Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

sábado, 23 de julio de 2011

Del símbolo a la alegoría




El segundo cuaderno de José Martí, “Versos sencillos” (1891), escrito en plena inmersión del líder político en la organización de una nueva guerra separatista en Cuba y luego de haber alcanzado una gran familiaridad con la cultura norteamericana, desde su exilio en Nueva York, apela a varios significantes distintos a los que predominan en “Ismaelillo” (1882).

El poema XXIX, por ejemplo, que dice “la imagen del rey, por ley,/ lleva el papel del Estado:/ el niño fue fusilado/ por los fusiles del rey./ Festejar el santo es ley/ del rey: y en la fiesta santa/ ¡la hermana del niño canta/ ante la imagen del rey!”, nos coloca frente al núcleo jurídico y teológico de las monarquías absolutas.

Si en aquel primer cuaderno eran recurrentes las imágenes monárquicas –castillos, reyes, príncipes, caballeros-, en este el republicanismo martiano no da tregua a cualquier forma de despotismo: monarquías, dictaduras o tiranías. El tirano –del que debe “decirse todo” y a quien se “clava con furia de mano esclava sobre su oprobio”- es un enemigo en “Versos sencillos”.

Junto al tirano, el otro rival que erige Martí en “Versos sencillos” es el obispo. Son varios los poemas anticlericales de este cuaderno y en alguno no es imposible encontrar rastros de la lectura que pudo haber hecho Martí de “The Bible in Spain” (1843), el hilarante libro del viajero inglés, George Borrow, en el que se narraban las extravagancias del dogmatismo católico en España.

Pero el mayor desplazamiento del significante tal vez haya que encontrarlo en algunos poemas enigmáticos en los que Martí pasa del símbolo a la alegoría. Desde una perspectiva simbólica, toda la poesía de Martí, como ha visto Iván Schulman en su gran estudio “Símbolo y color en la obra de José Martí” (1970), posee una notable coherencia. Sin embargo, en algunos poemas de “Versos sencillos”, al pasar del símbolo a la alegoría, Martí se interna en una zona exclusiva de la literatura del siglo XIX, transitada por Edgar Allan Poe, Herman Melville y otros escritores norteamericanos.

Pienso, por ejemplo, en el XII, donde Martí narra un paseo en bote en el que se topa con un “pez muerto, un pez hediondo” y, sobre todo, en el XIII y el XXXII, dos de los poemas más intrigantes de la poesía cubana. El primero reconstruye una visión nocturna en la que una iglesia newyorkina aparece en forma de búho, mientras graznan una cigarra y un búho. El segundo ofrece otra visión:

Por donde abunda la malva

Y da el camino un rodeo,

Iba un ángel de paseo

Con una cabeza calva.


Del castañar por la zona

La pareja se perdía:

La calva resplandecía

Lo mismo que una corona.


Sonaba el hacha en lo espeso

Y cruzó un ave volando:

Pero no se sabe cuándo

Se dieron el primer beso


Era rubio el ángel, era

El de la calva radiosa,

Como el tronco a que amorosa

Se prende la enredadera.


Martí parece referirse a una pareja, un ángel rubio, tal vez una mujer -como el "Angel of the Waters" del Central Park-, y un calvo, que se funden en un beso, al punto que en la última estrofa alude a ambos como una misma persona. El tono narrativo y enigmático es, sin embargo, el de relatos alegóricos como los que abundan en la literatura medieval francesa, italiana y española y que observamos todavía en “Laberinto de Fortuna” de Juan de Mena y “La Divina Comedia” de Dante Alighieri. Martí, quien en sus “Cuadernos de apuntes” hizo varios ejercicios de escritura alegórica, se familiarizó con ese tono leyendo a escritores norteamericanos del siglo XIX como Poe y Melville.

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