Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

lunes, 22 de marzo de 2010

Los tristes pueblos del mar



Al morir, en 2005, el novelista y crítico cubano Antonio Benítez Rojo trabajaba en un volumen de ensayos donde reuniría los escritos sobre plantación, sociedad y cultura en Cuba y el Caribe, que no fueron incluidos en las dos ediciones de La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva postmoderna (1989). La estudiosa cubana Rita Molinero, exiliada en Puerto Rico, se encargó de reunir esos textos que aparecen ahora, en la imprescindible editorial puertorriqueña Callejón, bajo el atinado título de Archivo de los pueblos del mar (2010).
Hay algo de cajón de sastre en este volumen: textos inconclusos, bocetos de ensayos, notas de estudio, aunque también se incluyen piezas acabadas como “Paraísos perdidos”, “Azúcar/ poder/ texto” o “Cómo narrar la nación. La novela de la fundación”, sobre el proyecto de literatura nacional difundido por el círculo delmontino, que Benítez publicó, si mal no recuerdo, en la revista mexicana Cuadernos americanos.
El tono fragmentario, que a unos parecerá virtud y a otros, defecto, no desdibuja la fisonomía de Benítez Rojo como ensayista. Aquí están sus grandes temas: el azúcar, las literaturas “nacionales”, las maquinarias “coloniales”, “republicanas” o “socialistas” de producción cultural, la música y la poesía, la utopía y el naufragio, el exilio y el mar, el carnaval y el barroco. En una palabra, el Caribe. Un Caribe que Benítez intentó reconstruir en su inasible multiplicidad: desde los ritmos afroantillanos hasta el silbido de la trompeta china.
Repetimos lo sabido: Antonio Benítez Rojo es, entre los grandes escritores cubanos de la segunda mitad del siglo XX, el que con mayor decisión recolocó a Cuba en su entorno antillano, desafiando, así, una vieja saga de nacionalismos que alienó la gran antilla del archipiélago que la rodea y la constituye. Si en la Colonia y en la República muchos cubanos creyeron estar más cerca de España o Estados Unidos, que del Caribe, en la Revolución no pocos han creído pertenecer a un segundo mundo socialista, que dejó atrás la cultura antillana.
Benítez veía Caribe en todo, donde lo había -la gran poesía, por ejemplo, de Luis Palés Matos, opacada por la no menos grande pero más visible, de su contemporáneo Nicolás Guillén- y donde no lo había: en la novela virreinal, o más específicamente novohispana, El Periquillo Sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi. Benítez cubanizaba aquella novela de Lizardi, de manera similar a como Reinaldo Arenas cubanizó a Fray Servando Teresa de Mier en El mundo alucinante.
Hay, sin embargo, en este libro, como bien advierte Rita Molinero, una familiaridad con el tema del Caribe que otorga a la prosa de Benítez un acento íntimo, confesional. Como si al escribir sobre el Caribe, una vez más, al final de su vida, Benítez hablara con el Caribe mismo, erigido en personaje marítimo. Esto último se percibe en el hermoso pasaje sobre la tristeza de las alegres Antillas, también referida, en algún lugar, por Arcadio Díaz Quiñones. Un pasaje donde, afortunadamente, volvemos a leer a ese maestro de la novela y el ensayo que fue Antonio Benítez Rojo:


“El eterno paisaje del mar nos ha hecho mirar hacia afuera, hacia el horizonte, es decir, ser un pueblo extrovertido, sonriente y generoso con el forastero. Esto no es nada nuevo, pues millares de ingleses, franceses y alemanes lo han reconocido en sus libros de viaje. Pero hay algo más difícil de observar que también es muy nuestro. Una tristeza secreta, que rara vez compartimos, producto de nuestro aislamiento microcósmico, de nuestra soledad en medio de tanto turista. Es esta inconformidad de náufrago la que siempre nos ha empujado a abandonar las islas en busca de otras tierras más amplias, más pobladas, más ricas; capitales científicas y tecnológicas donde se nos ocurre que pasan cosas de importancia mayúscula. Con el tiempo nos desencantamos y viene la nostalgia del mar y de la brisa, de las modestas catedrales, de las fachadas barrocas y los cañones herrumbrosos, de las palmeras, el malecón y el carnaval. A veces morimos sin regresar, y eso es triste. Y es que, para no exiliarnos, necesitamos la idea de que pertenecemos a una gran patria, de que no navegamos solos; necesitamos la certidumbre de que individualmente hemos hecho parte de una gran historia y cultura colectivas; necesitamos, en fin, saber más de nosotros mismos, los Pueblos del Mar”

4 comentarios:

  1. El "gorrión" tan bien descrito en estas palabras de Benítez Rojo.
    Gracias por acercarlo.

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  2. Precioso párrafo final, Rafael, un obsequio de Benítez a tus lectores.

    Encaja idóneo en la psique del cubano (hasta donde llega mi oscuridad): tanto lo extrovertido y lo sonriente como una tristeza secreta dibujan un perfil neto. Y como la tristeza quizás sea incontenible hay que naufragar. El impulso del viaje hacia estos sitios donde se cree que ocurren asuntos de importancia mayúscula. La insularidad. Nuevamente me encuentro asombrado por los cubanos.
    Son simplemente grandes.

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  3. Gracias por ambos comentarios, Áyac, el de Paz y Sarduy, que es guión de un ensayo por escribir, y este dedicado al bueno de Benítez Rojo. Saludos, Rafael.

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  4. Un post excelente de Rafael y el pasaje escogido de Benitez Rojo de una gran belleza literaria, gracias por este blog Rafael, Waldo

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