Libros del crepúsculo

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sábado, 6 de agosto de 2016

Bolaño y Cuba


Releo por estos días al narrador chileno Roberto Bolaño (1953-2003) y me hago la pregunta que otros se hicieron antes, pero no respondieron del todo. Probablemente yo tampoco la responda, pero el primer paso es hacerla: ¿se leyó a Roberto Bolaño en Cuba? No me refiero a la lectura de un reducido grupo de escritores sino a la constitución de un público lector en la isla, como los de Gabriel García Márquez o Julio Cortázar, hasta los 80.
       En México y Argentina, en Perú y Chile, Bolaño fue muy leído entre mediados de los 90 y mediados de los 2000, cuando la editorial Anagrama lo convirtió en escritor de culto. Desde Estrella distante (1996) y, sobre todo, Los detectives salvajes (1998), que ganó los premios Herralde y Gallegos, Bolaño se colocó a la delantera de la literatura latinoamericana de fin de siglo. Un acelerado reconocimiento que llegó al mito con su temprana muerte en 2003, de una insuficiencia hepática crónica, y la aparición de su gran novela póstuma, 2666, al año siguiente.
            El fenómeno Bolaño fue el tiro de gracia al paradigma de la novela latinoamericana heredado del boom. Con un realismo irónico, creó ficciones sobre temas inexplorados o sometidos a trato solemne, en la literatura latinoamericana, como el nazismo, la dictadura de Pinochet, el México del 68, las miserias de la ciudad letrada, la suerte de los poetas menores, el exilio, la guerrilla, el alcoholismo o la novela policiaca. Lector de Borges y Parra, pero también de James Elroy y Walter Mosley, Bolaño, como Ricardo Piglia, condujo el policiaco por una vía refinada, que poco o nada tiene que ver con el mainstream de la novela negra, ritualizado en la “semana de Gijón”.
            Los contemporáneos de Bolaño en Cuba, es decir, los novelistas nacidos a principios de los 50 (Senel Paz, Eliseo Alberto, Miguel Mejides, Leonardo Padura, Abilio Estévez, Arturo Arango, Francisco López Sacha…) no lo leyeron con la complicidad de otros latinoamericanos de la misma generación o un poco más jóvenes, como el mexicano Juan Villoro, los argentinos César Aira, Rodrigo Fresán y Alan Pauls o los españoles Javier Cercas y Enrique Vila-Matas. El único escritor de la isla que interesó a Bolaño fue Pedro Juan Gutiérrez, aunque su nota sobre Trilogía sucia de La Habana (1998), que el crítico Ignacio Echevarría incluyó en Entre paréntesis (2004), cuestiona el manido parentesco del cubano con Charles Bukowski y asegura que, por los jaloneos comerciales del exotismo, a Gutiérrez “no se le toma en serio”.
           Hay en la obra crítica de Bolaño alusiones favorables a Alejo Carpentier, como aquella en que destaca el parecido entre el inicio de El siglo de las luces y la noveleta Rudin de Iván Turguénev. Pero, evidentemente, el escritor cubano con el que más se identificó el chileno fue Reinaldo Arenas, cuyo rescate editorial en Tusquets siguió de cerca desde su residencia en Blanes, en los 90. Gracias a Arenas y a sus propias andanzas por la izquierda latinoamericana y, especialmente, centroamericana, Bolaño entornó una mirada crítica al castrismo que interroga su veneración en sectores de la academia norteamericana, creyentes en el paraíso fidelista. 
         En un conocido artículo sobre los premios literarios en Chile, Bolaño decía preferir que se premiara a novelistas comerciales como Isabel Allende que a escritores pretendidamente buenos, como Volodia Teitelboim o Antonio Skármeta, a quienes asociaba con el tipo de narrador que se favorecía en Cuba. Esos novelistas consagrados por la izquierda boba latinoamericana ocupaban, a su juicio, un lugar equivalente al de los narradores del realismo socialista en la Unión Soviética y Europa del Este. En su rechazo a la política literaria cubana, Bolaño no hacía más que ser fiel al magisterio de su admirado Nicanor Parra.
         Baste recordar, entre otros desencuentros, su renuncia al Jurado del Premio Rómulo Gallegos en 2001, por advertir que el manejo chavista de ese importante galardón literario comenzaba a repetir los “métodos estalinistas de Casa de las Américas”. Bolaño fue uno de los tantos escritores de la izquierda latinoamericana que rechazó la sovietización del socialismo cubano como una defección de los ideales del 68  y que, a diferencia de otros de su misma generación, no llenó el vacío del colapso comunista con una vuelta a la fe populista de la mano de Hugo Chávez.


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