Libros del crepúsculo

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viernes, 28 de diciembre de 2012

El Che y la bestia


En su libro, Método práctico de la guerrilla (Alfaguara, 2011), el escritor brasileño Marcelo Ferroni contó la fatal aventura del Che Guevara en Bolivia, a partir de un informe que hace algunos años desclasificó el Departamento de Estado y que recoge las declaraciones de Joao Batista, un sobreviviente brasileño, a quien el Che y sus compañeros, despectivamente, llamaban "el burgués".

El relato de Ferroni tiene más coincidencias que divergencias con el Diario del Che, con las Memorias de un soldado cubano de Dariel Alarcón Ramírez (Benigno) y con las biografías de Jon Lee Anderson, Jorge Castañeda o Paco Ignacio Taibo II. En todos esos testimonios, el Che aparece desorientado en la selva boliviana, incomunicado con La Habana y con la otra columna guerrillera, desesperado por el asma, la falta de medicinas, la torpeza del grupo y la indiferencia de los campesinos de la zona. 

El Che se siente cercado por la barbarie: la aridez y la maleza de las riberas del Ñancahuazú, la ignorancia de la población de la zona y de algunos de sus compañeros. El ángulo ilustrado y civilizatorio del marxista argentino -un perfil que desfigura el arquetipo de Calibán que ha querido atribuírsele- se refuerza en aquellos últimos meses de su vida.

Hay una escena en la que el Che, perdido en el monte, con varios días sin comer ni dormir y aquejado de asma, comienza a delirar montado en una mula escuálida. La mula se ha plantado, pero el guerrillero siente que camina. Cuando el Che recobra el sentido y se da cuenta de que la mula no se ha movido del mismo sitio, comienza a golpearla, con sus brazos y sus piernas. Desesperado, acuchilla el cuello del animal. La mula tira a Guevara al suelo y lo arrastra por el estribo, solo unos metros. No puede levantar sus patas traseras y se arrastra con las delanteras, arrastrando consigo al Comandante desmayado. Otro guerrillero, Pombo, la sacrifica, pegándole dos tiros en la cabeza.

La escena recuerda el pasaje de Nietzsche y el caballo de Turín, narrado por Béla Tarr en su último film. Sólo que aquí Guevara sería el equivalente del cochero con voluntad de dominio, que Nietzsche deplora al verlo azotar al animal en plena calle italiana, y Pombo, el propio Nietzsche. El gesto ilustrado y civilizatorio de domar la bestia, seguramente habrá encontrado situaciones análogas en algunos pasajes de La cartuja de Parma, la novela de Stendhal que el Che leyó en esos días.

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