Libros del crepúsculo

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viernes, 17 de diciembre de 2010

La novela del rebelde

Desde que Georg Lukács la pensara, durante el periodo estalinista, la novela histórica ha cambiado considerablemente. Para Lukács lo distintivo del género era la creación de una verosimilitud por medio de la ficción, que él veía personificada en autores decimonónicos como Scott, Cooper, Hugo o Dumas. Además de realistas, las novelas históricas debían ser eso, novelas, y alejarse lo suficiente del discurso historiográfico.
La transformación del género, sobre todo en las últimas décadas del siglo XX, tal y como se lee en obras de Michael Ondaatje, Simon Schama o Claudio Magris, por ejemplo, tiene que ver con la mayor permeabilidad con que hoy se entienden la historia y la ficción. En sus estudios sobre “tiempo y narración”, a mediados de los 80, Paul Ricoeur dio cuenta de ese cambio, por el cual se admite más plenamente el papel de la ficción en la historia profesional o académica y, a la vez, se reconoce la construcción de sentidos históricos por parte de la literatura.
A diferencia de la mayoría de las novelas históricas que conoce la literatura cubana, en las que la ficción traza límites muy precisos frente a la reconstrucción del pasado, la reciente Una biblia perdida (La Habana, Letras Cubanas, Premio Alejo Carpentier, 2010), de Ernesto Peña González (Santa Clara, 1976), no oculta la erudición histórica sino que la explota y hasta la exhibe, al punto de concebir un texto que por momentos borra las fronteras entre historiografía y narrativa.
Una biblia perdida cuenta la historia de la temprana conspiración abolicionista que entre 1811 y 1812 encabezó, en Cuba, el negro libre habanero, José Antonio Aponte y Ulabarra, maestro ebanista y ex miliciano del Batallón de Pardos borbónico. La historiografía peninsular y buena parte de la criolla, entre mediados del siglo XIX y principios del XX, presentó a Aponte como un monstruo. Francisco Calcagno, por ejemplo, en su Diccionario biográfico cubano (1878), aseguraba que Aponte había sido “limosnero, sicario y raptor asalariado de desordenados potentados de la época”.
Sabemos muy poco sobre aquella conspiración, que se produjo en año tan decisivo para la historia hispanoamericana como 1812 -esa bruma historiográfica, que coloca a la conspiración entre el mito y la realidad, favorece la narrativa histórica. Cuando Aponte fraguaba su levantamiento de negros libres, inspirado en la Revolución Haitiana, en Cádiz los diputados novohispanos proponían la abolición de la trata esclavista y algunos se pronunciaban abiertamente contra la esclavitud, en sintonía con el cura Hidalgo, quien la suprimió en Guadalajara en 1811.
Fueron precisamente los diputados habaneros quienes con más fuerza se opusieron a los novohispanos, en aquel célebre debate constitucional. De hecho, la primera Constitución Cubana que conocemos, la de Joaquín Infante del mismo año (1812), inspirada en la federal venezolana del año anterior, estaba concebida para que la representación política, en el “Estado de la Isla de Cuba”, fuera capitalizada por “americanos buenos, blancos y capaces”. A diferencia del proyecto de Infante, la conspiración de Aponte era claramente abolicionista, sin embargo, no sabemos cómo se colocaba la misma frente al dilema de la soberanía napoleónica, fernandista o republicana, que entonces dividía a los hispanoamericanos.
La novela de Peña González logra reconstruir aquel movimiento y la represión que contra el mismo desató el entonces Capitán General de la Isla, Marqués de Someruelos –personaje retratado sin maniqueísmo, a través de la memoria del Licenciado José María Nerey, suerte de testigo-narrador. Buena parte del atractivo y la amenidad de la narración proviene del leit motiv elegido: un libro perdido de pinturas, elaborado por Aponte entre 1806 y 1812, que, según la leyenda, narraba la historia gloriosa de la raza negra, desde el Imperio Etíope hasta la Revolución Haitiana.

4 comentarios:

  1. En el juicio en donde se describe el libro de pinturas de Aponte había imágenes de Toussaint L'Overture y de George Washington--así que eso nos pone a pensar si más que federalista o borbónica la conspiración de Aponte estaba siguiendo antes que nada un modelo americanista el de Haití y Estados Unidos.-Muchas gracias por el post! Jossianna

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  2. Gracias a tí, Jossianna, por el comentario. En efecto, Washington y Toussaint eran héroes del panteón republicano americano, pero el primero era federalista y el segundo no. La diferencia era entonces importante. Lo otro que nunca han logrado esclarecer los historiadores es si Aponte, como tantos otros rebeldes de esos años, se oponía a Fernando VII o a los peninsulares cómplices de Bonaparte y de los franceses, que habían sido derrotados, precisamente, por los jacobinos negros de Haití. En esos años las ambivalencias entre fernandismo y autonomismo estaban muy acentuadas.

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  3. Tienes razón. Años más tarde, Toussaint L'Overture se convierte en una figura importante para los autonomistas radicales en PR como Antonio Cortón que son quizás de los primeros, junto con Wendell Phillips que se interesan por hacer pública la biografía de Toussaint, Phillips con intereses abolicionistas y Cortón para apoyar la política autonomista en la isla. Jossianna

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  4. Apreciado Rafael Rojas,
    Aparte de felicitarle por su excelente blog me permito hacer, por este medio, una breve aclaratoria sobre el “libro de pinturas” de Aponte, enigmático artefacto que he tratado de estudiar, desde hace muchos años, a partir de mi lectura de las actas del juicio llevado a cabo en marzo de 1812.
    La idea de que el “libro de pinturas” contenía, como usted señala (en su reseña del libro publicado por Ernesto Peña) “…la historia gloriosa de la raza negra, desde el Imperio Etíope hasta la Revolución Haitiana…” no es otra cosa que una hipótesis, una entre muchas otras, como sabe cualquiera que haya recorrido con detenimiento esos viejos legajos que se encuentran en el Archivo Nacional de Cuba. De hecho es la hipótesis que he defendido en mi tesis doctoral del 2005 y en el ensayo introductorio que he hecho para la reedición que Biblioteca Ayacucho ha publicado de la compilación de José Luciano Franco. Sin embargo dicha hipótesis ha sido rechazada, por “reduccionista”, por otros estudiosos del asunto e incluso algún miembro de mi jurado de tesis la descartó por “excesivamente creativa”. Nótese que yo dejaba de lado, por ejemplo, todos los contenidos de corte astrológico que aparecen mencionados por Aponte y otros aspectos difícilmente asimilables a la “historia de la raza negra” como las representaciones de la Ilíada o de la Odisea, de los dioses grecorromanos o el mapa de China, para citar tan sólo unos pocos elementos.
    Le digo todo esto porque, a partir de esa lectura mía, sesgada y parcial, es que Ernesto Peña ha elaborado su relato, razón por la que lo he acusado de plagio, puesto que se ha apropiado de una lectura del “libro de pinturas” que, de ninguna manera, es evidente y mucho menos la única posible.
    Saludos cordiales,
    Juan Antonio Hernández

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