Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

miércoles, 10 de marzo de 2010

¿Iras electrónicas?

Hay escritores que sólo pueden escribir en estado de ira o, como decían los viejos latinistas, ab irato. Ahora que cada vez más personas se expresan y se comunican por medio de la escritura, a través de los medios electrónicos o de las redes sociales, comprobamos que se trata de una inclinación humana y no, únicamente, de una preferencia estilística. Escribir con rabia, con enojo o con amargura es uno de los actos más comunes de la era digital: un acto que hace apenas medio siglo era documentable en algún periódico, un libro o una carta.
Una observación de las formas de escritura que adopta la comunicación electrónica nos llevaría a cuestionar el tópico de que la expresión predigital, por no estar tan personalizada, se veía más mediada por la esfera pública, que atempera retóricas agresivas. A pesar de la cada vez mayor propagación de la escritura personalizada, en la era digital, la esfera pública sigue ejerciendo su función moderadora. Es la esfera pública, con su moralidad contractual, la que sigue apaciguando los lenguajes más iracundos.
He pensado en el tema luego de la lectura de Enemigos públicos (Barcelona, Anagrama, 2010), el libro que reúne la larga polémica electrónica que sostuvieron Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy en el primer semestre de 2008. Tal vez esa correspondencia haya sido moderada con el propósito de ser editada, pero aún así, permite constatar la persistencia de un código de decencia en dos autores interesados en explorar los límites afectivos de la rivalidad intelectual.
El intercambio comienza con un mensaje de Houellebecq en el que el autor de Las partículas elementales y Plataforma le estampa a Lévy sus diferencias: “todo, como se suele decir, nos separa, excepto un punto fundamental: tanto usted como yo somos individuos bastante despreciables”. Pero ya en la primera respuesta de Lévy, que es quien más atempera el debate, los humos han bajado y la despedida es un “saludo cordial”.
Los dos escritores recorren múltiples temas de discordia: Sartre, la literatura de confesión, la familia, Céline y Proust, el compromiso, el holocausto, la celebridad, la novela y la poesía, el amor, los libros… Hay momentos, como cuando debaten el “deseo de agradar” de los escritores o cuando confrontan sus memorias familiares, que distienden la crispación generada por cuestiones morales o políticas que los llevan a un contradictorio posicionamiento público.
Por ejemplo, cuando debaten la Rusia de Putin. Houellebecq confiesa que al regresar a Occidente, luego de un viaje reciente a Rusia, sintió que “regresaba a la casa de los muertos”. “La vida en Rusia es dura, muy dura, por supuesto, es una vida violenta pero viven, tienen unas ganas desbordantes de vivir que nosotros hemos perdido. Y tuve ganas de ser ruso, ruso e irresponsable en el ámbito ecológico”.
A Lévy le parece horrenda esa nueva exotización de Rusia en Occidente, que hereda de las anteriores, la del zarismo y la del stalinismo, el gusto por un otro autoritario: “a diferencia de usted, no tengo ninguna, pero ninguna gana de ser ruso ni de volver a Rusia. Amé una idea de Rusia. Defendí y amé esta idea de la cultura rusa que, en los años 70 y 80, invocaban, revueltos, Solzhenitsyn y Sájarov, los eslavófilos y los europeístas, los discípulos de Pushkin y los de Dostoievski, los disidentes de derecha, los de izquierda y los que, como decía el matemático Leonid Pliuchit, no pertenecían ni a un campo ni al otro, sino al campo de concentración”.
“Pero lo que ha llegado a ser Rusia –concluye Lévy-, lo que se ha visto de Rusia cuando se desmoronó el comunismo, su debacle, su deshielo o su derretimiento, han revelado, a ella misma y al mundo, la Rusia de Putin, la de la guerra de Chechenia, la Rusia que asesina a Anna Politkóvskaya en la escalera de su casa, y la que la propia Politkóvskaya, justo antes de que la asesinaran, describe en ese hermoso libro que es Diario ruso, la Rusia de las bandas racistas que persiguen, en pleno Moscú, a los rusos no étnicos, la Rusia que da caza a los chinos en Irkutsk, a los daguestanos en Rostov…”
La respuesta de Houellebecq parecerá a unos, cínica, a otros, realista, y a otros, superficial: esa Rusia es la que prefiere la mayoría de los rusos, la que “vota masivamente a Putin y a Medvedev, que considera que no hay otra alternativa creíble; que piensa, de acuerdo con sus gobernantes que las reprimendas de Occidente (sobre Chechenia, u otras cuestiones) son injerencias inaceptables. Hay que reconocerlo: el gobierno ruso está en absoluta sintonía con su población en estos asuntos”.
La correspondencia se crispa también cuando Houellebecq confiesa, para decepción de Lévy, no saber distinguir entre una guerra justa y otra injusta. Pero unos días después, los rivales vuelven a la tensa cordialidad que han construido desde las dos primeras cartas: compartir lecturas (desde Kant o Comte hasta Spinoza o Althusser), incluso lecturas discordantes, es un modo de volver a la calma. Hay un tomarse en serio, un respeto mutuo, un haberse leído y una complicidad de grandes lectores, en estos polemistas, que permite que, en los momentos de mayor divergencia, no desaparezca del todo la cortesía.

6 comentarios:

  1. En el numero 351 de la revista Art-Press (diciembre 2008), Houellebecq y Bernard-Henri Lévy dan una entrevista conjunta en ocasión de la publicación de “Ennemis publics”.
    Houellebecq declara: “La estima que teníamos el uno por el otro, literaria al principio, se mudó en el transcurso de esta correspondencia en estima moral”.

    Estima es la palabra. Precisamente, estima reciproca es lo que les falta a los cubanos de la intelligentsia, si de Cuba podemos hablar.
    Pero no puede haber estima allí donde el otro es considerado enemigo. Un enemigo que se aprende a odiar, a maltratar, a despreciar en la infancia, a partir de los bancos de la escuela primaria. La escuela castrista ha moldeado a toda la intelligentsia cubana, la ha metido en la mentira, en el odio, en la disimulación, en el engaño, en el miedo al otro. Es la escuela de la violencia y del fanatismo.
    Una conversación entre cubanos, tan libre, donde la confidencia, la abertura de espíritu llega a este punto, no es posible entre cubanos de este calibre. Porque no se estiman, no se respetan, no son libres, ya estén dentro o fuera de Cuba.

    Los cubanos de la intelligentsia no son enemigos públicos, son enemigos íntimos, íntimamente cerrados e inestimados mutuamente.
    A esto hay que añadir que la escuela castrista se ha extendido a toda Latinoamérica. Nos falta una conversación y dialogo de esta importancia entre Octavio Paz y Pablo Neruda, por poner dos ejemplos “clásicos”. ¡Cuánto tenían en común y cuánto hubieran podido decirse! ¡Cuánto se estimaban! Y sin embargo, nunca pudieron tener una correspondencia tan inestimable. No pudieron porque no se les permitió, las fuerzas de negación y de resentimiento nunca lo permitieron.
    Es hora de estimarse y de hacerlo saber.
    Un saludo cordial.

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  2. La ira controlada y expresada con respeto es humana y humanizante. Por tanto y, bajo estos preceptos, debe ser bienvenida en todas sus manifestaciones... tanto elctrónica, como impresa y hasta física.

    Por el contrario, la antítesis de la ira: la contención, el comedimiento y hasta la moderación, cuando viene embotellada en el embase plástico con el logo de ¡hipocresía! (ese que tanto imprimen y beben los intelectuales estériles y mojigatos), es más dañino para el ser humano como especie y más nefasto para su condición de sujeto social. El problema es cómo saber controlar la ira fuera de los marcos "intelectuales"; más allá de la insulsa academia y del “deseo de agradar”.

    En mi caso personal, siempre he sido un apologista de la ira y un ferviente opositor a las poses de "calma" y "serenidad" que casi siempre están condicionadas y terminan en sumisión y vulgar conformidad.

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  3. Hipócritas, esteriles, mojigatos, insulsos, sumisos, conformistas... Cuántas descalificaciones para los "intelectuales" y la "academia" en un solo comentario.

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  4. 1)¿Existen los intelectuales mojigatos y esteriles?
    2)Es la academia insulsa en esencia?
    3)¿Le estoy yo, privando de alguna calificación o derecho, para que usted denomine como "descalificaciones" mi ira respetuosa?
    4)¿no será usted, un intelectual y académico con estas características, y opta por el término más conveniente ("descalificaciones") para obviar la sustancia del comentario?

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  5. Qué sustancia, su comentario no tiene sustancia. Que le gusta la ira?, pues que le aproveche. Yo trabajo en un periódico, no en la academia, pero sé qué quiere decir la palabra descalificación.

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  6. Señor empleado de periódico, si mi comentario no tiene sustancia por qué pierde ud. su tiempo en comentarlo y aludirlo? Me fascina la ira, digamos que me revitaliza y me salva de ese tedio vergonzante en el que se sostiene la intelectualidad pasiva y camaleónica.

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