Libros del crepúsculo

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viernes, 10 de septiembre de 2010

Castelar, Lorca y el anarquismo argentino



Federico García Lorca llegó a Buenos Aires en octubre de 1933 y se alojó en el hotel Castelar, donde permaneció hasta marzo de 1934. Ubicado en la Avenida de Mayo, en el tramo que media entre la gigante 9 de Julio y el Capitolio del Congreso, el hotel aún conserva la misma fachada modernista, la misma puerta giratoria y el lobby de mármoles y espejos, con herrería dorada, que vio Lorca y que vieron a Lorca.
Desde ese punto de la ciudad, debió resultarle fácil a Lorca desplazarse al café Tortoni, en la misma Avenida de Mayo pero del otro lado de la 9 de Julio, en dirección a la Casa Rosada, o a los cafés y bares cercanos, como los 36 Billares o Las Violetas ¿Qué pensó Lorca de aquel Buenos Aires turbulento y encantador? ¡El Buenos Aires de Gardel, Perón y Borges!
No hay que recurrir a algunos testimonios a la mano para imaginar la fascinación que sintió por la literatura y la música argentinas. Fascinación, tal vez, proporcional a la inquietud que debió sentir ante una política crecientemente militarizada y populista que, en 1930, tres años antes de su llegada, con el golpe de Estado de Uriburo contra el presidente Yrigoyen, había comenzado un largo ciclo autoritario que no terminaría hasta 1983.
Qué pensó Lorca de Buenos Aires, en aquel medio año que vivió en la ciudad, es pregunta tan deliciosa como qué pensó de Emilio Castelar (1832-1899), el viejo escritor, orador y político, andaluz como él, que daba nombre al hotel donde se hospedó. Nada más ajeno a los versos vivísimos de Lorca que la prosa cansina y la oratoria empalagosa de Castelar. Sólo en un punto, la defensa de la primera República española, el legado de Castelar hacía un guiño a Lorca, quien debió reparar en la popularidad que aún conservaba el viejo letrado gaditano en ciudades americanas como La Habana o Buenos Aires.
El azar ha hecho que a unos pasos del hotel Castelar, en la misma Avenida de Mayo, se ubique hoy la editorial Terramar, donde han sido editados, con fino gusto, los clásicos del pensamiento anarquista y libertario (Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Mintz) y donde publican varios pensadores argentinos inscritos en esa misma tradición, como Anatol Gorelik, ácrata ucraniano exiliado en Buenos Aires en la primera mitad del siglo XX, Osvaldo Baigorria o Christian Ferrer.
Estos edificios vecinos, el hotel Castelar y la editorial Terramar, hacen pensar, una vez más, que Buenos Aires recibió lo mejor y lo peor de Europa. Aquí se admiró a Castelar y a Lorca, aquí encontraron refugio los anarquistas perseguidos, pero aquí se admiró también a Hitler y a Mussolini y, durante décadas, dictaduras militares y gobiernos populistas se enseñorearon de esta maravillosa ciudad.

2 comentarios:

  1. Soy seguidor de tu obra y de esta web, tanto por los posteos como por los enjundiosos comentarios. Y me ha resultado entrañable esta viñeta sobre un tramo de la mas española de las avenidas porteñas, en este Bs As que me alberga desde hace mas de 10 años.
    E. Carrodeguas

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  2. No hallo afortunada, aun cuando sea por asociación con el nombre del hotel, la comparación entre Lorca y Castelar, figuras tan absolutamente diferentes por la época en que vivieron, los géneros que cultivaron y el temperamento que los animaba. Un paralelo tan carente de sentido que equivaldría a comparar la champola con el daiquirí. Más aún, siendo Castelar un político que hacía la historia, y Lorca, un poeta víctima de ella.

    ¿Que qué pensaría Lorca de un orador y prosista tan frondoso del XIX profundo? No es difícil imaginárselo sabiendo lo que pensaba él y toda la generación del 27 sobre Antonio Machado: un putrefacto. Machado estaba aún vivo para defenderse y contraatacó con ingenio al neogongorismo de los chicos del 27, pero Castelar estaba ya muerto (en más de un sentido) como para poder sacar pecho. No tenía ninguna razón de ser, por lo demás, que la G-27 la emprendiera contra un escritor anterior en varias generaciones. La lucha generacional es contra los padres, no contra los abuelos y bisabuelos, hacia los cuales suele primar la indulgencia y la compasión. No es lo mismo García Lorca hospedado en el hotel Castelar de BB.AA. que Julio Cortázar ingresado en La Habana en la Sala Borges del Calixto García. Cortázar enseguida preguntó, con coña, si había sido mera coincidencia o una boludez intencional.

    Yo pienso que lo condenable no es tanto Castelar (en definitiva, un hombre de su tiempo) como el castelarismo que todavía persiste de algún modo en oradores decimonónicos al estilo de Eusebio Leal. Que es aburrido don Emilio, sin la menor duda, pero no tanto como los textos de Marx que tan alegremente se siguen citando.

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