Libros del crepúsculo

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martes, 13 de abril de 2010

Villaverde, retratista

Como tantos escritores románticos y naturalistas del siglo XIX, el narrador cubano Cirilo Villaverde (1812-1894) recurría, con frecuencia, al retrato físico de sus personajes. En Cecilia Valdés, por ejemplo, abundan retratos, no sólo de personajes de ficción (Don Cándido, Cecilia, Leonardo, Isabel Ilincheta, José Dolores Pimienta…), sino también de personajes históricos. Por ejemplo, los retratos de José Antonio Saco, José Agustín Govantes y Francisco Javier de la Cruz, ante la mirada atenta de los estudiantes de derecho del Seminario de San Carlos
La escena de la novela parece estar ambientada en 1830 –a no ser que algún villaverdista me corrija-, ya que en algún momento se menciona el “año anterior de 1829”. Si es así, con todo su naturalismo y a pesar de que sus protagonistas son personajes históricos, el lector de Villaverde nunca sale de la ficción para entrar en la historia. Saco regresó a Cuba en febrero de 1832 y volvió a exiliarse en 1834, deportado por el Capitán General Miguel Tacón, por lo que en 1830 no podía estar en La Habana, conversando con Cruz y Govantes.

“En la mañana del día que vamos refiriendo, cuando los estudiantes de derecho ponían el pie en el primer escalón de la escalinata, se detuvieron en masa como reparasen en un grupo de tres sujetos en animada conversación cerca de allí, bajo el corredor. El que llevaba la palabra podía tener de veintiocho a treinta años de edad. Era de mediana estatura, de rostro blanco, con la color bastante viva, los ojos azules y rasgados, boca grande de labios gruesos y cabello castaño y lacio, aunque copioso. Había cierta reserva en su aspecto y vestía elegantemente, a la inglesa. El otro de los tres personajes se podía decir el reverso de la medalla del ya descrito, pues a un cuerpo rechoncho, cabeza grande, cuello corto, cabello crespo y muy negros, los ojos grandes y saltones, el labio inferior belfo, dejando asomar dientes desiguales, anchos y mal puestos, agregaba un color de tabaco de hoja que hacía dudar de la pureza de su sangre. El tercero difería en diverso sentido de los dos mencionados, siendo más delgado que ellos, de más edad, de color pálido y aspecto amable y delicado. Este era el catedrático de filosofía, Francisco Javier de la Cruz; el anterior, José Agustín Govantes, distinguido jurisconsulto que regentaba la cátedra de derecho patrio; y el primero, nombrado José Antonio Saco, recién llegado del Norte de América”.

Las expresiones “pureza de sangre” y “color tabaco de hoja” nos remiten a los tópicos raciales de la época. Sin embargo, Govantes es un héroe intelectual en la novela de Villaverde, por haber renovado la jurisprudencia y la enseñanza del derecho en la primera mitad del siglo XIX cubano. Ni su origen humilde o su condición étnica impidieron a Govantes ser –como se comprueba en la famosa representación del Ayuntamiento de la Habana, en 1841, contra la abolición- un tenaz defensor de la trata y la esclavitud en Cuba.



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