En marzo de 1954, el
poeta cubano Eugenio Florit, profesor de Barnard College, envió a la
imprenta de la Unión Panamericana de
Washington una antología de la Poesía
norteamericana contemporánea, que se imprimió al año siguiente en México.
Florit hizo traducciones de unos 38 poetas de Estados Unidos, en la primera
mitad del siglo XX, entre Edgar Lee Masters y Edwin Arlington Robinson, los dos
mayores, nacidos 1869, y Robert Lowell y Richard Wilbur, nacidos en 1917 y
1921, respectivamente.
Aunque Florit
concibió su mapa de la poesía norteamericana para un público hispanoamericano
–no en balde el libro fue editado por la que entonces funcionaba como la Secretaría General
de la OEA, fundada en 1948- sus discernimientos y preferencias reflejaban en
buena medida la política de traducción emprendida, desde La Habana, por la
revista Orígenes. En algún momento de
su prólogo, Florit se enfrenta al dilema de establecer quién es la figura
central del modernismo norteamericano. Y lo hace a la manera de Orígenes, aunque sin otorgar tanta
importancia a Wallace Stevens y a William Carlos Williams.
A Williams y a
Stevens, Florit los ubicaba en la estela del imaginismo impulsado por Pound, si
bien Stevens, “el hombre de negocios y el más puro aventurero de lo subjetivo,
que logra la poesía por concentración, en ambigüedad, medios tonos y sordina”,
se apartaba de aquella corriente, “porque su interés en el mundo de la realidad
y en el poder de la imaginación para transformarlo, le ha llevado a
especulaciones poéticas sobre religión o sobre estética” y porque su contacto
con los poetas más jóvenes le imprimía una “actualidad de primera clase”.
Las dos figuras
centrales del modernismo, según Florit, eran Eza Pound y T. S. Eliot y su valoración de los mismos se
basaba, en lo esencial, en el ensayo de Edmund Wilson, Axel’s Castle (1931), y en las opiniones sobre la poesía
norteamericana del poeta irlandés William Butler Yeats, recogidas por Wilson en
aquel volumen. Sobre Pound, quien había sido secretario de Yeats, pero que tras
el respaldo del primero al fascismo italiano, había sido rechazado por su
mentor, dice Florit:
“Ezra Pound, a quien
vimos al comienzo del imaginismo como
su primera fuerza motriz, es, al decir de Yeats, quien tiene una influencia
“tal vez mayor que cualquiera de sus contemporáneos excepto Eliot; y es él
probablemente el origen de esa carencia de forma que es el principal defecto de
Auden, C. Day Lewis y su escuela”, escuela que por otra parte afirma el gran irlandés
que admira mucho. Lo que ocurre a Pound es que, a mi parecer, carece de dominio
propio. Es una fuerza poética desatada tan egocéntrica y egoísta que le llevó a
la más antipática posición política, como todos sabemos, y a su estado actual
de vida al margen de la ley en un hospital de dementes”.
La semblanza de
Eliot es mucho más amable:
“En 1914 la poesía
de habla inglesa llevaba treinta años de retraso. Y fue T. S. Eliot quien la
puso al día, asimilando con mayor eficacia que los demás el simbolismo. Su
papel es semejante al que desempeñaron Peguy y Claudel en Francia, Rilke y
Hofmannstahl en Alemania; D’Anunzio en Italia; Rubén Darío y, después, Juan
Ramón Jiménez, con años de anticipación, en poesía castellana. En contraste con
Pound, hay en Eliot lo metafísico de los poetas ingleses del siglo XVII y un
acento religioso peculiar, aunque, para mi gusto, falto de una verdadera
emoción, gris, frío y seco”.
Como en los años
finales de Orígenes, el anglicanismo
de Eliot y, en general, el protestantismo de la poesía norteamericana,
molestaba a Florit, por su carga de ironía y escepticismo:
“El mismo Yeats,
gran observador de sus contemporáneos, dijo en 1936, en el excelente prólogo ya
citado (por Wilson en Axel’s Castle),
que, por ser Eliot protestante de la Nueva Inglaterra y descendiente de
protestantes, “hay poca entrega en su relación personal con Dios y con el
alma”. Lo innegable –y de ahí su éxito- es que Eliot ha logrado expresar en la
poesía la impotencia y el fracaso del mundo moderno… Eso no nos parecería mal,
desde luego, si Eliot hubiese mantenido la humildad necesaria. Pero en él la
cultura, por el sueño y el éxtasis mismo, se hace pedante, y toca todo con su
varita inmágica convirtiéndolo a su propia actitud mundana, pero poco humana,
de hombre elegante y culto que también es poeta”.
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