Libros del crepúsculo

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lunes, 21 de mayo de 2018

Eduardo Chibás: el anillo de Martí y el revólver de Gómez

Aceptemos, con Beatriz Sarlo y otros estudiosos del tema, que el populismo está siempre ligado al melodrama en América Latina. Históricamente, el populismo clásico, esto es, el peronismo y el varguismo, en los años 30 y 40, se instala en el momento de auge de la radio y, específicamente, de las radio novelas. A esa observación podría agregarse que el periodo de máxima espectacularidad dramática de los populismos llega entre fines de los 40 y la década siguiente, cuando aquellos regímenes, que en muchos casos tuvieron orígenes militares, se vuelven centralmente cívicos, y se enfrentan a la entrada de la Guerra Fría en América Latina.
El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en Colombia, la muerte de Evita Perón en Argentina y los suicidios de Eduardo Chibás y Getulio Vargas son cuatro episodios centrales del drama populista en América Latina. Muertes y duelos que resuenan en la cultura política de la región, acentuando la idea de que la historia avanza por medio de líderes excepcionales, enfrentados a oligarquías entreguistas y traidoras. No hay evidencias de que en alguna de esas muertes haya intervenido una agencia de Estados Unidos, sin embargo el mito de aquellos líderes como mesías sacrificados por el imperialismo se reprodujo ampliamente.
El último capítulo de Elena Alavez Martín, en Eduardo Chibás: clarinada profunda (La Habana, Ciencias Sociales, 2009), habla de una "conjura imperial", relacionada con el suicidio del líder ortodoxo, pero no se se expone evidencia alguna. En ese libro, así como en el clásico de Luis Conte Agüero, Eduardo Chibás, adalid de Cuba (1955), fuente de casi todos los estudios posteriores, y en la biografía más reciente de Ilan Ehrlich, Eduardo Chibás. The Incorregible Man of Cuban Politics (2015), se relatan los múltiples duelos, sus dos intentos de suicidio y toda aquella oratoria atravesada de código de honor y mesianismo discursivo.
Hay una contradicción entre el libro de Conte Agüero y el de Alavez Martín, que Ehrlich no zanja en el suyo, el más profesional de los tres. Dice la primera que el 10 de octubre de 1950, Chibás dio un discurso en el Ateneo Cubano de Nueva York, en el que aseguró que una misteriosa "dama de boina rosada", que iba en su avión de La Habana a Nueva York, le había "prestado" un anillo -no el del hierro de los grilletes que le regalara su madre, Leonor Pérez, sino otro, de oro-, perteneciente a José Martí, y un revólver propiedad de Máximo Gómez. Según Chibás, la dueña le "había prometido regalarle" ambos objetos "si continuaba la obra martiana, si no se apartaba de la Revolución del Apóstol, si satisfacía los anhelos de su pueblo rescatándolo del oprobio en que naufraga".
Y agregaba: "pero si frustro las ansias de mi pueblo, si soy infiel a los postulados revolucionarios, por favor, señora, no me envíe el anillo de Martí, envíeme el revólver de Máximo Gómez, para levantarme la tapa de los sesos, castigando así la cabeza que ha traicionado al corazón". Según Conte Agüero, en versión que confirma Ehrlich, la escena no tuvo lugar en un discurso en Nueva York sino en Tampa, en un stadium de pelota, en el que se reunieron más de cinco mil cubanos el 21 de octubre, no el 10 de ese mes de 1950. El periodista Paul Guzzo, del Tampa Tribune, en una serie de artículos periodísticos, sugirió que el anillo de oro de Martí, junto con una chaveta y un revólver, no de Gómez sino del propio Martí, habían pasado de manos del tabaquero y patriota cubano Estanislao O'Halloran a Rose Soriano, una cubana que asistió al discurso de Chibás en Cuscaden Park, Ybor City.
La leyenda urbana se cierra con la falsedad que aquella pistola, supuestamente de Martí, fue el arma con que Eduardo Chibás se disparó en el abdomen el 5 de agosto de 1951, tras la trasmisión de su "último aldabonazo" en la CMQ. Buena parte de la historiografía sobre Chibás, habla de sus duelos, sus intentos de suicidio y su lenguaje sacrificial con un acento fingidamente atenuado, que asume como ordinario o natural algo que no lo es y que pierde de vista las fuertes conexiones del desenlace del líder ortodoxo con la cultura del drama populista en la política latinoamericana de mediados del siglo XX.


1 comentario:

  1. Las entradas dedicadas al populismo hilvanan de manera ejemplar la presencia de esa corriente en América Latina en particular por dos razones. La primera es la conexión del fascismo con el populismo y la segunda porque permite observar al fascismo como otra fuente de la revolución latinoamericana. El fascismo es ese pariente “pobre”, “enfermo”, o” negro” que los nacionalistas revolucionarios guardan en el clóset.

    Después de 1945 solo en España y Portugal se podía hacer carrera con consignas fascistas, pero eso no era así en la década de 1930, como muy bien observa Rojas. El fascismo (Mussolini, 1922) es la alternativa revolucionaria (uso de la violencia para tomar el poder) al comunismo (Lenin, 1917). Las diferencias básicas consisten en ver la lucha de clases de manera no contradictoria, llegar al poder (solo con violencia callejera) por vía democrática y luego subyugar la sociedad civil en extremo, pero sin eliminarla.

    Como puede verse, la descripción básica del nacionalismo revolucionario fascista es similar a la del populismo. La diferencia es la circunstancia histórica. Un gobierno fascista argentino en 1946 no puede parecerse al fascismo que acaba de perder la guerra, ni le hace falta. Pero es razonable que el modelo de Perón sea Mussolini porque Perón entra en el mundo adulto a los 20 años cuando llega Mussolini al poder, de la misma forma que Perón es el modelo de Castro porque Castro tiene 20 años cuando Perón llegar al poder.

    Esto explicaría el comentario de Perón a Cooke que Rojas recoge muy bien: “La Revolución Cubana tiene nuestro mismo signo”. Signo no significa izquierda o derecha, sino nacionalista revolucionario (fascista). Perón, como Franco, reconoce a Castro como “familia”. Un gobierno fascista cubano en 1959 no puede parecerse al peronismo que acaba de ser derrotado, ni le hace falta. Nasser sería el “modelo”; enfrentó al imperialismo británico (1953), compró armas en Checoslovaquia (1955), creó una constitución con partido único que lo eligió presidente (1956), nacionalizó el Canal de Suez (1956), visitó a Jrushchov (1958), envió maestros alfabetizadores y apoyó partidos nasseritas en varios países.

    Finalmente, si al populismo de 1930-1940 se puede llamar clásico, el populismo de principios del siglo sería pre-clásico. Igual que el populismo apoyado por la prensa radial y televisiva, el populismo de principios de siglo se apoyó en la prensa escrita. La figura principal es el español Alejandro Lerroux. Rojas hace muy bien en colocar a Chibás como populista. La vida dramática de Chibás se parece mucho a la de la época de Lerroux, la cual se inspiraba en el folletín o la novela por entregas. Imagino que Chibás, Batista y Castro (1959-1961) inaugurarían el populismo post-clásico.

    Soren Triff, Bristol. Rhode Island






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