No sé si se trate de la primera traducción de Ezra
Pound al español, pero me atrevería a asegurar que el ensayo que, con el
título de “Energética literaria”, apareció en dos entregas, a fines de 1929 en
la Revista de Avance, es la primera
versión en castellano que existe de la mayor parte del ensayo de Pound, How to Read (1931). Pound había
publicado tres adelantos de ese ensayo en The
New York Herald Tribune, en los primeros meses de 1929, y algún colaborador
y editor de Avance- me inclino a
pensar que fue Mañach, quien dominaba el inglés y manejaba ideas de un "vanguardismo clasicista", muy parecidas a las que sostiene Pound en ese ensayo-
los tradujo para la revista habanera.
En aquellos fragmentos, Pound comenzaba cuestionando
la idea de “novedad” u “originalidad” en literatura. La “gran literatura
–decía- es sencillamente lenguaje cargado de significación hasta el último
grado posible”. Pero esa “carga” o esa “energética” no tenía que ver con
innovaciones formales u operaciones simbolistas sino con el uso “preciso”,
“exacto”, “claro” y “eficaz” del pensamiento y el lenguaje. Estas ideas
llevaban a Pound a proponer una clasificación de los escritores de todos los
tiempos en seis tipos: los “inventores” (tan pocos para él, que sólo reconocía
dentro de ese grupo a su admirado cantor provenzal Arnaut Daniel o a Guido
Cavalcanti y, a lo sumo, a los “desconocidos precursores de Homero"), los
“maestros” (los que enseñan las técnicas de los inventores), los “difusores”
(los que las difunden), los “más o menos buenos”, los “belleletristas” y
los “iniciadores de locuras”, que conforman la mayoría de los escritores en cada época.
En aquellos fragmentos de How to Read (1931), Pound clasificaba, además, la poesía en tres clases:
la “melopeya” (cuya función primordial es la música), la "fanopeya" (basada en
imágenes) y la "logopeya" o poesía intelectual, donde predominan las ideas o los
conceptos. Pound pensaba que en la poesía moderna, especialmente, se articulaban
y equilibraban esas tres funciones, pero que en buena parte de la poesía
vanguardista de las primeras décadas del siglo XX, la logopeya, “el último de
los modos aparecidos, y tal vez el más engañoso, el de menos confianza”,
comenzaba a desplazar a la música y a la plástica.