Las tiranías y los totalitarismos son tales no por el cúmulo de muertos que producen –también las democracias matan- sino por un tipo específico de institucionalización de un terror, que no siempre es letal. Mejor que muchos historiadores y politólogos, Roland Barthes captó esta sutileza en su ensayo sobre Tácito y el “barroco fúnebre”.
El ensayo, publicado en 1959, en L’Arc, fue recogido en la primera edición de Ensayos críticos (Seuil, 1964). La idea de la imposibilidad de contar las muertes del terror, planteada por Barthes, guarda algún parentesco con la “cantidad hechizada” de José Lezama Lima. La misma no sólo sería válida para describir tiranías o totalitarismos sino para pensar culturas barrocas:
“Quizás eso sea el barroco: una contradicción progresiva entre la unidad y la totalidad, un arte en el que la extensión no es una suma sino una multiplicación, en una palabra, el espesor de una aceleración: en Tácito, de año en año, la muerte genérica es masiva, no es conceptual; la idea aquí no es el producto de una reducción, sino de una repetición. Sin duda sabemos ya perfectamente que el terror no es un fenómeno cuantitativo; sabemos que durante nuestra Revolución, el número de suplicios fue irrisorio; pero también que a lo largo del siglo siguiente, de Büchner a Jouve (pienso en su prefacio a las páginas escogidas de Danton), se ha visto en el terror un ser, no un volumen”.