Libros del crepúsculo

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lunes, 23 de octubre de 2017

Bolívar sin caballo




Dos de las principales estatuas de Bolívar en Bogotá, a diferencia del Bolívar caraqueño al que rindió respeto el viajero José Martí, sin sacudirse el polvo del camino ni preguntar dónde se comía o dónde se dormía, muestran al Libertador sin caballo. Palomo, el pinto de cola hasta el suelo, que acompaña, casi siempre relinchando, a Bolívar, en cuanta imagen suya hemos visto en la pintura y la estatuaria latinoamericana, ha desaparecido.
El héroe de la Plaza Bolívar, esculpido en Roma por Pietro Tenarani, está parado con la espada en el brazo derecho hacia el suelo. La hora de las armas ha pasado y ha llegado el momento de las leyes, los decretos y las reformas en la paz. El documento que enrolla en la mano izquierda alude a la importante obra constitucional y legislativa del caraqueño en la Gran Colombia.
El Bolívar del Templete en el Parque de los Periodistas, obra de otro italiano, Pietro Cantini, avecindado en Colombia, es también un héroe civil, un estadista honrado en el centenario de su nacimiento. Un Bolívar más claramente romano o republicano, que marcó con su pensamiento político todo el proceso de fundación de las nuevas naciones latinoamericanas.
Esta elección deja ver un ángulo del culto a Bolívar en Colombia, muy diferente al venezolano o, más específicamente, al chavista, que tiene que ver con la pluralidad del panteón heroico en este país. En la entrada del Museo Nacional, el antiguo panóptico de la penitenciaría, están dos bustos, frente a frente, de Francisco de Paula Santander y Simón Bolívar, como si establecieran un contrapunto que impide la monarquización del panteón, a la manera del bolivarismo venezolano o el martianismo cubano. Ese equilibrio se percibe en toda la monumentalística del espacio público de la ciudad: Bolívar y Santander, Pedro Nel Ospina y Jorge Eliécer Gaitán.

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