El documental, producido por Gustavo Ángel, reconstruye la vida de Sánchez desde su infancia en Cienfuegos, en la que tuvieron un aliento primordial el contacto con la naturaleza y la cercanía de su madre, quien se volvería ella misma artista a medida que cristalizaba la vocación del hijo. El film recorre las diversas fases del arte de Sánchez, destacando las transiciones o los renacimientos del pintor y presentándolos como edades de una misma poética.
Habría un primer Sánchez expresionista, seguidor de James Ensor y discípulo de Antonia Eiriz, que pintó un mundo de enmascarados o caras retorcidas, aunque a veces instalados en apacibles bosques tropicales. La pintura de Sánchez en los años 70 fue adoptando un creciente tono crítico, que proyectaba sobre los rostros contorsionados de sus personajes la perversión de una realidad que, con sus miserias y mezquindades, negaba el idilio socialista cubano.
Perseverancia capta el momento preciso en que esa crítica visual, claramente plasmada en el cuadro La aparición del dogma (1973), se refugia en el cuerpo del artista por medio de una afición por el yoga y las religiones hinduistas. El artista sería expulsado de la Escuela Nacional de Arte y trasladado a un Taller de Muñecos como castigo por su resistencia mística y su imagen monstruosa de la realidad revolucionaria.
Desde las aguas blancas (1980), pieza que condensaba, en una larga línea en el horizonte, un monte cubano, ganó el Premio Internacional de Dibujo Joan Miró y dio inicio al reconocimiento internacional del artista. Aquel reconocimiento obligó al Estado cubano a levantar su segregación del pintor y las obras de Sánchez comenzaron a frecuentar galerías y museos de la isla y a decorar las paredes de las instituciones oficiales.
A pesar de entrar en una ascendente institucionalización, el artista acompañó experiencias colectivas de creación, que desafiaban el canon socialista que propagaba el Estado cubano, como la rupturista muestra Volumen Uno en 1981, en la que expusieron, entre otros, Flavio Garciandía, José Bedia, Gustavo Pérez Monzón, Leandro Soto, Rogelio López Marín, Rubén Torres LLorca y Juan Francisco Elso.
En los años 80 la pintura de Sánchez se internó en un tipo de paisajismo que escenificaba la transparencia y la luminosidad de la vegetación cubana. Obras como Relación entre la laguna, la isla y la nube (1986) hacían que la técnica hiperrealista desembocara en un trazo surrealista o simbolista, que evocaba la obra de René Magritte o de León Spilliaert.
Para fines de aquella década, tan renovadora en el arte cubano, Sánchez ya estaba viviendo otro desplazamiento por medio de los grandes basureros que introducían al espectador en una abigarrada montaña de desechos. A veces los basureros colocaban en el centro enormes bolsas de plástico, otras levantaban un Cristo crucificado, a cuyos pies se amontonaba la inmundicia. Aquel nuevo giro de la poética de Sánchez ponía en cuestión el extractivismo contaminante, pero también la hipocresía de la demagogia ecologista.
En los 90 vendría para Sánchez, como para tantos artistas de su generación, un exilio itinerante que lo llevaría a México, Miami y, finalmente, Costa Rica, donde hoy reside. En las últimas décadas, sus paisajes de bosques y cascadas se volvieron más verticales, más oscuros, surcados por luces blancas. Pero el misticismo reaparece en esos parajes a través de un meditador en postura de loto, que simboliza la perseverancia y el renacimiento del artista.
