Los escritores Octavio Paz (1914-1998) y Severo Sarduy (1937-1993) eran muy diferentes pero fueron grandes amigos. Paz publicó a Sarduy en sus revistas Plural y, sobre todo, Vuelta –hay unas cuarenta colaboraciones de Sarduy en esta publicación mexicana, entre 1977 y 1994- y admiró la poesía del cubano, especialmente los sonetos y las décimas, un género sarduyano menos reverenciado por la crítica que sus novelas.
Sarduy, por su parte, confesó su “devoción” por el mexicano, que era tal que en sus viajes a la India, aun sabiendo que Paz no estaba en su casa de Nueva Delhi, visitaba su jardín y le cuidaba las rosas. Cuenta Sarduy que cuando un monzón destruyó el jardín de Paz en la India, escribió al poeta y a su esposa, Marie Jo, con detallado parte de daños. Sarduy admitía entonces que su “India no tenía nada que ver con la que había descrito Paz”.
En algún momento de sus vidas, Paz y Sarduy, como casi todas las personas, echaron un vistazo al pasado y se recriminaron cosas. Pero lo que uno lamentaba era lo opuesto a lo que lamentaba el otro. Paz escribió el gran poema “Nocturno de San Ildefonso”, incluido en un cuaderno sintomáticamente titulado Pasado en claro, a mediados de los 70. Unos conocidos versos de aquel poema decían:
El bien, quisimos el bien:
enderezar al mundo.
No nos faltó entereza:
nos faltó humildad.
Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia.
Preceptos y conceptos,
soberbia de teólogos:
golpear con la cruz,
fundar con sangre,
levantar la casa con ladrillos de crimen,
decretar la comunión
obligatoria.
Algunos
se convirtieron en secretarios de los secretarios
del Secretario General del Infierno.
La rabia
se volvió filosofía,
su baba ha cubierto al planeta.
La razón descendió a la tierra,
tomó
la forma del patíbulo
- y la adoran millones.
Era la valiente confesión de un revolucionario que siente sobre sus hombros el peso de una responsabilidad histórica: la responsabilidad de haber alimentado utopías que luego se convirtieron pesadillas colectivas. En 1990, en unas breves memorias tituladas “Para una biografía pulverizada en el número –que espero no póstumo- de Quimera”, Severo Sarduy, muriéndose de SIDA, rememoraba su exilio en París en los primeros años de la Revolución. A diferencia de Paz, sentía que lo que le faltó no fue “humildad” sino “compromiso”.
“Me dieron una beca para estudiar pintura en Europa y me quedé. Pero no es que decidiera quedarme: me fui quedando. Hoy en día, soy muy autocrítico: creo que debía haber vuelto, que debía haberme comprometido en un sentido o en el otro. Asumir mi karma, hundirme en la contingencia, en la realidad. En definitiva, adopté la solución de facilidad: instalarme en una casa de campo, en las afueras de París, y ponerme a escribir y a pintar. Han pasado treinta años y hoy en día el balance es paupérrimo. No tengo nada y los que debían leerme, que son los cubanos, no me conocen ni me pueden leer. No creo que ya me quede tiempo para terminar mi obra allá. Otra vez será”.
Son sentimientos conocidos los que experimentaron Paz y Sarduy.
ResponderEliminarCreo que Sarduy era demasiado "severo" consigo mismo. Buen post!
ResponderEliminarQué grande Severo. Dejar una obra de su estatura y considerar que no tiene nada. La soledad, la angustia del exiliado, del desarraigado. Pero quizás no supo que como lectores los cubanos estaban sufriendo su ausencia. Debió imaginarlo.
ResponderEliminarTal como Ishmael y Ahab o Ananda y Buddha, Sarduy y Paz fueron, de algún modo, discípulo y maestro (desde el punto de vista sarduyano).
ResponderEliminarFormidable entrada, querido Rafael. Nuevamente presiento que en estas breves reflexiones (alegremente catapultadas a la cultura, ese estrato que nos vuelve un poco más serenos) expresas tu propia condición. México y Cuba o Cuba y México: dos porciones geográficas hermanadas por una infinidad de enlaces. Sin duda, uno de ellos es el literario.
Sarduy tiene un mínimo ensayo llamado "Paz en Oriente" cuyo título tiene doble (el tema del doble, como a Paz, obsesionó al cubano) significación; por un lado, podemos ver merodear a Octavio en sus devaneos, que le permitieron ver las semejanzas entre Prajápati y Coyolxauhqui y, por otro, intuimos la templanza que el oriente significó para Sarduy.
A su vez, Octavio dedicaría un poema de su autoría a Severo:
"Apoteosis de Dupleix
A Severo Sarduy
(50 yd. of the pier of Pondiechery is the statue of the unhappy rival of Clive, on a pedestal formed of old fragments of temples. Murray's Handbook of India.)
Cara al mar se despliega,
abanico de piedra, el semicírculo.
Desgajadas de un templo, las columnas
son nueve: los nueve planetas.
En el centro, de pie sobre la basa,
proa el mentón, la testa pararrayos,
ungido de alquitrán y mantequilla,
no Ganesh ni Hanuman: entre la cáfila
de dioses todavía dios anónimo,
horas también anónimas gobierna
diestra en alto, calzón corto, peluca,
el general Dupleix, fijo en su zócalo,
entre el Hôtel d'Europe y el mar sin brazos."
(Ladera Este (1962-1968)).
Julia A. Kushigian menciona que hay tres orientalistas latinoamericanos contemporáneos: Borges, Paz y Sarduy. Borges, no es para sorprendernos, es el más erudito y el más bibliográfico (las páginas, sin embargo, de su "Qué es el budismo" conjugan hermosamente la leyenda con la literatura, que es otra forma de leyenda. Y las referencias al Indostán, así le llamaba al Oriente, son numerosas en sus ficciones); Paz hace gala de sus viajes y experiencias tanto en su poesía como en sus ensayos; Sarduy fue el más obsesivo de los tres. Aunque los tres pisaron esa otra parte del globo, quizás el único que de verdad estuvo en vida y obra allá, en Oriente, un Oriente que "fatigó" sus ficciones, tanto prosísticas como poéticas; un Oriente de pacotilla (mencionó que lo que veríamos de esa vasta región no sería sino lo superficial, lo turístico). Lógica en las enunciaciones: Cuba tiene su imaginación de ser: el Almirante pensó que al arribar a la isla estaba en aquella tierra mágica, Cipango.
En una entrevista realizada por la misma Kushigian a Sarduy, referente al "orientalismo" (sí, la sombra de Said está en las comillas), el cubano declararía su afinidad por lo "oriental" en Paz y descataría "lo oriental" en Borges (claro, con la puntualidad que siempre le caracterizó).
Hay tantas amistades y fraternidades literarias como estrellas (la constelación Lezama quiere proyectar su luz en este comentario, y en Sarduy, pero debemos limitarnos): Paz y Sarduy son sólo un ejemplo más en las pléyades de la Sintaxis.
Áyac (Julio Fernández Meza)
P.D. Muchas gracias por leerme y por el correo.
P.D. II. La tesis crece.
P.D. III. Saludos varios y alegría a tus días.