Libros del crepúsculo

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martes, 6 de octubre de 2020

El Juárez de Marx



Para la izquierda latinoamericana ha sido siempre difícil asimilar los escritos de Marx y Engels sobre América Latina y el Caribe. La accidentada historia de las traducciones, ediciones y lecturas de esos escritos, en que destacan los esfuerzos de José Aricó, Pedro Scarón, Jesús Monjarás-Ruiz y Arturo Chavolla, denota un malestar, cuando no una reticencia, dentro de la izquierda latinoamericana hegemónica, a la difusión de lo que Marx y Engels pensaron y escribieron sobre la región. 
 En varios artículos en la prensa alemana, en 1848 y 1849, justo cuando daban a conocer el Manifiesto Comunista, Marx y Engels dijeron que la “conquista de México” por Estados Unidos “constituía un progreso” para “un país ocupado hasta el presente de sí mismo, desgarrado por perpetuas guerras civiles”. También escribieron, en contra de Bakunin y otros teóricos anarquistas, que “no era una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada de los perezosos mexicanos, que no sabían que hacer con ella”.
 Algunos marxistas latinoamericanos, como Enrique Dussel, han querido ver un cambio de percepción en Marx, sobre América Latina, a partir de la obra de madurez que arranca con los Grundrisse (1857). Pero lo cierto es que en aquellos años es que Marx escribe para el New York Daily Tribune, de su amigo Charles Dana, algunos de sus textos más llenos de prejuicios raciales, culturales y políticos sobre América Latina, como la acre semblanza de Simón Bolívar en la New American Cyclopedia, o los comentarios entusiastas de la Historia de la conquista de México de Antonio Solís y The War with Mexico de R. S. Ripley, donde celebraba a Hernán Cortés y a Zachary Taylor y contraponía a la “independencia y capacidad individual” de los estadounidenses, la “degeneración” de los mexicanos, que pintaba como “caricaturas de los guerrilleros españoles”. 
 Nunca dejó Marx de trasmitir una visión eurocéntrica del capitalismo y de las revoluciones que provocaba en todo el mundo, pero en los años 60 y 70 del siglo XIX, mientras concluía y difundía El Capital, comenzó a proyectar una visión más claramente crítica del colonialismo, la esclavitud y el expansionismo de Estados Unidos en América Latina y el Caribe. Es entonces que se publican sus artículos contra la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, agenciados por Napoleón III, con la complicidad de España y Gran Bretaña. En todos aquellos artículos, en Die Presse y el New York Daily Tribune, se condenaba por “monstruosa” la empresa, que intentaba desconocer que en México había un gobierno constituido y legítimo. 
 La “autonomía” y la “dignidad” de la república mexicana, según Marx, estaban siendo pisoteadas por las grandes potencias “liberales” de Europa, cuando en México gobernaba un “Partido Liberal”, que “había derribado la dominación eclesiástica”. Marx, enemigo del liberalismo europeo, veía con simpatía aquel liberalismo latinoamericano. Pero los villanos del relato de Marx sobre la intervención y el imperio no eran Maximiliano, Miramón o Mejía, sino su viejo conocido Luis Bonaparte -el “Napoleón le Petit” de Victor Hugo-, Lord Palmerston, Primer Ministro británico, y su sucesor, Lord John Russell. 
 Los héroes no eran el presidente Benito Juárez y su canciller Manuel María Zamacona, un “ex periodista” que, al decir de Marx, “superaba invariablemente en el intercambio de notas diplomáticas” al ministro británico Charles L. Wyke. No, el héroe de lo que llamó “el revoltijo mexicano”, era Abraham Lincoln, quien con su apoyo a Juárez había logrado el colapso del imperio. Su visión eurocéntrica persistía al subordinar la historia de México a la de Estados Unidos y llegaba a ser bastante explícita cuando elogiaba la Doctrina Monroe, porque, a su juicio, había malogrado los planes de la Santa Alianza. Es lógico que la vieja izquierda regional no quiera saber de aquel Marx lincolniano, tan bien retratado por el marxista británico Robin Blackburn.

1 comentario:

  1. Más allá de la inhibición de la(s) izquierda(s) latinoamericanas y del propio eurocentrismo de Marx (grandes temas por sí mismos), habrá que valorar sus apreciaciones sobre México y América Latina a la luz de la historia transcurrida desde entonces, particularmente de nuestra relación con la vecina potencia del norte. Acaso por razones distintas a las que subyacen en el razonamiento marxiano, podría compartirse, por lo menos en parte, su juicio. Finalmente la relación con EEUU estaba en el centro de la polémica entre conservadores y liberales en esas mismas fechas. En cualquier caso, lo que el rumor de las aguas que han corrido bajo los puente de la historia nos dice es que las cosas son más complicadas de lo que el anacronizante discurso político contemporáneo las hace ver.

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