Libros del crepúsculo
jueves, 24 de octubre de 2019
El triunfo literario de los derrotados políticos
No es exclusivo del exilio republicano español. De hecho, es bastante más común de lo que se cree en toda la tradición literaria latinoamericana. Me refiero al desarrollo de una literatura refinada en condiciones de opresión o derrota política. Pienso, por ejemplo, en buena parte de la narrativa del boom de la nueva novela latinoamericana, producida en tiempos de dictaduras o autoritarismos (Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, García Márquez...) de derecha. Pero, también, en la literatura del post-boom, tipo Roberto Bolaño o Ricardo Piglia, a quienes tocó escribir en tiempos de transiciones democráticas en las que no se reconocían. Por no hablar de tantos escritores cubanos de las últimas seis décadas, que han producido lo mejor de su obra literaria, que, en muchos casos, es, a la vez, lo mejor de la literatura cubana, fuera de la isla.
Pocos plasmaron con tanta nitidez el triunfo literario de los derrotados políticos como los republicanos españoles. Ver, si no, este fragmento de una carta de Pedro Salinas, desde Johns Hopkins, Baltimore, a Guillermo de Torre, por entonces afincado en la editorial Losada, en Buenos Aires, en enero de 1942:
"Encuentro sumamente interesantes sus conclusiones sobre la literatura hecha en España y fuera de España, por los españoles. Y coincido con usted por completo. La razón más poderosa para que la literatura de la España franquista no alcance altura, es la "presión". Es el agobio que tiene que pesar sobre todos los que escriben, de tener que adaptarse a la "situación política" por uno u otro camino. Los más groseros escogen el camino carretero: adulación al caudillo, insultos a la República, ideología barata de tipo fascistoide. Y los otros echan por caminos desviados, como la "tradición", el espíritu religioso, el imperio, etc..., que son formas disfrazadas de adaptarse a la "presión".
sábado, 12 de octubre de 2019
Iroel Sánchez: mentir sobre lo mentido
En un post que no había leído hasta ahora, veo que el propagandista de tiempo completo del gobierno cubano, Iroel Sánchez, vuelve a mentir sobre lo mentido y asegura que el coloquio que realizamos en México, en 2016, sobre el pasado proceso constituyente cubano y del que se derivó el libro El cambio constitucional en Cuba, formó parte de un programa de la USAID para la "subversión" en la isla bajo el gobierno de Donald Trump.
En el comentario que suscita la extrañamente tardía respuesta de Sánchez, en este blog, hace año y medio, decíamos que el panfletista oficial mentía tres veces en una oración: aseguraba que aquella reunión académica buscó crear una nueva Constitución para Cuba, que se repartió dinero entre los participantes y que el financiamiento provino de la USAID, dependencia del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Como podrá observar el lector, Sánchez sólo responde a la tercera mentira y lo hace, mintiendo de nuevo.
La documentación que expone no evidencia que aquel evento celebrado en 2016, cuando todavía gobernaba Barack Obama -no Donald Trump, ¿otra mentira?-, recibiera financiamiento de la USAID sino del National Endowment for Democracy (NED), que no es una dependencia del gobierno de Estados Unidos sino un fondo privado de los partidos políticos y el congreso de ese país. Un congreso que en aquel momento, como ahora, posee grupos que apoyan abiertamente la normalización de vínculos con Cuba y viajan regularmente a La Habana a reunirse con las autoridades que, supuestamente, defiende el panfletista Sánchez.
Quienes hemos participado en el Centro de Estudios Constitucionales Iberoamericanos (CECI Ac) en los últimos años y la gran mayoría de los académicos e intelectuales cubanos, mexicanos o latinoamericanos que han sido convocados por esa asociación civil, somos partidarios del fin del embargo comercial contra Cuba, de plenas relaciones diplomáticas, económicas y culturales con la isla y somos críticos permanentes de la política del gobierno de Donald Trump no sólo hacia Cuba sino hacia toda América Latina. En mis columnas en La Razón, Letras Libres o El Pais pueden leerse múltiples piezas ilustrativas de esa crítica.
Aquel encuentro académico que propiciamos en México, como otros pocos que hemos impulsado en los últimos años, no forman parte de ningún plan de "subversión" contra Cuba, ni violan ninguna ley del país en que residimos. Son eventos académicos de los que han resultado productos concretos, como el citado libro, editado por el Fondo de Cultura Económica, que en ningún momento llaman al derrocamiento del gobierno de la isla, si bien señalan múltiples críticas a su sistema político. Iroel Sánchez miente a conciencia. Tan a conciencia que intenta ocultar unas mentiras debajo de otras.
En el comentario que suscita la extrañamente tardía respuesta de Sánchez, en este blog, hace año y medio, decíamos que el panfletista oficial mentía tres veces en una oración: aseguraba que aquella reunión académica buscó crear una nueva Constitución para Cuba, que se repartió dinero entre los participantes y que el financiamiento provino de la USAID, dependencia del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Como podrá observar el lector, Sánchez sólo responde a la tercera mentira y lo hace, mintiendo de nuevo.
La documentación que expone no evidencia que aquel evento celebrado en 2016, cuando todavía gobernaba Barack Obama -no Donald Trump, ¿otra mentira?-, recibiera financiamiento de la USAID sino del National Endowment for Democracy (NED), que no es una dependencia del gobierno de Estados Unidos sino un fondo privado de los partidos políticos y el congreso de ese país. Un congreso que en aquel momento, como ahora, posee grupos que apoyan abiertamente la normalización de vínculos con Cuba y viajan regularmente a La Habana a reunirse con las autoridades que, supuestamente, defiende el panfletista Sánchez.
Quienes hemos participado en el Centro de Estudios Constitucionales Iberoamericanos (CECI Ac) en los últimos años y la gran mayoría de los académicos e intelectuales cubanos, mexicanos o latinoamericanos que han sido convocados por esa asociación civil, somos partidarios del fin del embargo comercial contra Cuba, de plenas relaciones diplomáticas, económicas y culturales con la isla y somos críticos permanentes de la política del gobierno de Donald Trump no sólo hacia Cuba sino hacia toda América Latina. En mis columnas en La Razón, Letras Libres o El Pais pueden leerse múltiples piezas ilustrativas de esa crítica.
Aquel encuentro académico que propiciamos en México, como otros pocos que hemos impulsado en los últimos años, no forman parte de ningún plan de "subversión" contra Cuba, ni violan ninguna ley del país en que residimos. Son eventos académicos de los que han resultado productos concretos, como el citado libro, editado por el Fondo de Cultura Económica, que en ningún momento llaman al derrocamiento del gobierno de la isla, si bien señalan múltiples críticas a su sistema político. Iroel Sánchez miente a conciencia. Tan a conciencia que intenta ocultar unas mentiras debajo de otras.
miércoles, 9 de octubre de 2019
Ilya Ehrenburg recibe a Carlos Fuentes en su dacha
En el suplemento La cultura en México, del 14 de octubre de 1963, Carlos Fuentes entrevistó al escritor soviético, de tan viejas tramas de amistad con México, Ilya Ehrenburg. El encuentro se produjo durante un viaje de Fuentes a la URSS en pleno deshielo, en el que el escritor mexicano se interesó expresamente en la recuperación editorial de escritores, como Pasternak y Solzhenitsyn, y la flexibilización de las libertades públicas en la capital del comunismo mundial. Ehrenburg, que había sido amigo de Diego Rivera durante el exilio de ambos en París, y que había escrito una novela (Julio Jurenito) donde México y los mexicanos daban pie a una crítica paralela al capitalismo occidental y al comunismo soviético, regresó a la Unión Soviética en los años 50 y se reconcilió con el estalinismo.
Fuentes conocía la evolución de Ehrenburg, por lo que sus preguntas eludían la biografía política oscilante del escritor. Pero a cada interrogación de Fuentes, Ehrenburg respondía llevando la conversación a las promesas de Kruschev y el deshielo y a la posibilidad de superar de una vez y por todas el estalinismo, sobre todo, en lo concerniente a la libertad de creación y expresión. Lo que entonces no le perdonaba Ehrenburg a Stalin no era su desprecio por Dostoyevski sino su indiferencia ante Chejov, a quien consideraba el padre de la literatura moderna rusa. Es entonces cuando Fuentes pregunta a Ehrenburg qué piensa de la literatura occidental, a lo que el anciano escritor responde que prefiere a novelistas norteamericanos tipo Hemingway o Salinger, que "muestran" antes que "narrar", y confiesa su desprecio por el "nouveau roman" francés. "Ni siquiera me indigna, me da risa" -dice.
Pero las literaturas que más interesaban al anciano Ehrenburg eran la italiana y la latinoamericana. De la primera mencionaba a Alberto Moravia y Pier Paolo Pasolini. De la segunda, lamentaba "conocer tan poco lo que se escribe en América Latina. Me gustó mucho Gabriela, clavo y canela de Amado. Hace algún tiempo leí El águila y la serpiente de Guzmán". ¿Qué habrá pensado Fuentes, ya embajador del boom de la nueva novela latinoamericana, de la incorregible desactualización de su admirado Ehrenburg? Seguramente el escritor mexicano recordó aquella conversación cuando arreciaron los debates de la Guerra Fría cultural en América Latina a partir de 1966.
miércoles, 2 de octubre de 2019
martes, 24 de septiembre de 2019
Un socialista español en tres revoluciones
Julio Álvarez del
Vayo (1891-1975) es uno de los personajes más fascinantes de la historia
española en el siglo XX. No conozco biografías sobre él, pero si alguien la
escribiera difícilmente eludirá su incorporación al Partido Socialista Obrero
Español, su paso por el Ministerio de Estado durante la Guerra Civil y, lo que
es más conocido, su radicalización antifranquista en el exilio, en Estados
Unidos y México, que le valió la expulsión del PSOE en 1946, junto a Juan
Negrín y otros 35 socialistas.
Aunque fue readmitido póstumamente, en 2008, Álvarez del Vayo carga con el
estigma de “agente soviético”, que impide valorar su papel en la Guerra Civil y
el exilio e, incluso antes, durante la década del 20 y los primeros años de la
Segunda República. El socialista madrileño hizo varios viajes a la Unión
Soviética en los 20, de los que salieron, por lo menos, tres libros que hay que
leer: La nueva Rusia (1926), La senda roja (1928) y Rusia a los doce años (1929), editados
por Espasa Calpe. Luego sería embajador de la República española ante el México
postrevolucionario.
Es estimulante leer aquellos libros para constatar la evolución de Álvarez
del Vayo frente al fenómeno soviético. Mientras el primero de los volúmenes
trasmitía una visión apologética de la gran transformación social y económica
que tenía lugar en Rusia, el segundo ya introduce algunas críticas a Stalin que
se perfilarán aún más en el último de los libros. La de Álvarez Vayo fue una evolución
crítica, muy común en la mayor parte de la izquierda socialdemócrata europea.
En el primero de aquellos libros, Álvarez del Vayo decía que Stalin era,
después de Lenin, el “cerebro más eminentemente práctico de la Revolución
rusa”, por lo que era lógico que se afianzara su liderazgo dentro del partido.
También el socialista español se entusiasmaba con la NEP y con la idea de una
dirección soviética colegiada, después de la muerte de Lenin, en la que
intervenían líderes muy capacitados como Trotski, Bujarin, Kámenev y Zinoviev,
defensores de la tesis de que los dirigentes partidistas, como el propio
Stalin, no debían intervenir en el gobierno, respetando la autonomía de las
instituciones administrativas.
Ya en La senda roja (1928) aparecían las primeras alusiones al
“debilitamiento de las fuerzas socialistas” por la concentración del poder en
la persona de Stalin y, sobre todo, semblanzas particularmente elogiosas de
Trotski como jefe del Ejército rojo, diplomático en la paz de Brest-Litovsk,
ideólogo del partido y defensor del debate intelectual. Esa inclinación a favor
de Trotski se volverá definitiva en el tercero de los libros, donde se denuncia
la deportación del bolchevique ucraniano a Alma Ata y su posterior exilio en la
isla Prinkipo, Turquía.
Aunque no siempre estaba de acuerdo con la “oposición trotskista”, Álvarez
del Vayo no ocultaba sus críticas al despotismo de Stalin, al concluir la
década de los 20. No es raro entonces que al ocupar su principal cargo de
importancia, con el gobierno de la Segunda República, que fue la embajada de
España en México, el socialista madrileño impulsara una política favorable a la
ideología de la Revolución Mexicana. Jesús Silva Herzog, que había conocido a
Álvarez del Vayo en Moscú, cuando el mexicano fue brevemente embajador allí,
narró las simpatías del español por la Revolución Mexicana.
En 1931, cuando llegó a México, las relaciones con la Unión Soviética
estaban rotas. La misión de Álvarez del Vayo fue relanzar los nexos entre el
México revolucionario y la España republicana a todos los niveles. Dos pruebas
de que lo logró, a pesar de la brevedad de la Segunda República, fueron el
convenio entre ambos países de febrero de 1933, por el cual Madrid transfirió
un préstamo de 18 millones de pesos, y el proyecto del monumento a la amistad
entre España y México que, aunque no llegó a construirse, se expuso en la
Ciudad de México en enero de 1934.
viernes, 20 de septiembre de 2019
A un siglo del primer comunismo mexicano
Comienza a hablarse del centenario de la fundación del Partido Comunista
Mexicano, que se cumplirá el 24 de noviembre de 2019. La efeméride es buena
oportunidad para repensar críticamente la historia de esa institución, disuelta
en 1981, y para confirmar su discontinua relación con el México
postrevolucionario. Hablamos, en esencia, de un partido opositor minoritario,
pero de gran relevancia cultural, social e ideológica en la historia del siglo
XX.
Algo que caracterizó los
orígenes del PCM, y que comparte con otros de la región como el argentino y el
chileno, fue su composición transnacional. En su fundación y dirección –hasta
1925, por lo menos-, intervinieron viajeros, refugiados o agentes de la III
Internacional en México como el bengalí M. N. Roy, el bolchevique ruso Mijaíl
Borodin, el japonés Sen Katayama, el alemán Alfonso Goldschmidt y los
estadounidenses Charles F. Phillips (Frank Seaman), Evelyn Roy, Linn A. E. Gale
y Bertram Wolfe, que llegaría a ser uno de sus principales líderes.
Daniela Spenser, que lo ha
estudiado en detalle, cuenta que tras la expulsión de Wolfe por el gobierno de
Plutarco Elías Calles, en 1925, el núcleo mexicano del PCM, que en los primeros
años estuvo bajo el liderazgo del controvertido José Allen, se solidificó con
la dirección Xavier Guerrero, Luis G. Monzón, Hernán Laborde y, sobre todo,
Rafael Carrillo Azpeitia. En los documentos reunidos por Elvira Concheiro y
Carlos Payán y en el periódico El Machete
se pueden leer los principales aciertos y limitaciones de aquel PCM.
Entre los aspectos positivos podrían
destacarse la apuesta por los movimientos ferrocarrilero y campesino, la gran
interlocución con las artes, sobre todo a través de Diego Rivera y David Alfaro
Siqueiros, que fueron militantes de la organización, y la perspectiva
latinoamericana y anticolonial que introdujeron en la política mexicana: apoyo
a Sandino en Nicaragua, a los opositores a las dictaduras de Juan Vicente Gómez
y Gerardo Machado en Venezuela y Cuba, a los nacionalistas indios y marroquíes
y a los comunistas chinos. Los límites más claros de aquel proyecto se revelan
en un sectarismo que, mucho antes de la entronización de Stalin en el poder
soviético, los llevó a descalificar al anarquismo, la socialdemocracia y el
propio nacionalismo revolucionario mexicano.
Aunque respaldó claramente la
candidatura de Álvaro Obregón, entre 1927 y 1928, El Machete, órgano del PCM, trasmitió una visión caricaturesca de
las corrientes políticas del México postrevolucionario. Fuera del zapatismo,
ninguna de aquellas corrientes (magonismo, maderismo, villismo, carrancismo,
obregonismo…) era verdaderamente “revolucionaria” y todas se reducían a la
voluntad de sus caudillos. Esos prejuicios se extendieron a otros liderazgos y
organizaciones de la izquierda latinoamericana como Víctor Raúl Haya de la
Torre y el APRA peruano o el propio José Vasconcelos y su campaña de 1929 en
México.
Cuando el cubano Julio
Antonio Mella, miembro también del PCM y colaborador de El Machete, quien había combatido enérgicamente al APRA, intentó, a
mediados de 1928, una alianza con corrientes liberales y nacionalistas
contrarias a la dictadura de Machado en Cuba, fue reprendido por las jerarquías
comunistas de La Habana y México. El fuerte estalinismo al que se desplazó el
PCM tuvo como antecedente aquella intolerancia que, en buena medida, explica la
ruptura diplomática entre México y la URSS en 1930.
La discontinua historia del
PCM, en sesenta años de existencia, obliga a preguntarse, tal y como la
izquierda le reprochaba al PRI, si el centenario que se cumple es el del primer
comunismo o el de todos los comunismos mexicanos del siglo XX. Tal vez haga más
sentido pensarlo como una efeméride que implica, centralmente, al primer
bolchevismo mexicano y no a todo el devenir de una corriente política que se
negó a sí misma varias veces.
miércoles, 11 de septiembre de 2019
Miembros del Presidium de Honor del PCM en 1947
La vocación espiritista de la izquierda latinoamericana, ese deseo de vivificar a muertos fundacionales por medio de la liturgia ideológica, generalmente se atribuye a la corriente populista. Los historiadores Ottmar Ette para el caso de José Martí en Cuba y Elías Pino Iturrieta para el de Simón Bolívar en Venezuela han documentado ese hábito, que arraiga, por cierto, no sólo en el autoritarismo de izquierda sino también en el de derecha.
Pero hay antecedentes importantes de espiritismo de izquierda en la tradición comunista latinoamericana. De acuerdo con los documentos del Partido Comunista Mexicano, compilados hace algunos años por Elvira Concheiro y Carlos Payán, en el X Congreso de esa organización, en 1947, se declararon miembros de honor a muertos y vivos como Marx, Engels, Lenin y Stalin, por un lado, y Mao Tse Tung, Jorge Dimitrov, Bros Tito, Maurice Thorez, Palmiro Togliatti y William Z. Foster, el sucesor de Earl Browder en el comunismo estadounidense, por el otro.
Del lado latinoamericano estaban sentados, en aquel presidium, Don Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos, Benito Juárez, Emiliano Zapata, Ricardo Flores Magón y Julio Antonio Mella, junto con Blas Roca, Luis Carlos Prestes, Victorio Codovilla, Dolores Ibarruri y Elías Lafferte, dirigentes de los partidos comunistas de Cuba, Brasil, Argentina, España y Chile. Se observa aquí que los comunistas mexicanos compartían con el nacionalismo revolucionario hegemónico la apropiación del legado de héroes republicanos y liberales del siglo XIX y de líderes agraristas y anarquistas del siglo XX, que poco o nada tenían que ver con su ideología estalinista.
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