Alguna vez, a propósito de sendos libros de Alain Badiou y Christopher Domínguez Michael, hablamos aquí de divergentes maneras de pensar el siglo XX. Para unos se trata del siglo de los totalitarismos y para otros del siglo de las revoluciones, para otros más del siglo de la voluntad de poder o del siglo de las vanguardias estéticas.En la retrospectiva del artista italiano, Maurizio Cattelan (Padua, 1960), en el Guggenheim de Nueva York, podría leerse otra imagen del siglo pasado. La retrospectiva comienza en 1989, año de la primera muestra personal de Cattelan y, también, de la caída del Muro de Berlín. Si la retrospectiva en el Guggenheim no estuviera condensada en la gran instalación All podría pensarse que ese año cumple una función meramente curricular en la trayectoria de Cattelan.
Sin embargo, lo que ha hecho este artista es colgar toda su obra, de 1989 a la fecha, en el hueco que forma la escalera en espiral del Guggenheim, diseñado por Frank Lloyd Wright. Una obra donde no pocos de los personajes representados son íconos del siglo XX, como Hitler y Berlusconi, el Papa y la carreta, Superman y el Zorro, el refrigerador y la televisión.
Tan sólo en un tablero de ajedrez que cuelga, con derroche de equilibrio, el espectador puede ver al Che Guevara, la Madre Teresa, Gandhi, Martin Luther King y George W. Bush. Sin forzar demasiado la interpretación, podría pensarse que la suspensión de todos esos íconos, incluido el ícono del propio Cattelan, tantas veces autorretratado, es una metáfora del siglo XXI como abismo en el que se despeñan las grandezas y miserias del siglo XX.





