Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

domingo, 6 de octubre de 2013

La cara irreproducible de Edward James




En la retrospectiva de Magritte que puede verse ahora mismo en el Moma se muestran los dos retratos que el pintor belga hiciera de su amigo, el magnate y poeta escocés, mecenas de los surrealistas y partidario de la República Española, Edward James.  Fue este excéntrico millonario el que propuso a Buñuel y Dalí comprar un submarino y decorarlo a la manera surrealista, para ponerlo a las órdenes de los republicanos durante la Guerra Civil.


En uno de los retratos, Reproducción prohibida (Retrato de Edward James),  el poeta aparece de espaldas frente a un espejo, que no refleja su rostro sino la nuca que pinta el pintor. La imposible reproducción a la que se refiere Magritte en el título alude tanto a ese ocultamiento del rostro como a la imagen invertida del volumen The Narrative of Arthur Gordon Pyn of Nantucket de Edgar Allan Poe, lectura de cabecera del propio James y otros poetas surrealistas.


En el otro retrato, la cara de Edward James tampoco se ve. Se titula El principio del placer y, como en buena parte de la obra de Magritte, el título encierra la paradoja conceptual de diluir el rostro del modelo dentro de una luminosidad propagada más por el principio de la razón -o de la realidad, hegelianamente entendido- que por el del placer. James sería ese sujeto cuyo semblante se pierde lo mismo, en la profundidad del espejo, que en las fulguraciones del cerebro.


El gran proyecto de la vida de James, como ahora se sabe, no fueron esos retratos por encargo a Magritte o las empresas surrealistas que propuso a Dalí y Buñuel: fue su mansión de Las Pozas, un Jardín del Edén construido en Xilitla, San Luis Potosí, donde se pueden ver esas esculturas vegetales que intentaron escenificar la idea de México como patria del surrealismo, formulada alguna vez por Breton.



viernes, 27 de septiembre de 2013

Martí umpire








En Stealing Base: Cuba at Bat, una reciente muestra de pintura cubana en la galería The 8th Floor, en Manhattan, se expuso un cuadro del joven artista cienfueguero Camilo Villalvilla, titulado “El Mago”. La pintura retrata a un José Martí, vestido de umpire, detrás del home, con la mano derecha oculta en su espalda y la careta en la izquierda.
Un Martí hipster, desenmascarado, civil entre uniformados, que en pose respetuosa espera, detrás del home, por el cátcher, el bateador y el pitcher. El héroe como umpire del gran juego de la nación, cuya tarea consiste en marcar la bola y el strike, el out y el safe. Pero en este caso, el héroe en reposo, antes de que comience el juego propiamente dicho.
Se trata de un árbitro ya listo para cumplir una función, que el artista asocia con un acto de magia. ¿O la magia es que a casi 120 años de su muerte y luego de tantos usos y apropiaciones José Martí siga siendo un referente clave de la política cubana? La magia también podría aludir a que la jugada que deberá arbitrar el umpire será la más complicada, en el juego de la nación.
El punctum del retrato, como diría Barthes, es que la jugada no ha tenido lugar aún. Cuando lleguen los jugadores al home, el umpire dará al cátcher una de las pelotas que lleva en el bolsillo y comenzará el partido. Martí, según el artista, no es un jugador, es un árbitro, alguien que, en vez de jugar, propicia y canta la jugada. Un sujeto neutral, imparcial, que desde algún afuera de la historia interviene en ésta para dotar de sentido al evento. naciego de tantos usos y apropiaciones Jos20 años de su muerte

martes, 24 de septiembre de 2013

¿Cómo no querer a Sting?








La entrevista que concede Sting al Book Review de este fin de semana nos retrata a un músico con una cultura literaria e histórica reconocible. Lee novelas sobre la Revolución Gloriosa inglesa o sobre la Revolución de Independencia de Estados Unidos, que sintomáticamente llama "American War of Independence", no "Revolución", que le interesan porque burlan estereotipos acumulados por la mala historiografía y los usos políticos del pasado. Le gusta el Cromwell de Hilary Mantel porque es "complejo", liberado del mito establecido por la historia oficial.
Dice que su novelista favorito es Mark Twain, habla de "migraciones masivas al universo lingüístico" de Nabokov, de Cien años de soledad como una ópera y confiesa que el libro que más impacto ha tenido en su vida es El Maestro y Margarita de Mijaíl Bulgakov. Por si fuera poco, aprovecha para decir que Woland y el mundo de Bulgakov siguen vivos en la Rusia de Putin, recomienda a los presidentes que lean a Marco Aurelio, sobre el "estoicismo y la limitación del poder", y acaba dando la noticia de que está leyendo Solitude and Solidarity (2012), la antología de Albert Camus compilada por su hija Catherine. "Well, what did you expect"?

jueves, 19 de septiembre de 2013

La verdad inútil

Ayer asistí, en Princeton, a una conversación entre el historiador Jeremy Adelman y el economista Paul Krugman, a propósito de la biografía de Albert O. Hirschman, Worldly Philosopher (2013), escrita por el primero. El libro de Adelman ha sido celebrado por Malcolm Gladwell en The New Yorker y por Cass Sunstein en The New York Review of Books, como una obra elegante y erudita, a medio camino entre la biografía privada y la historia intelectual.
Hirschman, autor de ensayos fundamentales sobre la economía, la sociedad y la política modernas, como Exit, Voice, and Loyalty (1970), The Passions and the Interests (1977) y The Rethoric of Reaction (1991), fue además uno de esos peregrinos académicos -"Odisea" es el término que Adelman escogió para subtitular su libro- involucrados en el diseño y la difusión de estrategias para el desarrollo en América Latina y el Tercer Mundo en los años 50 y 60. Veterano de la solidaridad con la República Española y de la resistencia antifascista francesa, sus simpatías por el socialismo democrático lo llevaron a tomar distancia, a la vez, de la ortodoxia marxista y del dogmatismo liberal.
En el diálogo de ayer, en Princeton, Krugman, quien en materia de economía política sostiene una posición muy parecida o heredera de la de Hirschman, confesó, sin embargo, no saber qué hacer con las ideas del maestro. Había algo inútil e inaplicable en aquellas teorías sobre el desarrollo, basadas a veces en la observación antropológica de la moral económica de una familia de campesinos colombianos. Adelman dio la razón a Krugman cuando recordó las dificultades de aquel economista, admirador de Montaigne, para formalizar matemáticamente sus hipótesis.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Americanness

La muestra del Moma sobre el arte moderno en Estados Unidos, de Edward Hopper a Georgia O' Keeffe, curada por Kathy Curry, está articulada en torno al concepto de "americanness". Exposiciones como esta nos recuerdan algo tan elemental como que los dilemas del nacionalismo y la identidad no son exclusivos de los países periféricos, como a veces parecen sostener los discursos postcoloniales y subalternos. Sin el nacionalismo de los países centrales difícilmente habrían tenido lugar las dos guerras mundiales del siglo XX.
Desde el autorretrato de Charles Scheeler con un teléfono delante y su rostro detrás, reflejado en una vitrina, hasta la serie primitivista de Jacob Lawrence, con sus obreros negros, o las pinturas sobre boxeo o handball de Ralph Steiner y Stuart Davis, asistimos a una aglomeración de tópicos norteamericanos: el industrialismo, la migración, la publicidad, el capitalismo, el desarrollo... Y junto a todos esos atributos, uno más, asociable a Estados Unidos desde los tiempos de Twain y Tocqueville: la soledad.
La soledad se siente lo mismo en los bares deshabitados o las mujeres abandonadas de Hopper, en el célebre "Christina's World" de Andrew Wyeth o en el astuto retrato de Alfred Stieglitz, hecho por Arthur Dove, en el que la cara del fotógrafo se esconde tras una espiral y un estropajo, como símbolos de la invención humana. El reconocimiento de la soledad, en tanto clave de una cultura nacional, forma parte del individualismo norteamericano, de las tradiciones libertarias de este país, pero también es uno de los pilares de la ideología de la excepción, que marca las relaciones de Washington con el mundo.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Rojos newyorkinos


Una persistente tradición racionalista, que se remonta a Kant, Hegel, Marx y Lenin, inclina a pensar las revoluciones y revueltas como desenlace, antes que como fuente de las ideas. En las últimas décadas, a medida que las revoluciones y revueltas se vuelven eventos más simbólicos que reales, más postmodernos que ilustrados, comenzamos a pensar esos fenómenos al revés. El 68, el 89, Chiapas, el 11/M u Occupy Wall Street se diferencian de las viejas revoluciones -el 76, aquel 89, el 17, el 59- mientras menos cambios tangibles y más fantasía de cambios producen.
La literatura sería uno de los muchos documentos donde leer la acumulación de fantasías de cambio que  desatan las últimas revueltas. Dos novelistas norteamericanos jóvenes, Jonathan Lethem y Caleb Crain, serían buenos ejemplos de lo anterior. En un reciente número de The New Yorker, el crítico James Wood se refiere a la última novela de Crain, Necessary Errors (2013), como una ficcionalización de la "revolución de terciopelo" en Praga, marcada por la ambivalencia ante el derrumbe del comunismo. La idea misma del "derrumbe" o de la dimensión propiamente revolucionaria de aquel cambio quedaría en entredicho dentro de una ficción que se coloca más allá de cualquier nostalgia del Este.
Otra novela reciente, Dissident Gardens (2013), de Jonathan Lethem, comentada el fin de semana pasado por Yiyun Li en el Book Review del New York Times, se adentra en estas revueltas imaginarias por la vía histórica. El libro cuenta el devenir de una familia de comunistas newyorkinos, entre los años 20 y el colapso de la URSS, entre la irrupción de la revista The Masses y el neopop clintoniano, que, sin dejar de celebrar la pasión revolucionaria de aquellos sujetos, no oculta el dogmatismo moral y sexual con que emprendieron sus políticas, en el ambiente, por demás, hostil del macarthysmo y el antiliberalismo. Lethem, como es sabido, estuvo muy involucrado en el movimiento Occupy Wall Street hace dos años: su novela podría ser leída como la paradójica historización de esa experiencia.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El presidente y el poeta


Ha muerto el gran poeta católico irlandés Seamus Heaney (1939-2013) y el presidente de su nación, también poeta pero ateo, Michael D. Higgins, rinde tributo al Nobel desaparecido. La poesía y la nación unen lo que la religión y la política separa y el presidente vivo ha hablado con elocuente dolor sobre el poeta muerto. Según The New York Times, Higgins habló de una "contribución de Heaney a la república de las letras", basada en la "humanidad y la conciencia". Según The Independent, el presidente habló, en realidad, de una poesía destinada a la edificación de una "república de la conciencia".