El historiador y ensayista Jordi Gracia (Barcelona, 1965) ha escrito para la editorial Anagrama tres volúmenes de obligada consulta entre quienes se interesan por la vida intelectual de la Segunda República, la guerra civil, el franquismo y el exilio peninsulares. Un largo periodo de cinco décadas de la historia de España, marcado por la polarización ideológica y política de esa sociedad, que bajo la mirada de Gracia abandona la fácil visión maniquea y recupera su constitutiva pluralidad.
El primero de aquellos libros, Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo, se publicó, inicialmente, en 1996 y fue rescatado hace algunos años por Anagrama. El segundo, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España (2004), ganó el Premio Anagrama de Ensayo y el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald en 2005. Este año ha aparecido A la intemperie. Exilio y cultura en España (2010), también en Anagrama.
No es raro que Gracia haya dedicado el más reconocido de sus libros, La resistencia silenciosa, a Javier Cercas. A través del ensayo, Gracia avanza por el mismo camino de Cercas con sus ficciones reales. Ambos pertenecen a la generación que llega a la madurez con la consolidación de la democracia española y con las transiciones en Europa del Este y América Latina. Las izquierdas comunistas y las derechas fascistas son, para ellos, modalidades del pasado ideológico. De ahí que puedan observarlas desde una lúcida distancia.
Los libros de Gracia tienen la virtud de no continuar la guerra civil por medio de la memoria intelectual. Si bien es notable su familiaridad dentro del legado republicano, tampoco ignora la valiosa obra de intelectuales nacionalistas, falangistas, franquistas o republicanos que no se exiliaron como Camilo José Cela, Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo –a quien ha dedicado una monografía-, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Julián Marías o José Luis Aranguren.
En A la intemperie, Gracia recuerda que algunos de esos letrados que se quedaron en la España de Franco intentaron crear redes de contacto y reconocimiento con el exilio, desde mediados de la década de los 50. Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, María Zambrano, Max Aub, Josep Ferrater Mora, José Gaos y otros exiliados fueron defendidos o reseñados por no pocos escritores y pensadores que permanecieron en la península. Esos contactos no se limitaban a la literatura poética o de ficción sino que incluían, también, esferas tan cercanas a la ideología como el pensamiento filosófico e histórico.
La historia de esas redes, que permitiría una mejor comprensión del tipo de autoritarismo poroso que fue el franquismo, ayuda a reconstruir las claves de la transición democrática. Gracia, sin embargo, no es un pacificador de la memoria o un historiador imparcial, que oculta o lava el pasado autoritario de uno u otro bando. Su mirada es, más bien, la de quien pondera con mayor flexibilidad ambos legados porque se asume como un sujeto posterior al conflicto. Gracia no es un sobreviviente, un heredero o un testigo: es, simplemente, quien narra desde el futuro.
Libros del crepúsculo

jueves, 27 de mayo de 2010
domingo, 23 de mayo de 2010
Católico y liberal
Decíamos en post anterior que José María Chacón y Calvo, a diferencia de algunos de sus discípulos de la generación posterior, era un católico liberal. Fue ese lado liberal el que lo llevó a simpatizar con la República Española, más allá de que algunos de los mejores escritores peninsulares de aquel momento fueran republicanos y fueran sus amigos. Mucho de ese liberalismo tiene que ver con el momento generacional de Chacón y Calvo: un momento preguerra fría, cuando los elementos antiliberales y anticomunistas del catolicismo no eran tan pronunciados.
El liberalismo, como ha recordado recientemente Alan Wolfe en The Future of Liberalism (2010), no sólo es una tradición doctrinal sumamente heterogénea, en la que se inscriben lo mismo John Maynard Keynes que Milton Friedman: también es una corriente intelectual dialógica, que tolera aproximaciones desde el catolicismo o el marxismo. Chacón y Calvo, Gastón Baquero y otros editorialistas del Diario de la Marina serían sólo algunos entre los muchos casos de católicos liberales que conoce la historia intelectual de Cuba.
Ese catolicismo liberal puede leerse en el Diario íntimo de la Revolución Española (Madrid, Verbum, 2010), editado por Jorge Ferrer, y, también, en la antología Una mirada a la vida intelectual cubana. 1940-1950 (Sevilla, Renacimiento, 2007), preparada por el estudioso Jorge Domingo Cuadriello. Aquí se reproduce, por ejemplo, la polémica que, en la primavera de 1941, Chacón y Calvo sostuvo con el obispo de Cienfuegos, Eduardo Martínez Dalmau, a propósito del papel del obispo Espada en la creación de la Cátedra de Constitución del Seminario de San Carlos y San Ambrosio –cuyo primer titular fue Félix Varela- y de la preconización del padre Varela al obispado de Nueva York.
La polémica entre Chacón y Calvo y Martínez Dalmau parece, a simple vista, mera disputa de eruditos. Pero en la medida que subía de tono las posiciones adquirían una mayor nitidez ideológica. Como en casi todas las polémicas intelectuales del periodo republicano, al final, eran diferentes ideas de la nación o diferentes nacionalismos los que zanjaban las actitudes públicas en pugna. Cuando la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales reunió la polémica en un volumen lo tituló El obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana (La Habana, 1943).
En la versión del eclesiástico, Chacón no estaba siendo lo suficientemente nacionalista al tratar las figuras de Espada y Varela. El hecho de que los escritos de Chacón aparecieran en Diario de la Marina agregaba una mayor sospecha de antipatriotismo. Es en esa ubicación crítica, donde el credo nacionalista es sometido a un proceso constante de desmitificación –por muy sutil que pueda ser ésta- donde habría que encontrar el liberalismo de Chacón. Un liberalismo mucho más tenue que el de Fernando Ortiz o Jorge Mañach, pero un liberalismo al fin.
El liberalismo, como ha recordado recientemente Alan Wolfe en The Future of Liberalism (2010), no sólo es una tradición doctrinal sumamente heterogénea, en la que se inscriben lo mismo John Maynard Keynes que Milton Friedman: también es una corriente intelectual dialógica, que tolera aproximaciones desde el catolicismo o el marxismo. Chacón y Calvo, Gastón Baquero y otros editorialistas del Diario de la Marina serían sólo algunos entre los muchos casos de católicos liberales que conoce la historia intelectual de Cuba.
Ese catolicismo liberal puede leerse en el Diario íntimo de la Revolución Española (Madrid, Verbum, 2010), editado por Jorge Ferrer, y, también, en la antología Una mirada a la vida intelectual cubana. 1940-1950 (Sevilla, Renacimiento, 2007), preparada por el estudioso Jorge Domingo Cuadriello. Aquí se reproduce, por ejemplo, la polémica que, en la primavera de 1941, Chacón y Calvo sostuvo con el obispo de Cienfuegos, Eduardo Martínez Dalmau, a propósito del papel del obispo Espada en la creación de la Cátedra de Constitución del Seminario de San Carlos y San Ambrosio –cuyo primer titular fue Félix Varela- y de la preconización del padre Varela al obispado de Nueva York.
La polémica entre Chacón y Calvo y Martínez Dalmau parece, a simple vista, mera disputa de eruditos. Pero en la medida que subía de tono las posiciones adquirían una mayor nitidez ideológica. Como en casi todas las polémicas intelectuales del periodo republicano, al final, eran diferentes ideas de la nación o diferentes nacionalismos los que zanjaban las actitudes públicas en pugna. Cuando la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales reunió la polémica en un volumen lo tituló El obispo Martínez Dalmau y la reacción anticubana (La Habana, 1943).
En la versión del eclesiástico, Chacón no estaba siendo lo suficientemente nacionalista al tratar las figuras de Espada y Varela. El hecho de que los escritos de Chacón aparecieran en Diario de la Marina agregaba una mayor sospecha de antipatriotismo. Es en esa ubicación crítica, donde el credo nacionalista es sometido a un proceso constante de desmitificación –por muy sutil que pueda ser ésta- donde habría que encontrar el liberalismo de Chacón. Un liberalismo mucho más tenue que el de Fernando Ortiz o Jorge Mañach, pero un liberalismo al fin.
sábado, 22 de mayo de 2010
Un testigo cubano de la guerra civil española
El 17 de julio de 1936, cuando el levantamiento de las tropas de Melilla da inicio a la guerra civil española, el Primer Secretario de la Embajada de Cuba ante la Segunda República Española era el crítico e historiador cubano José María Chacón y Calvo. El titular de aquella embajada era Manuel Serafín Pichardo, quien había sustituido a Mario García Kohly, tras la muerte de éste, en 1935, luego de más de veinte años al frente de los intereses cubanos en Madrid.
Durante el segundo semestre del 36, Chacón y Calvo llevó un diario, donde narraba el arranque de la guerra, que acaba de ser publicado por la editorial Verbum, de Madrid, que dirige Pío Serrano, bajo el título de Diario íntimo de la Revolución Española (2010). La edición, introducción, apéndices y notas han corrido a cargo del escritor y traductor cubano, exiliado en Barcelona, Jorge Ferrer. Gracias al espléndido trabajo editorial de Ferrer conocemos la identidad de las múltiples personas que refiere Chacón y Calvo en su diario y su correspondencia.

Es estimulante reconstruir la compleja mirada de Chacón y Calvo, ya que la misma deshace buena parte de las visiones maniqueas que sobre aquel conflicto todavía se difunden en la historiografía y la prensa. Las mayores simpatías literarias de Chacón y Calvo estaban con la República: conocía y admiraba a Federico García Lorca y a Rafael Alberti, se carteaba con Gregorio Marañón y Ramón Menéndez Pidal y era amigo de Lino Novás Calvo, Pablo de la Torriente Brau, Rafael Suárez Solís y otros cubano-españoles involucrados en el bando republicano de aquel conflicto.
Pero como el católico que era, Chacón y Calvo rechazada las tendencias comunistas que intentaban rebasar, por la izquierda, al gobierno republicano. El 22 de julio, por ejemplo, anota haberse percatado del “extraordinario volumen” del levantamiento –“estamos ante un movimiento de categoría histórica”- y lamenta que, mientras la amenaza nacionalista crece, los republicanos toleren la radicalización comunista del proyecto republicano: “ateneos libertarios, incautación de círculos sociales, iglesias ocupadas… Todo demasiado rojo”.
Hay en este diario semblanzas de los grandes líderes de la República, Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos o Francisco Largo Caballero, que eluden las tan frecuentes aproximaciones sectarias, de ayer y hoy, al campo plural de la política republicana. Ahora que el sectarismo histórico parece ganar terreno, en España y en Cuba, es saludable releer estas notas de Chacón y Calvo como un recordatorio de que una guerra civil es, sólo en apariencia, un conflicto binario que moviliza la imaginación maniquea.
jueves, 20 de mayo de 2010
Memoria y ficción de Coetzee
La última novela del escritor sudafricano J.M. Coetzee realiza una operación intelectual del mayor refinamiento. Se titula Verano. Escenas de una vida de provincias III (Mondadori, 2010) y, en buena medida, continúa las prosas autobiográficas de Infancia (2001) y Juventud (2002). Sólo que aquí no es Coetzee quien cuenta su vida en Ciudad del Cabo, entre 1972 y 1975, justo cuando escribe sus dos primeras novelas, Tierras del poniente y En medio de ninguna parte, que le confirmaron su vocación literaria.
Quien cuenta ese momento de la vida de Coetzee, que coincidió con la enferma ancianidad de su padre, es un ficticio investigador literario de mediados del siglo XXI, que entrevista a cuatro mujeres con las que Coetzee tuvo relaciones sexuales o sentimentales. Las mujeres lo cuentan todo, dibujando una silueta lamentable del joven Coetzee, quien aparece como un huraño, egoísta y asexuado aspirante a escritor, al que abruma el deber de hacerse cargo de su padre. La valentía y la honestidad con que Coetzee encara su juventud son similares a las de V.S. Naipaul, quien reveló a su biógrafo los detalles oscuros de su pasado.
Más allá del tono de reproche que predomina en los testimonios de las mujeres del joven John –tanto de las que él abandonó como de las que a él abandonaron- es posible reconstruir otros aspectos interesantes de la biografía intelectual y política de Coetzee. Por ejemplo, a través del testimonio de Sophie Denoël, la colega francesa y pareja de Coetzee, en la Universidad del Cabo, nos enteramos de los conflictos de identidad de aquel joven afrikáner, que rechazaba el apartheid, pero que, al mismo tiempo, se oponía a los discursos antiblancos de la comunidad negra.
En el testimonio de Sophie leemos, una vez más, esa endemoniada visión de Coetzee sobre la política, aún sobre la política emancipadora, que aparece en casi todos sus libros:
“En opinión de Coetzee –dice Sophie- los seres humanos jamás abandonarán la política porque esta es demasiado conveniente y atractiva como un teatro en el que representar nuestras emociones más innobles. Las emociones más innobles abarcan el odio, el rencor, el despecho, los celos, el deseo de matar y así sucesivamente. En otras palabras, la política es un síntoma de nuestro estado de degradación y expresa ese estado.
¿Incluso la política de liberación? –pregunta el biógrafo imaginario.
Si se refiere a la política de la lucha de liberación sudafricana –responde Sophie- la respuesta es sí. Mientras liberación significara liberación nacional, la liberación negra de Sudáfrica, John no tenía ningún interés por ella”.
lunes, 17 de mayo de 2010
Contra la retórica compensatoria
Dijo Medvedev que la heroica defensa de la Unión Soviética por las tropas soviéticas no puede ser utilizada como argumento para justificar o compensar los crímenes de Stalin. Y no sólo eso: dijo que esa proeza militar tampoco puede servir para adornar la naturaleza del sistema político soviético. Un sistema, agregó Medvedev, que sólo puede ser definido como “totalitario comunista”.
El correcto razonamiento de Medvedev no sólo se moviliza contra las retóricas compensatorias de la izquierda –por ejemplo, justificar el liderazgo de Stalin con la demanda de la lucha contra el fascismo o justificar la ausencia de democracia en Cuba con la existencia del embargo comercial de Estados Unidos- sino también contra las de la derecha.
Es frecuente escuchar, todavía hoy, en círculos de las derechas iberoamericanas que el régimen de Agusto Pinochet, en Chile, fue necesario para evitar el avance del comunismo en ese país o que el de Francisco Franco, en España, impidió que la República derivara hacia una alianza con la Unión Soviética. El autoritarismo y el totalitarismo, como bien dice Medvedev, pueden tener explicaciones pero no justificaciones.
domingo, 16 de mayo de 2010
La revancha de los inéditos
Parece haber en el legado de grandes autores una pugna entre el gran volumen de lo editado y la pequeña cantidad inédita. Esta última, compuesta generalmente por material archivístico (notas, juicios, comentarios, impresiones, diarios), se ubica en una suerte de inframundo de la gran obra o en los orígenes de una escritura que, al hacerse visibles, llegan a desestabilizar, con todo y su pequeñez, la identidad construida por los libros emblemáticos.
No hay obra completa, ni estimación plena de un legado, hasta que esa retacería, esos cajones de sastre de una autoría, son publicados. En los últimos días hemos sabido de recuperaciones de inéditos de dos grandes del siglo XX: el filósofo alemán Martin Heidegger y el escritor argentino Jorge Luis Borges. La editorial Herder ha publicado el volumen Pensamientos poéticos del primero: una suerte de miscelánea de textos menores, traducida y comentada por Alberto Ciria. Y en el Harry Ramson Center de la Universidad de Austin, en Texas, el estudioso Julio Ortega encontró el manuscrito de la novela que Borges nunca escribió, Los Rivero, que pronto será publicaba por vez primera.
Tanto los Pensamientos poéticos de Heidegger como Los Rivero de Borges son textos que complementan y, a la vez, cuestionan la obra canónica de ambos. Son textos rechazados y, como casi todos los textos rechazados, se ubican en la zona de lo inacabado o lo informe. Ciria ha dicho que el lector de Heidegger, además de un “atrévete al silencio”, encontrará escritos sumamente “heterogéneos, candorosos, cartas de enamorado primerizo, poemas románticos, arduos y largos poemas filosóficos, recuerdos de amigos caídos en la guerra”. Todo un universo fragmentario que desdibuja la imagen un tanto granítica del autor de "Ser y tiempo".
Los Rivero, por su parte, es, a juzgar por los fragmentos que reproduce El País, el pasado 8 de mayo, el manuscrito de un extraordinario cuentista que no se siente a gusto con la narrativa de largo aliento que demanda una novela. La trama es muy borgiana y muy sarmientina –la decadencia de una familia de caudillos de la epopeya de la independencia y de las guerras civiles de mediados del siglo XIX, que, a principios del XX, pierde la orientación bajo la modernidad-, pero la prosa no lo es: le falta concisión, ingenio y belleza.
“Es sabido que la historia argentina abunda en glorias familiares y casi secretas, en próceres que llegan a ser el nombre de una calle; tal vez no huelgue recordar al lector que el coronel Rivero fue el héroe de la primera carga de Aturia, título que en vano le niegan todos los historiadores venezolanos, víctimas de la envidia y del localismo, y que defienden con razones irrefutables los argentinos amantes de la verdad. En el desorden de las guerras de la independencia de América, el coronel Rivero tuvo un claro momento de gloria, cuando “lanceó a los godos”, y decidió la suerte de una provincia; sus bisnietos guardaban con piedad y con justificadísimo orgullo el hierro de la lanza que blandió entonces”.
No hay obra completa, ni estimación plena de un legado, hasta que esa retacería, esos cajones de sastre de una autoría, son publicados. En los últimos días hemos sabido de recuperaciones de inéditos de dos grandes del siglo XX: el filósofo alemán Martin Heidegger y el escritor argentino Jorge Luis Borges. La editorial Herder ha publicado el volumen Pensamientos poéticos del primero: una suerte de miscelánea de textos menores, traducida y comentada por Alberto Ciria. Y en el Harry Ramson Center de la Universidad de Austin, en Texas, el estudioso Julio Ortega encontró el manuscrito de la novela que Borges nunca escribió, Los Rivero, que pronto será publicaba por vez primera.
Tanto los Pensamientos poéticos de Heidegger como Los Rivero de Borges son textos que complementan y, a la vez, cuestionan la obra canónica de ambos. Son textos rechazados y, como casi todos los textos rechazados, se ubican en la zona de lo inacabado o lo informe. Ciria ha dicho que el lector de Heidegger, además de un “atrévete al silencio”, encontrará escritos sumamente “heterogéneos, candorosos, cartas de enamorado primerizo, poemas románticos, arduos y largos poemas filosóficos, recuerdos de amigos caídos en la guerra”. Todo un universo fragmentario que desdibuja la imagen un tanto granítica del autor de "Ser y tiempo".
Los Rivero, por su parte, es, a juzgar por los fragmentos que reproduce El País, el pasado 8 de mayo, el manuscrito de un extraordinario cuentista que no se siente a gusto con la narrativa de largo aliento que demanda una novela. La trama es muy borgiana y muy sarmientina –la decadencia de una familia de caudillos de la epopeya de la independencia y de las guerras civiles de mediados del siglo XIX, que, a principios del XX, pierde la orientación bajo la modernidad-, pero la prosa no lo es: le falta concisión, ingenio y belleza.
“Es sabido que la historia argentina abunda en glorias familiares y casi secretas, en próceres que llegan a ser el nombre de una calle; tal vez no huelgue recordar al lector que el coronel Rivero fue el héroe de la primera carga de Aturia, título que en vano le niegan todos los historiadores venezolanos, víctimas de la envidia y del localismo, y que defienden con razones irrefutables los argentinos amantes de la verdad. En el desorden de las guerras de la independencia de América, el coronel Rivero tuvo un claro momento de gloria, cuando “lanceó a los godos”, y decidió la suerte de una provincia; sus bisnietos guardaban con piedad y con justificadísimo orgullo el hierro de la lanza que blandió entonces”.
martes, 11 de mayo de 2010
Expectativas acotadas
En post anterior comentábamos, a partir de sendos artículos de Jesús Silva-Herzog Márquez y Simon Schama –leyendo a autores como estos, la política parece recuperar, aunque sea fugazmente, su categoría de arte principesco- las expectativas despertadas por las competidas elecciones en el Reino Unido. Menos de una semana después esas expectativas se han visto acotadas por la precaria realidad del nuevo poder en Downing Street, número 10.
Los liberaldemócratas, encabezados por Nick Clegg, sólo obtuvieron 57 de los escaños parlamentarios. Todo parece indicar que, en vez de conformar un polo opositor con los laboristas, podrían aliarse con los conservadores y armar una mayoría legislativa y gobernante. El anuncio de la renuncia de Gordon Brown ha sido interpretada como un último recurso de los laboristas, con el fin de asegurar el pacto con los liberaldemócratas.
Las democracias parlamentarias, decíamos entonces, parecen más perfectibles que las presidencialistas. Sin embargo, hay aspectos de todas las democracias –como la colonización mercadotécnica de los votantes o las demandas de constitución de poderes con verdadera capacidad de gobierno- que se imponen y acaban postergando reformas de los sistemas electorales. En el caso de la Gran Bretaña, una reforma de esa naturaleza es deseo de buena parte de la opinión pública y los medios académicos, pero aún no alcanza consenso en las cúpulas de los dos partidos mayoritarios.
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