Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

lunes, 24 de enero de 2022

Errante Monterroso




Se cumplen cien años del nacimiento del escritor Augusto Monterroso, maestro de la narración latinoamericana. Por efectos de la popularidad fácil o las genuinas preferencias lectoras, a Monterroso se le asocia automáticamente con el cuento corto o la microficción. Lo cierto es que también destacó en el relato largo, la novela y la memoria, como se lee en clásicos como La oveja negra, Lo demás es silencio y Los buscadores de oro
 A Monterroso se le conoce como escritor guatemalteco, sin embargo nació en Honduras, de padre guatemalteco y madre hondureña. Como él mismo diría, quien nace en algún país de la región al norte de Panamá y al sur de México, que se independizó con la idea de formar una confederación, difícilmente se siente otra cosa que centroamericano. Como Luis Cardoza y Aragón y lo mejor de la intelectualidad guatemalteca, Monterroso se opuso a la dictadura de Jorge Ubico y debió exiliarse en México desde los años 40. 
  Luego, en los 50, respaldó la Revolución de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz y fue nombrado cónsul de Guatemala en La Paz, Bolivia, país que vivía su propia Revolución, la de Víctor Paz Estenssoro y el MNR. El golpe de Estado de Carlos Castillo Armas y la CIA lo obligó a un nuevo y definitivo exilio, primero en Chile y luego en México. Cuando en 1959 aparece en la editorial Era su primer volumen de cuentos, irónicamente titulado Obras completas, que incluye el archiconocido relato “El dinosaurio”, Monterroso había vivido en Honduras, Guatemala, Bolivia, Chile y México. 
  Como tantos otros intelectuales latinoamericanos, exiliados en México, era un ciudadano de la gran ciudad letrada errante, que dio lugar al boom de la nueva narrativa regional. A partir de los 60, aquel Monterroso juvenil y peregrino sería sucedido por el viajero avispado que recorre grandes capitales europeas. Su narrativa breve se acomoda entonces a la cadencia y el tono de la fábula, como se plasmará de manera ejemplar en La oveja negra
  En aquel Esopo latinoamericano, Carlos Fuentes encontró ecos de Jonathan Swift, Mark Twain, Lewis Carroll y Jorge Luis Borges. El bestiario de Monterroso fue inclinándose a la entomología en los años posteriores, como se lee en Movimiento perpetuo. Pero el escritor no asociaba su fascinación por las moscas, los abejorros, las pulgas y los insectos con Kafka o con Nabokov sino con la gran tradición de literatura teológica norteamericana del siglo XIX, personificada en Melville o Poe. 
   Monterroso insistió siempre en definirse, indistintamente, como centroamericano, mexicano o latinoamericano. Sin embargo, nunca dejó de atender el llamado de la patria chica, Guatemala, donde vivió su adolescencia y su juventud y donde alcanzó la madurez en la política y en la literatura. Por fortuna, a partir de 1993, pudo volver varias veces a su país, donde fue editado y reconocido como miembro de la Academia de la Lengua, Premio Nacional de Literatura y Doctor Honoris Causa de la Universidad de San Carlos.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

La invención del nuestroamericanismo




Por más que la historia académica afine su persuasión y argumente que eso que llamamos América Latina es una construcción discursiva, más bien reciente, seguirán produciéndose narrativas políticas que remitan la identidad continental a los mayas, los mexicas o los incas. Por mucho que la historiografía rigurosa insista en que para 1808 las posesiones coloniales de la monarquía católica española comprendían cuatro reinos, con una creciente descentralización interna, la tesis de que las naciones que alcanzaron la soberanía, unos diez o quince años después, ya existían, continuará ganando adeptos. 
 
En América Latina y el Caribe, como en otras zonas postcoloniales, los nacionalismos locales y regionales suelen ser inagotables. Esos nacionalismos, ideológicamente tan diversos como las sociedades mismas, se empaquetan con facilidad en marcas de consumo retórico masivo. Los poderes vernáculos, armados de un antimperialismo y un nativismo vulgares, reproducen estereotipos racistas, machistas, excluyentes y xenofóbicos en nombre de “identidades nacionales” que se presentan como eternas e inamovibles. 
 
Es por ello tan bienvenida y saludable la aparición de un libro como La invención de Nuestra América (Siglo XXI, 2021) de Carlos Altamirano, historiador argentino. Altamirano formó parte del grupo fundador de la legendaria revista Punto de vista, junto con Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo. Su obra ensayística ha sido fundamental para pensar críticamente las relaciones entre literatura y política en Argentina, pero también para impulsar la disciplina de la historia intelectual, desde la Universidad de Quilmes y la revista Prismas
 
Si en su libro anterior, Para un programa de historia intelectual (2015), Altamirano delineaba las rutas de avance de la nueva historia de las ideas en la región, en este ensayo establece las premisas del estudio de los discursos sobre la identidad latinoamericana y caribeña. Parte el historiador por reconocer que los intentos de definición de una identidad colectiva, para toda la América al sur de Estados Unidos, surgen en el siglo XVIII. Por lo que ese empeño de dos siglos debe ser historiado. 
 
El “gran desvelo” de definir la identidad de “Nuestra América” –un término que generalmente se atribuye al cubano José Martí pero que, de acuerdo a un estudio clásico de Sara Almarza, era utilizado desde los siglos XVII y XVIII y se encuentra en Miranda y en Bolívar- pasó, según Altamirano, por las diversas fases del pensamiento regional. Tuvo un momento criollo, patriótico e ilustrado antes de la independencia, luego fue abordado desde perspectivas republicanas, liberales y conservadoras en el siglo XIX y en la pasada centuria suscitó aproximaciones desde todas las ideologías, de izquierda o derecha. 
 
El afán de atrapar conceptualmente lo singular de Nuestra América pasó por teorías del criollismo y del mestizaje, por el trasfondo religioso católico o por la clave civilizatoria latina, por el antimperialismo republicano o socialista, por el arielismo de José Enrique Rodó o el calibanismo de Roberto Fernández Retamar. De Andrés Bello a Pedro Henríquez Ureña se intentó capturar aquella identidad desde la literatura; de José Vasconcelos a Leopoldo Zea desde la filosofía; de Simón Bolívar a José Martí desde la política. 
 
Observa Altamirano que ha habido momentos de mayor o menor intensidad en el “nuestroamericanismo”. La época de las independencias, el contexto de la guerra de 1898, que enfrentó a España y Estados Unidos por el control del Caribe, la Revolución Mexicana o la Revolución Cubana serían coyunturas de activación del discurso identitario. El recorrido que propone este libro es un oportuno llamado de atención contra las fórmulas demagógicas sobre lo latinoamericano y lo caribeño que se lanzan, de tanto en tanto, en la política regional, desconociendo una larga tradición.

martes, 21 de diciembre de 2021

Pensar el imperialismo




La Revista de la Universidad de México, que dirige la escritora Guadalupe Nettel, dedica su último número al imperialismo. El enfoque que aplica a la representación del fenómeno es amplio en el espacio y el tiempo. Se trata de una visión que podríamos llamar “transterritorial” del imperialismo que recorre las diversas escalas en el ascenso de múltiples potencias: la monarquía católica española y la Unión Soviética, Estados Unidos y China. 

 En sendos artículos, Mario Rufer y Rasmus Gronfeldt Winther exploran la relación entre los imperios modernos europeos, especialmente el británico, el francés y el alemán, con la antropología y la etnografía, la cartografía y la museografía. Los mapas y los museos fueron diseñados por los imperios para delimitar el territorio de sus conquistas. Las tierras y civilizaciones más remotas se volvieron objetos de exhibición tras ser conquistados. 

 Contra la óptica presentista y simplificadora que sólo ve imperialismo en Estados Unidos, este número de la RUM llama a comprender los imperios a partir de los ciclos de auge y decadencia, explorados por una célebre tradición historiográfica que va de Edward Gibbon a Jean Baptiste Duroselle. El imperio de los Austrias, que emprendió la conquista y evangelización de América en el siglo XVI, hacia 1800 perdía poder por la rivalidad de potencias atlánticas como Gran Bretaña y Francia. En sus artículos, Jorge Gutiérrez Reyna y Federico Navarrete recuerdan que aquellos imperialismos, derrocados por los movimientos separatistas del siglo XIX y los descolonizadores del XX, son hoy motivo de encarnizadas reyertas de la memoria. 

 La Guerra Fría fue escenario de pugnas geopolíticas que pusieron a prueba la hegemonía de Estados Unidos. La Unión Soviética, como observan Rainer Matos Franco y Carlos Manuel Álvarez, debe ser pensada como un imperio, que establecía relaciones semicoloniales con sus satélites. No verla así, sobre todo en América Latina y el Caribe, responde a una experiencia histórica marcada por los agravios que produjo el poderío hemisférico de Washington en el siglo XX. 

 Como recuerda Adela Cedillo en su ensayo, esa idea hiperlocalizada del “imperialismo yanqui” responde a una comprensión del fenómeno que da la espalda a una manera de pensar el imperio, que arranca con Hobson, Hilferding y Lenin, a principios del siglo XX, y llega en años recientes a la obra de Michael Hardt y Antonio Negri. Estos autores prefieren entender el imperialismo no como la vocación exclusiva de uno u otro gobierno sino como una forma de dominio global, que tiene que ver con el capitalismo financiero, las transnacionales y diversas entidades del poder mundial, más abstractas y a la vez más tangibles que el Pentágono o el Capitolio. 

 En las últimas décadas se ha planteado obsesivamente el tema de la decadencia de la hegemonía estadounidense. La revista aborda la cuestión por medio de un ensayo de Jon Lee Anderson, sobre la retirada de Afganistán, que pone en evidencia el fracaso de Estados Unidos en el Medio Oriente, luego de la “guerra contra el terror” que emprendió el gobierno de George W. Bush, como respuesta al derribo de las Torres Gemelas de Nueva York. El involucramiento de Rusia en Siria, el retiro de las tropas de Afganistán y el regreso del talibán al poder serían tres escenas en el declive de Estados Unidos. 

 No podía enfocarse el tema del imperialismo, al arranque de la tercera década del siglo XXI, excluyendo a China, la gran potencia emergente. En sus colaboraciones, Yi-zheng Lian y David Soler Crespo argumentan que China, al igual que Rusia, ha sido siempre un imperio en permanente reconstitución. En años recientes, China se ha convertido en uno de los principales inversionistas en países africanos como Sierra Leona, Kenia, Nigeria, Zambia y Angola. África, la gran región colonizada y esclavizada por Occidente, es hoy una “sexta estrella” en la bandera de China.

jueves, 25 de noviembre de 2021

Un periplo latinoamericano




El escritor mexicano Federico Guzmán Rubio (Ciudad de México, 1977) ha escrito un libro que revive y honra una noble tradición literaria: la del viaje latinoamericano. El miembro fantasma (2021), título de este volumen que publica la editorial Los Libros del Perro, es una mezcla de bitácora viajera y cuaderno de lecturas. A los tres países que viajó su autor, Argentina, Uruguay y El Salvador, lo hizo cargando un estante imaginario y un archivo portátil de la memoria intelectual y política de esas naciones. 

 El primer viaje, a Buenos Aires, que en el guion retrospectivo del libro es el último, incluye, a su vez, un viaje interior por tren, entre las históricas estaciones de Retiro y Rivadavia, con destino a Beccar, Tigre y otras ciudades de las provincias bonaerenses. Este viaje dentro del otro anuncia su deuda con la memoria de la Guerra Fría por medio de siluetas del sacerdote revolucionario Carlos Múgica, asesinado por un comando anticomunista en 1974, y del Che Guevara y Rodolfo Walsh, otros dos íconos de la izquierda latinoamericana. 

 El paso de una estación a otra es narrado con la precisión de los viejos relojes y silbatos que capitaneaban los andenes. Sobre los rieles, las evocaciones de Guzmán Rubio repasan la gran literatura argentina, de Borges, Bioy y Cortázar a Viñas, Piglia y Caparrós, el rock de Sui Generis y Charly García, pero también el tenebroso espacio de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), donde más de cinco mil inocentes fueron torturados y asesinados en la última dictadura. Como emblemas de la perenne pugna entre la verdad y el derecho, hoy se erigen ahí el Museo de la Memoria y el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. 

 El segundo viaje, a Montevideo, es más fijo o más centrado en ese otro puerto rioplatense. El viajero deja ver al lector desde que en las primeras páginas, Guzmán Rubio declara preferir, al Ariel (1900) de José Enrique Rodó, El camino de Paros (1919), las andanzas y meditaciones del escritor uruguayo por Portugal, España e Italia a principios del siglo XX. También relee Guzmán Rubio a grandes narradores uruguayos como Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti y hojea la legendaria revista Marcha, el semanario fundado y dirigido por Carlos Quijano, cuya página cultural haría brillar a dos de los grandes críticos del boom, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama. 

 La Guerra Fría, el terrible legado de las últimas dictaduras y los desvelos de la Nueva Izquierda reaparecen en el viaje a Montevideo por medio de la rememoración de las polémicas entre Casa de las Américas, Mundo Nuevo y Marcha. Tanto en este tramo como en el de Buenos Aires, la literatura se perfila como el registro documental de una resistencia al autoritarismo latinoamericano cuyo saldo debe ser replanteado a la luz de la historia reciente. Las dictaduras de derecha desaparecieron pero algunas de la izquierda siguen en pie. 

 En la última estación del periplo, El Salvador, ese cruce de la memoria literaria y el duelo político alcanza su máxima tensión. La pequeña nación centroamericana que hace cuarenta años estuvo al borde de un triunfo revolucionario como el sandinista y que hace treinta logró un acuerdo de paz que puso fin a un sangriento conflicto, es ahora un enorme suburbio lleno de iglesias evangélicas y gobernado por un presidente millennial que propone el olvido de la revolución y la guerra. 

 Otra vez, con su estante imaginario a cuestas (poemas de Roque Dalton, novelas de Claudia Hernández y Horacio Castellanos Moya, crónicas de Óscar Martínez y la banda sonora de Radio Venceremos y Carlos Henríquez Consalvi), Guzmán Rubio evoca el pasado inmediato de Centroamérica. Como el Caribe, una región intervenida, donde el ideal de la guerrilla contó con sus últimos y más fieles defensores, y que hoy se enfrenta a un temible ascenso del conservadurismo y el militarismo, en medio de la pobreza, la desigualdad y la recurrencia de la diáspora.

martes, 23 de noviembre de 2021

La poeta y el PlayStation





En la película Let Them All Talk (2020), de Steven Soderbergh, se cuenta la historia de una veterana escritora de Nueva York, interpretada por Meryl Streep, que aquejada de una enfermedad terminal, decide irse en crucero a Londres a recibir un importante premio literario. Para la aventura, que podría ser la última, escoge de compañía a dos viejas amigas y un sobrino millennial, que no oculta una morbosa curiosidad por las generaciones anteriores. 

 El sobrino, que interpreta el actor Lucas Hedges, pregunta a una de las amigas de la escritora por la vida antes de los dispositivos electrónicos y las redes sociales. Una de ellas, el personaje de Dianne Wiest, le dice para su asombro que no hay mayor diferencia entre el mundo de la radio y la televisión y el de los iPhones, Facebook o Twitter. No hay mayor diferencia, dice, porque la naturaleza humana sigue siendo la misma, tan depredadora entonces como ahora. 

 He recordado la escena al conocer la noticia del Premio Cervantes a la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi. Desde su temprano libro de relatos, Viviendo (1963), se hizo notable en ella la búsqueda de una familiaridad bajo el orden moderno, que anunciaba una poderosa resistencia en medio del cambio. Cuando Peri Rossi se exilió, vísperas de la dictadura uruguaya, aquella resistencia se encauzó a favor de la adaptación a la “diáspora”, concepto que ganó presencia en su poesía. 

 En Los museos abandonados (1969), otro libro de relatos, se hablaba de “extraños objetos voladores”, y en antologías de cuentos posteriores, que admiró Julio Cortázar, se interesó en temas que de diversas maneras glosaban la supervivencia tras todo tipo de cataclismos: geológicos, biológicos o políticos. Como tantos exiliados que huyeron de dictaduras, no para volver sino para sumar un éxodo a otro, Peri Rossi desarrolló una poética del exilio que ofrece muchas lecciones para una época de tantos desplazamientos como el siglo XXI. 

 Esa poética se condensa en Estado de exilio (2003), la antología que publicó Visor, y que reúne su obra lírica desde 1972. Allí relaciona el exilio, una vez más, con la cultura material del escenario tecnológico de fines del XX y el cambio de siglo. El exilio se dirime en una cabina telefónica, donde el aparato se traga las monedas, o en una “dialéctica de viajes” que hace de cada partida una pérdida y de cada llegada un recomienzo. 

 En la conversación entre Dianne Wiest y Lucas Hedges, ambos concuerdan que aquellas mujeres de fines del siglo XX son como dinosaurios replicantes. Nessies de goma, como el que hemos visto flotando en el lago de Glasgow, que han traspasado el umbral del cambio de siglo, con toda su sabiduría analógica y el recuerdo intacto de viejas batallas emancipatorias. No hay melancolía en esa mirada sino exposición de una permanencia en el cambio. 

 Pero tal vez sea Playstation (2009), cuaderno también publicado por Visor, la obra de Cristina Peri Rossi donde leemos de manera más compacta ese arte de sobrevivir. En el poemario, los sueños, como en El benefactor (1963), la primera novela de Susan Sontag, se repiten una y otra vez, con el paso de los años, aunque sean siempre igual de perturbadores. Una canción de Ricardo Cocciante se escucha década tras década aunque cambie el escenario y el medio: Montevideo o Barcelona, un viejo televisor en blanco y negro, una reproductora de casetes o el canal de YouTube en la computadora. 

 Entre las tantas cosas que se repiten en aquel poemario están las bibliotecas, que se reinventan casi exactas en cada permuta, los espejos ovalados o las viejas voces patriarcales que, desde la infancia, llamaban a “formar una familia”. También se repiten los televisores, los radios y los tocadiscos, aunque a veces irrumpe un nuevo artefacto, como la consola del PlayStation, que los desplaza. La imagen de la poeta convaleciente, jugando con su PlayStation, capta la conmovedora personalidad de esta escritora.

lunes, 25 de octubre de 2021

Un atlas de las izquierdas mexicanas





Ariel Rodríguez Kuri, profesor del Centro de Estudios Históricos del Colmex, da inicio a su Historia mínima de las izquierdas en México (2021) con una escena. El joven comunista José Revueltas se presenta en la oficina del secretario de Comunicaciones y Obras Públicas de Lázaro Cárdenas, el general Francisco J. Múgica, enciende un cigarro, y le exige un pase gratuito para hacer campaña por ferrocarril. Múgica, que detestaba tanto el tabaco como la insolencia, mandó al joven a volar. 

 La escena capta las tensiones entre las izquierdas socialistas de diverso signo y la izquierda hegemónica del nacionalismo revolucionario en México. Tensiones que recorren y deciden toda la historia de las izquierdas mexicanas del siglo XX y lo que va del XXI. El libro de Rodríguez Kuri, escrito con elegancia, cuidado y ponderación, dibuja el mapa más completo de esas izquierdas, en los últimos años. 

 No se desestiman, aquí, momentos de polarización izquierda-derecha, en que los contrincantes intentan unificar sus diversidades internas, como la Guerra Cristera en los 20, el ascenso del nacionalismo católico entre los años 30 y 40 o la agresividad anticomunista en el arranque de la Guerra Fría. Pero el conflicto que más centralmente parece repetirse en un siglo no es entre izquierda y derecha sino entre distintas izquierdas, toda vez que la izquierda que detenta el poder, el nacionalismo revolucionario, mantiene una envidiable capacidad de fluctuación ideológica. 

 Tal vez por ello, desde las primeras páginas de su libro, Rodríguez Kuri repara en el hecho revelador de que muchas de esas izquierdas, desde los hermanos Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano hasta Amlo y Morena, se autolocalizan en el liberalismo. Una poderosa razón de origen de ese gesto reside en que el nacionalismo revolucionario mexicano del siglo XX se presentó como continuación del liberalismo decimonónico de la Reforma. 

 El atlas de Rodríguez Kuri sigue varios índices posibles. Uno recorre los hitos: el PLM, la Constitución de Querétaro, el primer PCM, el cardenismo, el asilo de Trotski, el movimiento ferrocarrilero, el MLN, las guerrillas, el 68, el 88, el PRD, Chiapas y el EZLN. Otro sigue la ruta de las corrientes: anarquistas, comunistas, lombardistas, trotskistas, guevaristas, procubanos, neozapatistas. Otro más traza perfiles intelectuales y políticos: los Flores Magón, Zapata, Galván, Laborde, Cárdenas, Lombardo, Revueltas, Castillo. 

 Rodríguez Kuri se detiene en dos mavericks, José Revueltas y Heberto Castillo, que catalizaron la vocación de cambio radical en la Guerra Fría, sin ser ellos mismos radicalistas. Contra quienes asocian rígidamente a Revueltas con el 68, relee México: una democracia bárbara (1958) y Ensayo de un proletariado sin cabeza (1962) como señas de una política cambiante: ingreso y expulsión del PCM, ingreso y renuncia al PPS, reingreso al PCM y fundación de la Liga Comunista Espartaco. Una oscilación entre Lenin y Gramsci, que cree ajena al radicalismo de la New Left. 

 Igual de heterodoxa es su lectura de Heberto Castillo, a quien define como “liberal de izquierda”. La deuda de Castillo con el juarismo del siglo XIX y el nacionalismo revolucionario del XX, según Rodríguez Kuri, siempre fue más decisiva que su paso por el MLN, sus intervenciones en la Tricontinental habanera o su apoyo al movimiento estudiantil. Castillo vendría siendo el eslabón perdido entre la izquierda cardenista y el PRD-Morena, entre Cárdenas, Cuauhtémoc y Amlo. 

 El último tramo del libro de Rodríguez Kuri está dedicado a señalar algunas de las rutas de rebasamiento de la larga hegemonía del nacionalismo revolucionario en México. La verdadera renovación de la izquierda está teniendo lugar en esos márgenes de la hegemonía donde se activan nuevos sujetos políticos como las mujeres y las comunidades indígenas, los emergentes movimientos ambientalistas y antirracistas.

viernes, 15 de octubre de 2021

De la historia desgarrada


Leo en El pasado, instrucciones de uso (2006) de Enzo Traverso los pasajes dedicados a la "historia desgarrada". El desgarro de la historia -oficial o crítica, divulgativa o académica- coincide con el momento en que la memoria, desde múltiples lugares de enunciación, ejerce su revancha. Es ahí donde la memoria intenta hacerse cargo de lo que la historia oculta o distorsiona, magnifica o disminuye.

Encuentro en un fragmento de la novela Caballo con arzones (2017) del escritor cubano Ahmel Echevarría ese llamado a la venganza de la memoria. La fórmula retórica que utiliza, "dónde estabas cuando", coloca la evocación del pasado en una relación directa con el sujeto que recuerda. Se trata de una manera de practicar la memoria que no sólo tiene que ver con la reconstrucción de un suceso escamoteado por narrativas hegemónicas. 

Hay también una pregunta por la responsabilidad del testigo en el presente: una responsabilidad política en su sentido más profundo y abarcador. Quien recuerda lo que la historia nubla es, aquí, alguien que ejerce la memoria desde las múltiples coordenadas de su subjetividad. Se trata de un sujeto que, al voltear al pasado, se mira sí mismo, de cuerpo entero, a partir de lo que lo constituye racial, sexual y políticamente:

"¿Qué hacían tus manos y tus ojos cuando Ochoa, en la TV, detrás de sus enormes espejuelos era juzgado culpable? En la pantalla de mi TV, la imagen en blanco y negro de una sala atestada de militares en completo uniforme y otros, un pequeño grupo, en ropa de paisano, el gris oliva enjuiciando la negra traición de quienes van de gris civil... "negra traición"..., ¿pero quién habla por mí?; así veía yo, despreocupado, en la TV, la muerte nunca gloriosa de ese rostro de Ochoa, el General de División, detrás del cristal de sus enormes espejuelos... ¿Para Tamayo y Ochoa las dos patrias serían las mismas, es decir, se llamarían igual, digámoslo así: Cuba y la Noche -Cuba, a millas de distancia, vista desde la negra cúpula donde, dicen, flotaba en una nave soviética el cosmonauta, o vista desde la negra África donde el General, desde un vehículo militar soviético hacía de las suyas con marfil, piedras preciosas y cocaína? Pensar Cuba. Pensar la Noche. Desear Cuba. Desear la Noche ¿Qué recuerdos tienes tú de Arnaldo Tamayo y de Arnaldo Ochoa? ¿Qué recuerdos tienes tú de El Mariel?"