Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 5 de mayo de 2010

Derecho a no creer

El último libro de la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum (New York, 1947), doctorada en Harvard, trata sobre las amenazas a la tradición de la tolerancia religiosa en Estados Unidos, aunque muchas de sus conclusiones son trasladables al orden global. Nussbaum tuvo el tino de titular su libro Liberty of Conscience. In Defense of America´s Tradition of Religious Equality, vertido al español por Tusquets a fines del año pasado, en la colección que dirige Josep Ramoneda.
Nussbaum habla, pues, de “libertad de conciencia”, más que de “libertad de religión”. El deslinde conceptual está impulsado por el argumento de que la libertad de conciencia incluye también el derecho al ateísmo en las sociedades contemporáneas. Aunque el subtítulo refiere la “igualdad religiosa” como una “tradición americana”, Nussbaum es consciente de que dicha tradición no es exclusivamente norteamericana y que la misma, en Estados Unidos, no ha estado exenta de espacios ganados para la tolerancia que, muy pronto, se constituyeron en plataformas de nuevas hegemonías e intolerancias.
El último capítulo del libro, “¿Hacia un consenso entrecruzado?”, es especialmente crítico con las visiones más eurocéntricas de la libertad de cultos. Recuerda Nussbaum que mucho antes de la Reforma y la Ilustración, de Locke o Voltaire, antes, incluso, de que los colonos norteamericanos impulsaran la tolerancia religiosa, en India, en el siglo II antes de Cristo, el emperador Ashoka, converso del hunduismo al budismo, ya había introducido leyes e instituciones a favor del respeto a creencias diferentes. Leyes e instituciones que Nusbbaum ve reaparecer en el siglo XVII bajo los reinos mongoles de la India o en el Imperio Otomano, bajo las monarquías musulmanas.
Recuerda Nussbaum que antes de la Paz de Westfalia, en 1648, y la difusión de la teología reformista, un colono norteamericano, fundador de Rhode Island, Roger Williams, se oponía a la persecución por motivos de conciencia como un “dogma sangriento” y defendía el derecho de las comunidades precolombinas de Norte América a venerar a sus propios dioses. “No te vanaglories, orgulloso inglés -escribía Williams en 1643- de tu nacimiento y de tu sangre. Tu hermano indio es por nacimiento igual de bueno”.
La tolerancia religiosa, como reconoce Nussbaum, estuvo en el origen de la fundación republicana de Estados Unidos. Sin embargo, en los dos últimos siglos ese valor ha enfrentado más de un obstáculo, levantados por el racismo, la xenofobia o la inequitativa distribución de derechos civiles y políticos. Desde las décadas finales del siglo XX, la tolerancia se enfrenta, a su vez, al crecimiento, multiplicación y diversificación de los cultos religiosos que ha generado el aumento sostenido de la inmigración.

“Hoy en día Estados Unidos contiene una diversidad religiosa sin paralelo en su historia. Credos que Roger Williams meramente imaginó (el islam, algunas variedades de politeísmo pagano) son en la actualidad cada vez más comunes entre nosotros. Las religiones no teístas como el budismo, el taoísmo y el confucianismo, el politeísmo hindú y sus vástagos jaina y sij están creciendo rápidamente debido a una política inmigratoria más ecuánime que comenzó en los años sesenta del siglo pasado, cuando cambiaron las políticas anteriores, más restrictivas”.

Y agrega:

“La progresiva diversidad religiosa es también resultado de la diversificación interna. La religión indígena americana, que los protestantes procuraron erradicar durante largo tiempo, no murió, y está disfrutando de un resurgimiento. La variedad dentro del protestantismo y la distancia entre sus confesiones más conservadoras y las más evangélicas son enormes. La Iglesia mormona, antes perseguida, constituye ahora una parte establecida de nuestro paisaje religioso y político, y el número de mormones continúa aumentando. El catolicismo se ha convertido en el credo, individualmente considerado, más extendido de la nación, y contiene dentro de sí gran diversidad de opiniones. Los judíos, los cuáqueros, los menonitas, los amish, los testigos de Jehová, entre muchos otros, antes perseguidos, están ahora incluidos, como miembros de nuestro consenso constitucional en torno a la igualdad de posición”.

Esta creciente diversidad religiosa no implica, sin embargo, la disminución de agnósticos y ateos en Estados Unidos. El número de quienes no creen o quienes piensan que las creencias religiosas son equivocadas o dañinas también crece. Aunque no los cita, Nussbaum piensa, con Harold Bloom y Christopher Hitchens, que el ateísmo sigue siendo un límite que pone a prueba la tolerancia religiosa y la libertad de cultos. Los agnósticos y los ateos dejan de ser vistos como amenazas de la secularización cuando las diversas religiosidades constatan su propio crecimiento.
Martha C. Nusbbaum es una pensadora tan prolífica como coherente. Su idea de la libertad de conciencia, en este volumen, dialoga con la tesis central de su libro anterior, Las fronteras de la justicia. Consideraciones sobre la exclusión (Barcelona, Paidós, 2007), en el que retomaba el concepto de equidad de John Rawls y lo utilizaba para pensar, ya no la justicia, sino la inclusión social. La “libertad de conciencia”, en este nuevo libro, no es ajena al liberalismo social de Rawls, ya que, a juicio de Nussbaum, sólo puede haber respeto entre todas las religiones –“consenso entrecruzado” le llama- cuando quienes las practican son ciudadanos iguales ante la ley.

martes, 4 de mayo de 2010

Las democracias perfectibles

“No Government can be long secure without a formidable Opposition”. La frase de Benjamin Disraeli, eterno rival de William Gladstone y uno de los constructores, junto con este último, del prolongado y estable bipartidismo whig-torie británico, adquiere imponente actualidad con motivo de las elecciones en Gran Bretaña, pasado mañana. Un descendiente de Disraeli podría ser el primer gobernante británico en enfrentarse a una doble oposición parlamentaria.
El historiador británico Simon Schama, en The New Yorker, y el ensayista mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez, en el periódico Reforma, lo han pronosticado con elocuencia: las elecciones de este jueves podrían dar el triunfo al conservador David Cameron, poniendo fin a trece años de laborismo y, lo que es más importante, podrían romper el secular equilibrio bipartidista del sistema político inglés.
Si, como temen los propios laboristas, el Partido Liberaldemócrata, audazmente encabezado por Nick Clegg, duplica o triplica su actual representación en el Parlamento, la democracia británica dejará de ser bipartidista. El cambio de esa institucionalidad histórica, tan arraigada a las tradiciones culturales y políticas británicas, podría producirse con toda naturalidad, en unas simples elecciones parlamentarias.
Además de contradecir, una vez más, ese tópico de las ultraizquierdas de que "todas las democracias representativas son iguales", estas elecciones podrían reforzar los argumentos de quienes piensan que los sistemas parlamentarios son más perfectibles que los presidenciales. Tan sólo habría que recordar, como contraejemplo, que, en Estados Unidos, el magnate Ross Perot, con dos campañas presidenciales exitosas, fue incapaz de quebrar el bipartidismo norteamericano.

sábado, 1 de mayo de 2010

Baquero y Andalucía

La frontera andaluza está en La Habana.
Cuando un poeta andaluz aparece en el puerto,
las calles se alborotan, y en las macetas
de todos los balcones
florecen de un golpe los geranios.

Así arrancaba el poema “Himno y escena del poeta en las calles de La Habana”, que el poeta cubano Gastón Baquero dedicó a la visita de Federico García Lorca a la isla. La sevillana editorial, Renacimiento, ha tenido a bien reunir en un volumen los ensayos que Baquero dedicó a escritores nacidos en cualquier rincón de Andalucía.
Aquí hay textos sobre Góngora, Becquer, Ganivet, Machado, Pemán, Cernuda, Zambrano, Lorca y, naturalmente, varios artículos dedicados a Juan Ramón Jiménez, con quien Baquero vivió una larga amistad. Los ensayos de los poetas, sin embargo, suelen ser mejores cuando no tratan de literatura. Es el caso de este volumen Andaluces (2009), cuya última pieza es una verdadera joya.
Se trata del texto “Para una apología de El Cordobés, o Ionesco de los toros”, un artículo publicado en Arriba en 1965, que Alberto Díaz-Díaz, presentador de esta antología, incluyó en su Perfil íntegro de Baquero. El poeta cubano, nacido en Banes (1914), y fallecido en Madrid (1997), luego de casi cuarenta años de exilio, comienza hablando de tres grandes genios del “toreo” en España: José Ortega y Gasset, Pablo Ruiz Picasso y Manuel Benítez Pérez (“El Cordobés”).
Este último, sin embargo, es, según Baquero, quien se lleva toda la gloria de la tarde:

“El Cordobés tiene la irresponsabilidad de la naturaleza misma. Torea como canta el pájaro, porque sí, porque le nace, sin conocer las leyes de la música ni la gracia de su propio canto. Tiene el saber suficiente, que es el del valor. Armoniza con el tiempo que vivimos, el que da a Elvis Presley y a Jean Genet, a los desdichados y atemorizados gamberros en pandillas, a los que no saben que su rebeldía viene del miedo a morir bajo la bomba atómica, y se dejan crecer las melenas y las barbas, para ver si la muerte no les localiza ni puede personalizarlos cuando venga desde los cielos, en un paquetico de materia nuclear, enloquecida y enloquecedora. El Cordobés es el campesino enamorado de la muerte a fuerza de temerla y de querer vivir en poco tiempo lo que las gentes de riqueza, viven a lo largo de todo su vivir”.

jueves, 29 de abril de 2010

El pie de Stéphane




En varias de las primeras películas de Claude Chabrol, La Femme Infidéle (1968), Les Biches (1968), Le Boucher (1970), hay una escena recurrente. Stéphane Audran, recostada en un sofá, en una tumbona de playa junto a una piscina o reclinada en una butaca, flexiona varias veces el tobillo de uno de sus pies. Se trata, naturalmente, de un acto reflejo que la obsesiva dirección de actores de Chabrol no ha programado, pero que sabe aprovechar a favor de la sensualidad de Audran.
Unas veces la flexión es hacia arriba y hacia abajo, diciendo que sí; otras, de un lado a otro, diciendo que no. Los pies de la Audran, que la cámara de Chabrol venera sin los enfoques directos de Robert Rodríguez con Salma Hayek o Quentin Tarantino con Uma Thurman, son, en esos breves momentos, la clave de la sensualidad. La fría y distante belleza de la actriz se vuelve tangible por obra y gracia de esos movimientos incondicionados.
El espectador sabe que quien mueve ese pie no es el personaje sino la actriz. Ese leve vaivén es un regalo de la mismísima Audran, un guiño íntimo que el espectador nunca olvidará. El pie de Stéphane, como el del niño del poema de Pablo Neruda, que “aún no sabe que es pie y quiere ser mariposa o manzana”, no desea ser el pie de Helene o Frédérique sino el pie de Stéphane y Chabrol no puede ni quiere impedirlo.

martes, 27 de abril de 2010

Crepuscular

La espléndida editorial sevillana, Renacimiento, ha reunido en el volumen Rey solitario como la aurora (2009) los tres cuadernos que el poeta cubano Julián del Casal (1863-1893) publicó en vida: Hojas al viento (1890), Nieve (1892) y Bustos y rimas (1893). El estudioso de la poesía cubana, Carlos Javier Morales, afirma en el prólogo sobre el gran modernista habanero:

“En el aspecto expresivo Casal trata de extraer del símbolo y de las construcciones simbólicas todas sus potencialidades significativas, ya sea dibujando espacios donde todas las imágenes, por debajo de su fastuosa plasticidad, transmiten un significado oculto de índole espiritual (como sucede en el poema pictórico “Sourimono”), ya sea combinando los símbolos con breves aclaraciones racionales que nos sirvan como pautas interpretativas de esos objetos sensibles; o bien contando historietas aparentemente banales y juguetonas, las cuales, inconscientemente, nos hacen partícipes de la insatisfacción dramática y de la ansiedad infinita del narrador que nos habla en el poema. Composiciones como “Coquetería” o “Neurosis” inauguran esa veta narrativa lúdica y exquisita que en Prosas profanas, tras años más tardes, nos ofrecerá Rubén Darío en poemas como “Era un aire suave” o “Sonatina”, portadores de una conflictividad interior más grave de lo que parece”.

Morales es persuasivo, pero, entre los poemas de Bustos y rimas, sigo prefiriendo la ortodoxia modernista de “Crepuscular” y “Bohemios” a los juegos narrativos de “Coquetería” o “Páginas de vida”, el poema con el que Casal evocó la breve visita de Rubén Darío a La Habana en 1892. En aquel poema Casal lamentaba no “haber vivido más tiempo junto” a Darío y confesaba “perder la calma cada vez que pensaba” en el poeta de “verdes ojos relampagueantes”.



Crepuscular

Como vientre rajado sangra el ocaso,
manchando con sus chorros de sangre humeante
de la celeste bóveda el azul raso,
de la mar estañada la onda espejeante.

Alzan sus moles húmedas los arrecifes
donde el chirrido agudo de las gaviotas,
mezclado a los crujidos de los esquifes,
agujerea el aire de extrañas notas.

Va la sombra extendiendo sus pabellones,
rodea el horizonte cinta de plata,
y, dejando las brumas hechas jirones,
parece cada faro flor escarlata.

Como ramos que ornaron senos de ondinas
y que surgen nadando de infecto lodo,
vagan sobre las ondas algas marinas
impregnadas de espumas, salitre y yodo.

Ábrense las estrellas como pupilas,
imitan los celajes negruzcas focas
y, extinguiendo las voces de las esquilas,
pasa el viento ladrando sobre las rocas.

lunes, 26 de abril de 2010

Los apocalípticos se integran


En la entrevista de Vicente Verdú a Umberto Eco, en El País Semanal, una comparación entre el cambio tecnológico actual y el de hace medio siglo. Dice Eco que, a diferencia de la época en que escribió su libro Apocalípticos e integrados (1965) , ahora, quienes desde los últimos reductos de la alta cultura Gutenberg rechazan la era digital, aprovechan los medios cibernéticos para trasmitir sus mensajes melancólicos. En los 50 y los 60, dice Eco, quienes se oponían a la cultura de masas, salvo las excepciones hipócritas de siempre, daban la espalda a ese nuevo mundo mediático y consumista.

“Era un debate típico de aquella época en que los filósofos, los intelectuales, todavía no conseguían comprender el mundo tecnológico de la comunicación, así que existía esa división entre los que hacían comunicación de masas y, digamos, los aristócratas intelectuales, que no la entendían. Pero hoy es distinto, porque los más aristócratas de los intelectuales entienden perfectamente estos problemas, usan Internet. Es, en todo caso, no una crítica desde fuera, sino desde dentro, de intelectuales que usan medios de masas, ven la televisión, utilizan el ordenador y pueden a la vez criticarlo. Así que me resultaría difícil decir hoy: usted es apocalíptico o usted es integrado”.

viernes, 23 de abril de 2010

La historia como una de las bellas artes

Una de las varias ideas interesantes del largo ensayo sobre Roland Barthes de Gerardo Fernández Fe es la sugerencia de que una de las vías hacia la ficción del gran ensayista francés fue su apasionada semblanza de Jules Michelet (1798-1874), un libro que apareció en francés en 1954 y que el Fondo de Cultura Económica reeditó en 2004.
Habría que ubicarse en el París de los 50, cuando los historiadores marxistas, discípulos de Francois-Alphonse Aulard y Albert Mathiez, contraponían obsesivamente a Michelet y a Marx -con el fin, naturalmente, de exaltar a este último-, para ponderar la audacia del joven Barthes. Mathiez, por ejemplo, escribía frases como ésta: “en una época en que Marx escribía el Manifiesto Comunista, Michelet berreaba por la unión de clases”.
Otros pensadores de la generación de Barthes, como Jean Duvignaud y George Bataille, rompieron con aquel estereotipo de “Michelet-historiador burgués”, que obstruía el contacto con una de las prosas más bellas y lúcidas del XIX francés. Otras escuelas historiográficas francesas, como la de los Anales, especialmente Lucien Febvre, admirador de Le Peuple, leyeron con mayor hospitalidad a Michelet, generando, en buena medida, la estimación que por él sienten historiadores contemporáneos, como Hayden White.
Tiene razón Fernández Fe: el interés por el bios del gran historiador liberal y romántico –jaquecas, caminatas, natación, sexo, androginia, mujeres, narcosis, cafeína…- le permitió a Barthes comprender mejor aquella grafía. El quinto capítulo del Michelet, sobre el discurso de la sangre, es una pieza maestra de la literatura francesa de todos los tiempos:

“Hay en Michelet un horror primitivo a la sangre inmóvil, a la sangre cadáver. La sangre muerta embadurna y se arrastra a la repugnancia por lo graso. En Versalles, desde una galería aérea, hermosas damas asistían a la encarna de venados. Entiéndase que se enfrentaban a dos sangres innobles: la sangre triunfante y pletórica de la opulenta aristocracia (prefiguración de la termidoriana que también se reclina para ver a Robespierre conducido a la encarna) y la sangre enteramente viscosa del animal asesinado. Repugnancia en absoluto metafórica, puesto que Michelet bien habría querido ser vegetariano”.