas, eran “tan antiguas como las que más en el planeta”. Por momentos, se enfrascaba Vasconcelos en una disputa por aquella antigüedad, que luego fue abandonando –en el Prólogo que se insertó en la edición de Espasa Calpe, en 1948, concedía que la “raza más antigua de la Historia era le da los egipcios”.
Sin embargo, lo decisivo en su argumentación era el cuestionamiento de aquellas falsas jerarquías raciales que, tanto en Europa como en las dos Américas, habían derivado, desde fines del siglo XIX, en una especie de torneo pueril entre los caracteres o temperamentos sajones y latinos. Para Vasconcelos, el peor saldo del discurso darwinista había sido su desplazamiento de la etnología y la antropología a la sociología y la psicología, creando esos cuadros ridículos de razas más o menos aptas para el desarrollo material y espiritual.
Los críticos de Vasconcelos tienen razón en que la ideología del mestizaje que se sugiere en La raza cósmica también contiene elementos racistas, que restan visibilidad a los pueblos originarios o a las comunidades afrodescendientes. Pero si la lectura del ensayo vasconcelista se mueve de la parte profética a la más reactiva del texto se constatará que estamos en presencia de uno de los más apasionados alegatos contra el racismo del siglo XX latinoamericano.
Muy probablemente, el fundamento doctrinal del latinoamericanismo de Vasconcelos también estuviese equivocado. De lo que no cabe duda es que su asignación de un papel antirracista a América Latina y el Caribe en el mundo posee un poderoso mensaje político que no deja de ser actual. Escrito en el nacimiento de los fascismos, buena parte de la argumentación de aquel ensayo es válida para hoy, cuando las más peligrosas supercherías racistas vuelven a circular, con el aliento de líderes políticos de grandes potencias globales.