Libros del crepúsculo

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martes, 18 de febrero de 2014

¿Eliot o Pound?



En marzo de 1954, el poeta cubano Eugenio Florit, profesor de Barnard College, envió a la imprenta  de la Unión Panamericana de Washington una antología de la Poesía norteamericana contemporánea, que se imprimió al año siguiente en México. Florit hizo traducciones de unos 38 poetas de Estados Unidos, en la primera mitad del siglo XX, entre Edgar Lee Masters y Edwin Arlington Robinson, los dos mayores, nacidos 1869, y Robert Lowell y Richard Wilbur, nacidos en 1917 y 1921, respectivamente.
Aunque Florit concibió su mapa de la poesía norteamericana para un público hispanoamericano –no en balde el libro fue editado por la que entonces funcionaba como la Secretaría General de la OEA, fundada en 1948- sus discernimientos y preferencias reflejaban en buena medida la política de traducción emprendida, desde La Habana, por la revista Orígenes. En algún momento de su prólogo, Florit se enfrenta al dilema de establecer quién es la figura central del modernismo norteamericano. Y lo hace a la manera de Orígenes, aunque sin otorgar tanta importancia a Wallace Stevens y a William Carlos Williams.
A Williams y a Stevens, Florit los ubicaba en la estela del imaginismo impulsado por Pound, si bien Stevens, “el hombre de negocios y el más puro aventurero de lo subjetivo, que logra la poesía por concentración, en ambigüedad, medios tonos y sordina”, se apartaba de aquella corriente, “porque su interés en el mundo de la realidad y en el poder de la imaginación para transformarlo, le ha llevado a especulaciones poéticas sobre religión o sobre estética” y porque su contacto con los poetas más jóvenes le imprimía una “actualidad de primera clase”.
Las dos figuras centrales del modernismo, según Florit, eran Eza Pound y  T. S. Eliot y su valoración de los mismos se basaba, en lo esencial, en el ensayo de Edmund Wilson, Axel’s Castle (1931), y en las opiniones sobre la poesía norteamericana del poeta irlandés William Butler Yeats, recogidas por Wilson en aquel volumen. Sobre Pound, quien había sido secretario de Yeats, pero que tras el respaldo del primero al fascismo italiano, había sido rechazado por su mentor, dice Florit:

“Ezra Pound, a quien vimos al comienzo del imaginismo como su primera fuerza motriz, es, al decir de Yeats, quien tiene una influencia “tal vez mayor que cualquiera de sus contemporáneos excepto Eliot; y es él probablemente el origen de esa carencia de forma que es el principal defecto de Auden, C. Day Lewis y su escuela”, escuela que por otra parte afirma el gran irlandés que admira mucho. Lo que ocurre a Pound es que, a mi parecer, carece de dominio propio. Es una fuerza poética desatada tan egocéntrica y egoísta que le llevó a la más antipática posición política, como todos sabemos, y a su estado actual de vida al margen de la ley en un hospital de dementes”.

La semblanza de Eliot es mucho más amable:

“En 1914 la poesía de habla inglesa llevaba treinta años de retraso. Y fue T. S. Eliot quien la puso al día, asimilando con mayor eficacia que los demás el simbolismo. Su papel es semejante al que desempeñaron Peguy y Claudel en Francia, Rilke y Hofmannstahl en Alemania; D’Anunzio en Italia; Rubén Darío y, después, Juan Ramón Jiménez, con años de anticipación, en poesía castellana. En contraste con Pound, hay en Eliot lo metafísico de los poetas ingleses del siglo XVII y un acento religioso peculiar, aunque, para mi gusto, falto de una verdadera emoción, gris, frío y seco”.

Como en los años finales de Orígenes, el anglicanismo de Eliot y, en general, el protestantismo de la poesía norteamericana, molestaba a Florit, por su carga de ironía y escepticismo:

“El mismo Yeats, gran observador de sus contemporáneos, dijo en 1936, en el excelente prólogo ya citado (por Wilson en Axel’s Castle), que, por ser Eliot protestante de la Nueva Inglaterra y descendiente de protestantes, “hay poca entrega en su relación personal con Dios y con el alma”. Lo innegable –y de ahí su éxito- es que Eliot ha logrado expresar en la poesía la impotencia y el fracaso del mundo moderno… Eso no nos parecería mal, desde luego, si Eliot hubiese mantenido la humildad necesaria. Pero en él la cultura, por el sueño y el éxtasis mismo, se hace pedante, y toca todo con su varita inmágica convirtiéndolo a su propia actitud mundana, pero poco humana, de hombre elegante y culto que también es poeta”.



   

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