Libros del crepúsculo

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jueves, 5 de mayo de 2011

La excepcionalidad de la víctima

La contradictoria información que el gobierno de Estados Unidos ha trasmitido en relación con el operativo militar que dio muerte a Osama bin Laden, el domingo pasado, en Abbottabad, Paquistán, está generando sentimientos encontrados en la opinión pública mundial. La mayoría internacional piensa que Bin Laden merecía morir, pero no todos coinciden en que debió ser ejecutado. Si, como ha trascendido, es cierto que la orden que dieron la CIA, el Pentágono y la Casa Blanca no fue capturar vivo a Bin Laden sino ejecutarlo, el debate sobre si el líder de Al Qaeda estaba o no armado, si opuso o no resistencia o si su sepelio e inhumación en el mar siguió o no el ritual musulmán pierde relevancia.
Si la orden fue ultimar a Bin Laden, cualquier otra consideración apegada a la moral o el derecho en relación con el operativo mismo sale sobrando. El debate debería trasladarse entonces a las razones por las que el gobierno de Estados Unidos decidió no proceder con Bin Laden como se procede con un criminal de guerra. Una actuación que, aunque incoherente con el derecho internacional, es coherente con la negativa de Washington a reconocer en el terrorismo islámico un ejército enemigo, como el que se reconoce en una guerra regular, y con su resistencia a suscribir el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que recoge las premisas más avanzadas en materia jurídica global.
A Bin Laden se le hubiera podido procesar por cualquiera de los cuatro grandes crímenes que contempla el Estatuto de Roma: genocidio, lesa humanidad, guerra o agresión. O se le hubiera podido condenar a muerte en un tribunal de Estados Unidos, país donde perpetró el mayor de sus crímenes. Pero para cualquiera de esas dos opciones, primero debía ser considerado un enemigo regular, un “beligerante”, como decían los viejos juristas de la guerra, que se reunieron a fines del siglo XIX en San Petersburgo, La Haya y Ginebra. El paralelo con el Che Guevara, planteado por Jon Lee Anderson en The New Yorker, adquiere su mayor sentido, ya que, como el yihadí ejecutado, el guerrillero argentino no era reconocido como soldado de un ejército enemigo.
La racionalidad que ha guiado al gobierno de Estados Unidos se coloca, no sin razones, fuera de la normatividad establecida por el derecho internacional. Esta vez dicha racionalidad tiene a su favor la memoria de las víctimas del 11 de septiembre de 2001, en Nueva York. Víctimas que, como todas las víctimas de una masacre de esas dimensiones, se consideran únicas e irrepetibles: sujetos singularizados por la muerte y el dolor, cuya vindicación exige la propia excepción de la ley. La víctima como criatura excepcional es, precisamente, uno de los temas del magnífico libro La ética ante las víctimas (2003), que coordinaron los filósofos españoles José María Mardones y Reyes Mate.
Pero así como en la ejecución de Bin Laden el presidente Barack Obama afirma la propia excepcionalidad hegemónica de Estados Unidos en el mundo, en la oposición a mostrar las fotos del cadáver del terrorista intenta recuperar la pertenencia a una civilización universal. Cuando Obama dice que el cadáver de Bin Laden no es un trofeo o que no quiere herir la sensibilidad de la comunidad musulmana parece querer compensar el excepcionalismo que ha mostrado en la ejecución del terrorista con un gesto honorable, de respeto al enemigo caído. No creo que esa ambivalencia logre contener las críticas y especulaciones que, desde el pasado domingo, rodearán la muerte de Bin Laden.

8 comentarios:

  1. Bravo!, esto es de lejos lo mejor que se ha escrito en medios cubanos sobre el temazo del día...

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  2. Lo que habría que preguntarse es por qué Estados Unidos ha alimentado todas esas informaciones contradictorias. Porque en realidad todas salen de Washington. Ellos son los que estaban ahí y ellos son los que saben lo ocurrido. No tenían que decir que Bin Laden estaba desarmado, no tenían que formar ese enredo de si brindó resistencia sin entrar posteriormente en detarlle. Si cuando se supo la noticia se limitan a decir que Bin Laden murió disparando el AK con el que siempre aparecía en las fotografías, no había razones para cuestionarse la credibilidad de los hechos.
    Surgen entonces dos posibles hipótesis: una es el convencimiento de que tarde o temprano iban a ocurrir filtraciones, y era mejor entonces que éstas comenzaran ya y desde la Casa Blanca. La otra es que esta discusión ha servido para echar a un lado la verdaderamente importante: Cómo es que se demoraron tanto en acabar con Bin Laden?
    A partir de pasar por alto ese punto, es que Obama puede apelar a la excepcionalidad hegemónica de Estados Unidos, que no es más que una repetición del clásico concepto imperialista

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  3. El presidente Obama es un oportunista reconocido y como tal actuó al ordenar el asesinato de Bin Laden. Las encuestas lo daban como posible perdedor en la contienda presidencial del 2012 y en consecuencia actuó para realzar su degradado pérfil. Lo interesante de este caso es el silencio cómplice de la mayoría de los gobiernos democraticamente electos a través del mundo. Se debió respetar la ley y llevar a Bin Laden a juicio, no por él, sino por la preservación de la equidad y la justicia, pilares sobre los cuales descansa la imagen de la civilización occidental.

    JF

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  4. En todos lados, prensa, TV, radio, twitter, face book y en el número infinito de blogs que existen se ha comentado la eliminación de Bin Laden. A todos les seduce el debate ético en torno a la muerte que algunos han llamado asesinato.
    El asunto, aunque muy mal manejado por la Casa Blanca y personeros de CIA y otras entidades como dice Armengol con sobrada razón, se reduce a un hecho operacional que ha sido subestimado. El carácter de la operación hace casi imposible, aunque la orden fuera "vivo o muerto", conseguir lo primero. Imposible asegurar que no detonaran un explosivo o cuál la reacción del líder y sus secuaces. Un titubeo de los comandos podía significar el fracaso de la operación y la muerte de ellos. No amigos, lacuestión no es moral, la cuestión es operativa y cualquier elemnto de uno de estos comandos especiales podría disipar toda duda.

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  5. Buen punto Rafa. Si bien estoy de acuerdo que el presidente Obama al no mostrar la foto quiere de alguna forma "no herir la sensibilidad del mundo musulmán"-el teatro de fuerza de la ejecución muestra lo contrario. También habría que recordar que el teatro de guerra y el estado de excepción de Estados Unidos ha estado presente desde las primeros conflictos internacionales en los que ha participado (como en las Filipinas), y se extiende a sus territorios "no incorporados" como Puerto Rico. La ejecución de Bin Laden-y la muerte del independentista Filiberto Ojeda a manos de un operativo del FBI-tipo comando-ejecución es un ejemplo..--En el teatro del terrorismo internacional, el tratamiento del prisionero puertorriqueño acusado de terrorismo, José Padilla-ofrece otro ejemplo de cómo ver las contradicciones de ese mismo discurso del derecho internacional y el enemigo en el teatro de guerra--dentro de las propias fronteras.
    Jossianna Arroyo

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  6. Quizás no he comprendido bien la tesis del artículo de R. Rojas. ¿Se trata de clasificar a bin Laden como víctima? Creo que calificarlo así es un craso error. En todas las guerras las partes involucradas siempre han puesto sus respectivos muertos. No se les considera víctimas, sino bajas, a menos que sean civiles ajenos al conflicto. Por ejemplo, las tres mil personas que perdieron la vida en las torres gemelas, los pasajeros del avión destinado a estrellarse contra la Casa Blanca el 11 de septiembre de 2001. Ellos sí son víctimas. Bin Laden murió bajo las mismas reglas de combate que él estableció desde el instante en que se lanzó a la guerra. Al parecer, no ofreció mucha o ninguna resistencia ante sus adversarios cuando lo sorprendieron en la villa. Dada su profesión, los escenarios donde se movía se convertían en teatros legítimos de operaciones militares. Él encabezaba un grave conflicto planetario. Sabía lo que le esperaba si lo descubrían, tuviera o no entre las manos el fusil AK con el cual se retrató tantas veces. En todo caso, su pasividad final lo asemeja a la rendición tranquila de Saddam Hussein. Éste, sin embargo, fue jefe de estado en un país invadido. Lo llevaron a juicio, cubierto por una prensa prensa mundial en general muy hostil a la invasión que lo había sacado de su cargo. A la postre, Hussein murió de manera muy distinta a sus dos hijos, que no dudaron en batirse a pura metralla con sus perseguidores. No se quitaron las botas. Hussein fue retóricamente bravo en las sesiones del juicio donde lo condenaron a muerte. A lo mejor Bin Laden quería darse una tribuna y destino similares. Sospecho que, como a Hussein, le fallaron las piernas y a lo mejor olvidó que él no era jefe de estado, sino líder de un grupo terrorista que ha causado y causará, sin dudas, muchas más víctimas. Es hoy la principal baja de Al Quaeda. ¿Mártir de su causa y para sus seguidores? Sí. ¿Víctima? No. En las guerras no se producen bajas sin brutalidad y sin plomo.

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  7. Sobre los que se han creído excepcionales a través de la historia, lea el libro reciente titulado:

    "Excepcion_al. Crónicas de Papefu".

    Puede ser encontrado en Amazon.com y otros lugares.

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