El libro está organizado como un viaje por varias escenas nacionales. América Latina es el espacio común en que se produjo la emergencia de un rock vernáculo, entre los años 50 y 60, pero dicho espacio estaba conformado por distintas plazas nacionales. Ni comercial ni estéticamente llegó a producirse un rock latinoamericano, a lo sumo un conjunto de comunidades rockeras en cada país y, más específicamente, en cada capital.
El recorrido arranca con Cuba, aunque los autores advierten desde las páginas introductorias que hubo manifestaciones del rock en México y Argentina, desde los años 50, con Gloria Ríos, Enrique Guzmán y Los Teen Tops o Palito Ortega y la Nueva Ola en Buenos Aires. El primer capítulo cubano sirve para ofrecer un contexto de los orígenes del rock latinoamericano en el arranque de la Guerra Fría.
Alabarces y Gilbert resumen la tensa historia de los primeros grupos de rock en la isla (Los Dada, los Dandys, Los Enfermos del Rock and Roll, Los Fantasmas, La Guerrilla de Landy, Los Huracanes, Tomy y sus Satélites…), que debieron producir su música en medio de la atmósfera censora y represiva de la Cuba de los 60 y 70.
Muchos jóvenes rockeros cubanos, como ha contado el historiador Abel Sierra Madero, catalogados de “enfermitos”, fueron recluidos en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
El arranque cubano permite a los autores identificar un conflicto de rango continental: en los años 60 y 70 el rock fue visto con recelo tanto por las derechas militaristas y conservadoras, que impusieron no pocas dictaduras en la región, como por las izquierdas revolucionarias más radicales o más ortodoxas, inspiradas en Cuba, China o la Unión Soviética, que veían esa música como parte del “diversionismo ideológico” del imperialismo contra la identidad cultural latinoamericana.
Siguiendo de cerca los trabajos de Eric Zolov, los autores encuentran en México una modalidad de adaptación del rock a contextos autoritarios en la América Latina de la Guerra Fría, que ofrece claves para entender el fenómeno en toda la región. De los refritos de Elvis al rock jipi y ondero del Festival de Avándaro, en 1971, los autores observan un avance en la apropiación y recreación desde códigos propios. En los 80, sin embargo, con Botellita de Jerez, el Tri y Rodrigo González es que Gilbert y Alabarces enmarcan el esplendor mexicano.
A pesar de las enormes diferencias políticas entre México y Argentina, en aquellas décadas, la trama que los autores encuentran en la evolución del rock mexicano es muy parecida a la de la ribera del Río de la Plata. Dan mucha importancia Alabarces y Gilbert al Uruguay en ese capítulo, destacando el papel de Los Shakers en el momento fundacional del rock conosureño. Luego vendrían los años de Almendra y Sui Generis, de Charly García y Luis Alberto Spinetta, pero los autores son cautos al afirmar el papel de resistencia del rock argentino a las últimas dictaduras militares.
Este libro tiene la virtud de adentrarse en dos regiones, no siempre bien captadas en los estudios latinoamericanos, especialmente desde México: el Brasil y los Andes. Destacan en ambos escenarios, la gran capacidad de los brasileros, los peruanos y también los chilenos y bolivianos para poner a dialogar el rock con sus tradiciones sonoras: Os Mutantes en Brasil, con su rock tropicalista, Wara en Bolivia, con sus armonías incaicas, y Los Jaivas en Chile, con su psicodelia andina, serían tres buenos ejemplos.