Recuerda Chartier a sus
maestros en la Escuela de los Anales con mezcla de veneración y piedad. Habla
de Jacques Le Goff y Pierra Nora como si se tratara de vecinos que uno
encuentra cada mañana en la panadería o el café. Y recuerda no sólo a los
historiadores sino también a los filósofos, como Michel Foucault, de quien
sigue admirando la prosa viva, y Louis Althusser, cuya obsesión final con la
compra de un Rolls Royce le parece la paradoja perfecta del marxismo francés.
Los estudios de Chartier
sobre la Brevísima relación de Las
Casas han quedado condensados en un capítulo del libro La mano del autor y el espíritu del impresor, publicado por Katz-Eudeba
en Buenos Aires el año pasado. Asegura el historiador que el texto del fraile
dominico y obispo de Chiapas tuvo “siete vidas”, como los gatos, ya que el
sentido del tratado se fue reinventando en cada una de sus múltiples ediciones.
Las Casas escribió su
invectiva contra la colonización española en un estado de decepción con las
llamadas Leyes Nuevas de mediados del siglo XVI. En contra de lo que él mismo
había argumentado en el famoso debate de Valladolid con Ginés de Sepúlveda, el
sistema colonial seguía recurriendo a las encomiendas y otras formas de
atropello de los derechos naturales de las poblaciones originarias de América.
La segunda vida del texto de Las
Casas es la de las traducciones y reediciones en los Países Bajos, durante las
rebeliones de aquellos reinos protestantes contra España a fines del siglo XVI.
El dominico, un teólogo católico, que había dedicado su manuscrito al rey
Felipe II, era convertido en precursor del protestantismo, que denunciaba la
“tiranía” del imperio español. El libro de Las Casas era traducido como un
“espejo” del despotismo católico.
La tercera vida de la Brevísima relación es la de la primeras
traducciones al alemán en los últimos años del siglo XVI y primeros del XVII.
Se trata de ediciones ilustradas en Frankfurt y Amberes que exponían las
crueldades del imperio español en América con imágenes dantescas, que
describían la colonización como el infierno. Cuenta Chartier que series
iconográficas similares se reprodujeron en Gran Bretaña como parte de la
propaganda antiespañola en los años de la “Armada Invencible”.
La cuarta vida es el uso
político que hicieron algunos editores mediterráneos, especialmente en Venecia,
de la “leyenda negra” antiespañola, en el siglo XVII. Aquellos editores eran
republicanos y antipapistas que acusaban a Roma de complicidad con Madrid en la
empresa colonial. Una quinta vida es una rara traducción catalana de la Brevísima relación que denunciaba el
“imperialismo castellano”, en tiempos de la revuelta contra Felipe IV.
La sexta y séptima vidas del
ensayo de Las Casas son más conocidas: la de los ilustrados y enciclopedistas
franceses, críticos del absolutismo y la inquisición, en el siglo XVIII, y la
de Simón Bolívar, Fray Servando Teresa de Mier y los independentistas
latinoamericanos de la primera mitad del siglo XIX. Las Casas aparece aquí como
una fuente del anticolonialismo y el abolicionismo, especialmente el británico,
a pesar de haber sido partidario de la esclavitud de los africanos.
La arqueología bibliográfica
de Chartier es un ejercicio admirable, que permite recorrer los usos y abusos políticos
de cualquier texto referencial. Algo similar merecerían, ya no libros o
folletos, sino frases o máximas de los “padres de la patria” del XIX y de los
caudillos revolucionarios del siglo XX, que siguen emocionando a los políticos
de hoy, como si se tratara de rezos o letanías.
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