Libros del crepúsculo

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jueves, 4 de junio de 2015

La biblioteca canibalizada

Hace semanas comentamos aquí el último libro del ensayista puertorriqueño Carlos Pabón, que compila algunas de sus principales intervenciones en la esfera pública de la isla en años recientes. Decíamos que el texto de Pabón dejaba leer cierta nostalgia por la época de los 90 y principios de los 2000, cuando revistas como PostdataBordes y Nómada y autores como Julio Ramos, Juan Duchesne, Áurea María Sotomayor, Rubén Ríos, Juan Gelpí, Arturo Torrecilla, Juan Carlos Quintero y el propio Pabón abrieron un campo intelectual, hasta entonces, bastante hegemonizado por discursos nacionalistas homogeneizantes y acríticos.
Ahora la estudiosa argentina Elsa Noya, profesora de la Universidad de Buenos Aires, ha publicado, también en la editorial Callejón, de San Juan, un volumen que analiza detalladamente la emergencia de ese nuevo campo intelectual en Puerto Rico, marcado por la resonancia del postestructuralismo y el postmodernismo, y que pondera sus legados fundamentales. Como sugiere el título, Canibalizar la biblioteca. Debates del campo literario y cultural puertorriqueño (1990-2002) (2015), Noya describe aquellas revueltas discursivas como la canibalización de una biblioteca nacional que, insinuada por textos críticos de principios de los 90, como La memoria rota de Arcadio Díaz Quiñones y Literatura y paternalismo de Juan Gelpí, produjo para fines de la década una oleada de deconstrucción y revisionismo, cuyos alcances es preciso medir y archivar.
Llama la atención en el estudio de Noya la exposición de conexiones del campo intelectual puertorriqueño con América Latina, el Caribe y Estados Unidos. En contra de una autopercepción insularista, que tanto en Cuba como en Puerto Rico, imagina la vida literaria enclavada en un excepcionalismo impermeable, Noya destaca la presencia en aquellas revistas y aquellos diálogos de escritores puertorriqueños como Mayra Santos Febres y Eduardo Lalo, pero también de cubanos como Rolando Prats, Víctor Fowler, Mayra Montero y Senel Paz, de los chilenos Diamela Eltit y Pedro Lemebel o de los argentinos Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo.
Las conclusiones de Noya, sintetizadas en los últimos párrafos del libro, apuntan a un paradójico proceso de autonomización cultural, por medio de la crítica, que habría que pensar con mayor cuidado. La paradoja a la que me refiero es que un movimiento de ideas y textos que, mayormente, desde el postestructuralismo y el postmodernismo, removió las bases del nacionalismo tradicional, de marca independentista o autonomista, haya impulsado la autonomización del campo intelectual. Entre la conclusión de Noya y la de Pabón es advertible una tensión en torno a las posibilidades de intervención real en la esfera pública que genera dicha autonomía:

"De frente a una tradición crítica que ha tendido a cristalizar a la literatura y cultura puertorriqueñas exclusivamente por su capacidad de resistencia y representación de una identidad nacional en el marco de la dependencia política neocolonial, podríamos pensar que los debates de los años 90 sobre las funciones de la escritura y del intelectual, de la transformación en las relaciones con el conocimiento y la misma producción crítica y literaria que generan en el campo, en diálogo con vitales y legítimas reivindicaciones identitarias y políticas, manifiestan un proceso de autonomización literario y cultural que se autodevora metabolizando sus procesos de crecimiento".

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