Desde José Martí,
los poetas cubanos parecen haber leído la poesía norteamericana como “poesía de
imperio”. Una poesía que, al brotar del corazón del imperio, no podía ser otra
cosa que sublime diatriba. Antes de Martí, en José María Heredia o, incluso, en
Gertrudis Gómez de Avellaneda, este tipo de relación con la literatura norteamericana
–como prueba el caso de la relación entre Heredia y Bryant, que alguna vez
comentamos aquí- no era tan perceptible, ya que Estados Unidos era visto más
como república que como imperio, y la gravitación de los escritores cubanos hacia metrópolis europeas como España o Francia era mayor.
Después de Martí,
los grandes interlocutores de la literatura norteamericana en Cuba –Mañach y Avance, Rodríguez Feo y Orígenes, Lino Novás Calvo o Eugenio
Florit- siguieron leyendo esa poesía como “poesía de imperio”. Los traductores
cubanos, además de hacer versiones de esa literatura, asimilables desde Cuba,
interponían resistencias raciales, religiosas o ideológicas a los textos
traducidos. En Avance, por ejemplo,
con ayuda de Waldo Frank y otros intelectuales de aquella época, se echó mano
del gentilicio de lo hispánico para
criticar, no sólo la literatura “sajona” de New England o el Midwest, sino la
literatura negra del Harlem Renaissance.
La idea de que la
gran cultura norteamericana es una denuncia del orden social y político de
Estados Unidos se arraigó en Cuba, desde Martí. Mañach, Rodríguez Feo y Florit
reiteraron esa idea de diversas maneras. Entre los 50 y los 60 se produce, sin
embargo, una exacerbación religiosa e ideológica del nacionalismo cubano que
llega a formular la idea de lo “intraducible”. Max Henríquez Ureña se refería,
en Orígenes, a la dificultad de
plasmar en español el “alcance esotérico” y las “misteriosas sugerencias” de
los poemas de Dylan Thomas, y Enrique Berros, en uno de los primeros números de Lunes de Revolución, dice que es
“imposible rendir en castellano la gracia y ligereza de algunos fragmentos” de
Auden, porque “nuestra lengua no lo admite”.
Estas primeras versiones de lo “intraducible”
eran todavía coquetas, por ceñirse a lo lingüístico, pero en algunos pasajes de
Cintio Vitier y Humberto Piñera Llera, en Orígenes,
se llega a formular la idea de lo “intraducible”, desde un punto vista cultural:
a una cultura “hispana y católica”, como la cubana, le eran ajenos la “ironía”,
el “descreimiento” y el “escepticismo” de una cultura sajona y protestante como
la norteamericana.
En Lunes de Revolución veremos otra modalidad,
ya plenamente ideológica, del argumento de lo “intraducible”. En el número 55,
del 18 de abril de 1960, titulado “U.S.A vs. U.S.A”, un editorial dirá: “el
mismo sistema –un sistema político absolutamente errado- que ha creado en
Estados Unidos una sociedad uniforme,
tan homogénea como las botellas de Coca Cola, ha incubado grandes y pequeños
rebeldes”. Rebeldes que no había que buscar en el modernismo americano (Eliot,
Stevens, Pound, Williams…), que, como su variante cubana (Lezama y Orígenes), finalmente quedaba atrás, por
“intraducible”. Como también "quedaba atrás" la gran narrativa norteamericana del
siglo XX (James, Anderson, Hemingway, Faulkner, Fitzgerald…), estancada en su “esteticismo”,
su “enajenación”, su “conformismo” o sus “soluciones intermedias”, como dirá un
revolucionario Guillermo Cabrera Infante.
Lo interesante, lo
traducible de la literatura norteamericana, para Lunes, serán los testimonios de la decadencia del imperio, que sus
editores creían leer en Truman Capote y Norman Mailer, Dwight Macdonald y Henry
Miller, John O’Hara y Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Robert Bly, más casi toda
la literatura afroamericana, producida entre el Harlem Renaissance y los Black
Panthers, entre Langston Hughes y James Baldwin, entre Countee Cullen y Leroi
Jones. Lo que no habían podido lograr las culturas y las religiones, finalmente
lo conseguía la ideología: crear, dentro de Estados Unidos, una literatura antimperial,
perfectamente traducible desde la Cuba revolucionaria. Ahora sabemos que ese
proyecto de traducción, como los anteriores, duró muy poco.
Excelente post Rafa. Esas encrucijadas de traducción o intraducibilidad cultural son muy reveladoras. Se dibujan ahí entramados quizá más densos que los que pueden revelar algunas decisiones de orden lingüístico. Por caminos más recientes, y desde otra direccionalidad, ando persiguiendo algunos indicios y "escenas" de intraducibilidad cultural inscritos en alguna narrativa cubana de hace muy poco, en textos de los más jóvenes. Abrazos.
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ResponderEliminarGracias, Walfrido. Hay mucho que pensar todavía en esa clave de una "teoría de la frontera", que propuso Mañach al final de su vida. "Lunes" tiene otros dos números dedicados a la literatura en Estados Unidos, el que trae un dossier sobre la Beat Generation y el que trata la situación de "El negro en Estados Unidos". Entre esos tres números se esboza una política de la traducción, diferente a las de Avance, Orígenes y Ciclón, pero que, a pesar de sus sintonías con la Nueva Izquierda y el socialismo crítico -o precisamente por eso-, tampoco logro consolidarse en la cultura cubana.