Libros del crepúsculo

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viernes, 18 de junio de 2010

¿Ideologías criminales?

Hace poco Ignacio Vidal Folch comentaba que libros como Todo lo que tengo lo llevo conmigo (Siruela, 2010) -donde Herta Müller, Premio Nobel de Literatura, narra el traslado forzoso de 100 000 rumanos, en 1945, recluidos en campos para la reconstrucción de la URSS- vienen a engrosar el catálogo, todavía invisible para muchos, de la literatura sobre los crímenes del estalinismo y otros comunismos del siglo XX. Gulag de Anne Appelbaum, Un mundo aparte de Gustav Herling, Prisionera de Stalin y Hitler: un mundo en la oscuridad de Margarete Buber-Neuman serían sólo algunos títulos recientes, que se apilan en la misma montaña de libros que iniciaron Varlam Shalamov y Alexander Solzhenitsin hace medio siglo.
Montaña, decíamos, invisible. A pesar de tantas y tantas evidencias, para muchos el saldo genocida del comunismo en el siglo XX no es reconocible, como sí lo es el del nazismo o los otros fascismos que integran la experiencia totalitaria de la pasada centuria. En las últimas décadas, varios autores han intentado explicar esta contradicción. Y quienes más han avanzado en ese empeño, como Francois Furet o Michael Walzer, proponen considerar las diferencias ideológicas y políticas entre el comunismo y aquellos totalitarismos de derecha. Es ahí, y no en una supuesta “complicidad” de Occidente con la idea comunista, donde habría que encontrar el porqué de la no criminalización del totalitarismo de izquierda.
A diferencia del nazismo o los fascismos, el comunismo surge como ideología y proyecto político dentro de las corrientes filosóficas de mediados del siglo XIX, en medio del esplendor del liberalismo y antes de que el positivismo y el evolucionismo se constituyeran en paradigmas del saber social. Tal vez ahí resida no sólo la ausencia de racialización explícita del primer marxismo sino su no apelación al exterminio o la aniquilación física del enemigo burgués. Marx, Engels, ni ninguno de los primeros comunistas, como sabemos, fueron creadores de ejércitos o constructores de Estados totalitarios, resueltos a la aniquilación de las burguesías europeas.
La idea decimonónica del comunismo implicaba la lucha de los obreros contra una clase hegemónica, la burguesía, por múltiples medios: desde las elecciones parlamentarias hasta la desobediencia civil, pasando por revoluciones no específicamente obreras, como las de 1848, o revueltas populares como La Comuna de París. A pesar de que desde entonces el comunismo incorporó la violencia como método, antes de Lenin ningún comunista identificó claramente la “lucha” contra la burguesía, su expropiación y la construcción de una sociedad sin clases con el exterminio biológico de los burgueses.
Es con Lenin y, sobre todo, con Stalin, que el genocidio se naturaliza como práctica política, no sólo contra burgueses sino, también, contra rivales ideológicos dentro del propio bloque comunista y contra etnias y naciones enemigas. En este último aspecto, sin embargo, el estalinismo no hizo de su antisemitismo un principio ideológico o, siquiera, un referente doctrinal. El antisemitismo o el nacionalismo de Stalin y otros líderes soviéticos era un prejuicio racial o nacional que se movilizaba contra adversarios políticos o contra la base social de adversarios políticos, asumidos, naturalmente, como enemigos.
Esta desconexión originaria entre la idea comunista e, incluso, la teoría marxista, y los regímenes totalitarios comunistas del siglo XX –el soviético, el maoísta, los socialismos reales de Europa del Este, Vietnam, Corea del Norte, Cuba…- explica, en parte, la ausencia de un mismo patrón de “aniquilación” del contrario en todas esas experiencias y, por tanto, de un mismo saldo criminal. Pero esa desconexión también explica que diversas ideologías marxistas y comunistas se hayan naturalizado en la vida política occidental del siglo XX. Ideologías que, como se observa en la historia de Estados Unidos, Europa y América Latina, no fueron siempre “revolucionarias” o “violentas” y en muchos casos establecieron alianzas con el liberalismo democrático.
Aunque en menor medida, también los totalitarismos de derecha del siglo XX experimentaron una desconexión entre sus fuentes doctrinales positivistas y evolucionistas y sus maquinarias de exterminio. Un error bastante frecuente de los estudios marxistas sobre el nazismo y el fascismo, plasmado emblemáticamente por Gyorgy Lukács en El asalto a la razón, es transferir la génesis de esas ideologías a la gran tradición del idealismo alemán y la autoría intelectual de los crímenes de Hitler a “precursores” filosóficos del nazismo tan disímiles como Gobinaeu, Lapouge, Chamberlain, Nietzsche o Spengler. Error, por cierto, en el que incurren simétricamente quienes, desde el anticomunismo, transfieren la autoría intelectual de los crímenes de Stalin a Marx.
Sólo que en el caso de la desconexión entre ideologías mal llamadas “protofascistas” y el nazismo, el tema de la “lucha” contra el enemigo de raza, no de clase, se acerca mucho más a la legitimación del genocidio que en el comunismo. A esto último habría que agregar la mayor caducidad histórica que experimentaron tanto las ideologías como las políticas nazis y fascistas, en relación con las comunistas. Hitler gobernó 12 años y Mussolini 20, pero con la caída de ambos también cayeron el totalitarismo de derecha y sus ideologías. El poder de Stalin duró treinta años y el de Mao veintisiete y los regímenes políticos que ambos construyeron los sobrevivieron por décadas y, aunque minoritarios, sus legados todavía persisten.
¿Son criminales las ideologías? No, criminales son los líderes o los Estados que en nombre de ciertas ideologías practican el genocidio. Y si no son criminales las ideologías, ni siquiera las racistas, menos aún lo son los símbolos que, con tanta facilidad, se resemantizan con el paso del tiempo. Un joven polaco que porta, hoy, una camiseta del Che Guevara no representa ni demanda lo mismo que un joven guevarista de los años 60 en América Latina; así como un skinhead que se tatúa una zvástica y desfila por alguna calle europea no está incendiando el Reichstag. Siempre y cuando no limite los derechos de otros, ni atente contra el pacto democrático, la memoria, en sociedades cada vez más plurales como las del siglo XXI, debería ser capaz de tolerar la libre circulación de símbolos religiosos y políticos.

5 comentarios:

  1. Armando Chaguaceda18 de junio de 2010, 17:45

    Aún cuando podamos debatir algunos de nuestros respectivos puntos de vista, celebro que hayas publicado este post, ante la oscurantista postura convertida en ley en Polonia. Mi mirada la puedes encontrar en http://www.uneac.org.cu/index.php?module=noticias&act=detalle&id=3397

    un saludo

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  2. En principio, sí. En la práctica, el nazismo fue algo tan atroz que su sola mención debería hacernos temblar. Quizá lo que nos falta sea distancia histórica para asumir a Hitler como un hecho histórico más.
    Los que usan camisetas del Che Guevara no me preocupan tanto. Su mayor ilusión, la estructural, la de fondo, es encontrar un trabajo que pague más o menos bien y que dé una pensión decente a los 60. En eso terminó el sueño del "hombre nuevo": en colectivizar el aburguesamiento en lugar de cambiar el mundo.

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  3. Creo que si hablamos en términos estrechos, fijos, y “literalmente hablando” si podemos decir que el horror al exterminio biológico que practicaron los fascistas hace que Occidente lo rechace mas que a los gobiernos socialistas. Pero hay que recordar que para filósofos como Foucault, la lucha de clases y la lucha de razas siguen un patrón común. Tienen el mismo objetivo, “dejar morir” a los otros, los indeseables, los que se enfrentan al Estado-nacional. Creo que es un “exterminio social” más que biológico, que al final, lleva a lo mismo: al ostracismo, al suicidio, la marginación y la muerte. Además, claro, de las otras formas duras de represión o exterminio: la cárcel, la tortura, el paredón... El error entonces está en pensar que uno es más horrendo o inhumano que el otro. Son la misma cosa.

    Saludos,
    J. Camacho

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  4. Que el sol da vueltas alrededor de la Tierra, esto es un sistema ideológico. La ideología no coincide nunca con la realidad, coincide únicamente con el pensamiento ideológico.
    Giordano Bruno fue quemado vivo por haber afirmado lo contrario de esta ideología católica, Galileo tuvo que renegar y abjurar su pensamiento científico. Es a esto que conducen las ideologías. En Cuba, para poner un ejemplo, existe la “ideología revolucionaria”, la cual afirma, sin ningún lugar a duda ni cuestionamiento, que todo da vueltas alrededor de la (supuesta) “revolución cubana”. La Iglesia católica perdió progresivamente su poder cuando su ideología fue refutada, dejando al descubierto su falsificación interna.

    Es a partir de esta concepción del término ideología que podemos felicitarnos de “la muerte de las ideologías”. Una muerte que muchos lamentan, cuando habría que felicitarse y salir de la nostalgia ideológica para entrar en otra concepción de la o de lo político. Todo esto necesita todavía ser elaborado, mismo si desde los años 60 asistimos a una transición compleja y contradictoria acompañada por el lento declive y derrumbe del marxismo teórico-político.

    Como muy bien dice J. Camacho, citando Foucault, la cuestión raza-clase, su interrelación, su gemelismo, necesita ser pensada, sobre todo si observamos que Foucault decía que el fascismo todavía se mantenía en la oscuridad y no había sido todavía reflexionado plenamente. Quizás Foucault pensaba que el fascismo era una excrecencia del comunismo, o mejor dicho del leninismo marxista. Ya que, siguiendo lo que usted observa estimado Rojas, con tanta razón, Lenin es el que “conceptualiza” la noción de enemigo. Una palabra que aparece constantemente y en abundancia en todos sus escritos, y que el Dictador Máximo aprendió de memoria. Me permito decir todo esto en un comentario y en forma rapidísima.

    Una época ha sido definitivamente tragada por un mar ideológico. Queda por perseguir un pensamiento político, una filosofía política “centrada sobre el análisis del capitalismo y de sus desarrollos”. Y aquí el marxismo (no el marxismo-leninismo) puede ser de una considerable utilidad.

    Añado que el comunismo, como el nazismo, debiera ser prohibido de cualquier sistema democrático. Porque hay cosas intolerables, y que no se deben tolerar. Hay que renunciar al “ingenuismo”, no caer en excesos y diferenciar la imagen de Guevara de la esvástica, símbolo nazi. Hay que comparar la esvástica- entrecruzada y sobre fondo rojo- con el martillo y la hoz- entrecruzados y sobre fondo rojo- asi como hay que comparar los resultados de esas ideologias mortiferas

    Su frase, “Y si no son criminales las ideologías, ni siquiera las racistas, menos aún lo son los símbolos que, con tanta facilidad, se resemantizan con el paso del tiempo.”, es tremendamente ambigua y sujeta a graves complicaciones si no se precisa y se re-resemantiza. Aquí estoy en desacuerdo, amicalmente. .
    Un saludo cordial.

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  5. LOS EXTREMOS SE TOCAN. PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO. PAN Y CIRCO.

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